Noviembre

1

Ella tiene 30 años y desde hace dos dice estar enamorada de una mujer. Dice muchas tonterías pero seguramente esa es la única verdad. Ahora dice que la vida es una mierda y que ese trabajo acabará con ella. Se lo dice a su pareja y luego le pide perdón mientras llora, llora y llora. Porque cuando uno está así lo único que puede hacer es entregarse a la lágrimas, que ni curan ni consuelan, pero  son mejores que los gritos o por lo menos más llevaderos.

La novia no puede más, no sabe qué hacer y se siente acobardada. “Es sólo trabajo” murmura como una letanía mientras comen calladas en la cocina. Sin mirarse, una queriendo no estar ahí ni en ninguna parte, la otra deseando ayudar a quién no quiere dejar ayudarse.

Puto dinero, puta sociedad o puta rutina que nos confunde los valores y que hacen que lo único importante pase a ser lo más irrelevante. Dicen que es estrés, complejos enquistados durante o años o simplemente conflictos interiores que no tienen solución. Menuda mierda más contumaz. ¿Cómo hacerle entender que ella es la única dueña de sus emociones?

Habla de rabia, de ira. Habla de no dejarles ganar y no se da cuenta que ella es la portadora del virus de su propio contagio. Dice que no aguanta más y sin embargo no cambia nada. Pretende resistir una presión que ella misma se genera.

Abandona. Deshazte de lo que te hace daño. Ese sería mi consejo pero tampoco a mí quiere escucharme.

2

Él recién cumplió 34 y dice que es víctima de un maltrato psicológico sin precedentes. Pasó diez años viviendo una mentira cómoda, pero mentira, con aquella chica que conoció a los 23 y que abandonó a los 33. La dejó por otra, como hacen todos. Seis meses atrás se enamoró por primera vez y esto ha dejado su vida patas arriba. Dice que conoció a la chica equivocada, que ella es lo opuesto a él y que nadie le ha hecho tanto daño nunca. Dice su nombre 30 veces por hora y no escucha a nadie porque está obsesionado con su dolor. Él es un buen tipo, siempre lo fue, cansado de oír la frase “buen profesional y mejor persona” quiere transgredir las reglas y tiene mono de adrenalina por tantos años de felicidad moderada. Asequible sí, pero moderada. La chica que le cazó –no tiene otro nombre- le ha dejado con la autoestima en números rojos, a él que lo fue todo, a él que nunca tuvo que preocuparse por nada.

Yo detrás veo insatisfacción por tantos años de tibieces. Estos seis meses le sacaron del letargo ¿con que “yo” se quedara ahora?

Vive tu vida como tú quieras. Haz de lo más importante lo único que importe. Ese sería mi consejo pero como no deja de hablar es imposible que me escuche.

3

Por todo esto, y porque este noviembre será un mes que tardaré mucho en olvidar, llevo días pensando en aquel libro de Daniel Múgica que tanto me marcó a mis 20 años: Uno se vuelve loco.

Porque es así, uno se vuelve loco de repente, con razón o sin ella, y ya nada puede hacerle volver atrás.

Yo me creo dueño de mis sensaciones, ilusamente creo controlar mi destino y hasta me atrevo a dar consejos tanto a quien me los pide como a quien no. Sin embargo, cuando alguien grita socorro y soy incapaz de ayudarle todo se derrumba y soy consciente de lo frágil que es el entramado que nos sostiene. A estas personas les diría que lo mandaran todo al garete, que se despojaran de todo  para volver a empezar con solo lo necesario, que –de verdad- hace falta muy poco para ser feliz. Quizá solo proponérselo seriamente.

Imagínate una pequeña tienda de vinos en Turín con vistas al Po, una minúscula mesita de café amarilla siempre con un té por las mañanas. Imagínate recoger los folios que dejaste anoche a medias porque la pasión venció a la inspiración. La extraña sensación de conocernos de toda la vida y la genuina alegría que da verte cocinar el risotto dos veces por semana. Imagínate que todo eso funciona, ¿qué importa pues el dinero? ¿el pasado o el después? Too nice to be true.

Y perdón por la perogrullada pero al final la felicidad no te la da el dinero, ni la pareja, mucho menos el trabajo. Si hay algo parecido a la felicidad es la satisfacción de hacer lo que quieres hacer cuando quieres hacerlo. Eso sí, siempre aderezado con pasión, elemento imprescindible en cualquier fórmula de éxito.

A ella y a él, a riesgo de volver a sonar presuntuoso –una vez más- les pediría que abrieran al azar el famoso libro de Richard Bach, Ilusiones, con suerte se encontrarán de bruces con el principio del capítulo 14

Todos los seres,

todos los acontecimientos

de tu vida, están ahí

porque tú los has convocado.

De ti depende

lo que resuelvas hacer

con ellos.

 Y con estas ínfulas de mesías no me puedo despedir sin preguntar:

Noviembre …¿has venido para quedarte?