Advenedizos todos

Hoy he vuelto a leer poesía. Furtivamente, en la duermevela entre cambiar pañales y abrir un ojo a preguntar a tu madre si necesita ayuda. Debe ser que cambiamos de etapa, ya no tengo la necesidad de leer sobre ti a todas horas, las preguntas siguen siendo muchas pero la necesidad de repuestas se templa. Como decía el abuelo: “nada es eterno”; menos aún la novedad. De los muchos libros en cola, algo de “Tu lado del sofá” ha hecho que fuera el elegido para ese momento tan atesorado de abrir un libro mientras todos duermen. Sin sabanas, en verano y con brisa colándose por la ventana entreabierta. De repente “las velas del pastel”, se convierte para siempre en uno de esos poemas que te toca y por necesidad tienes que parar y saborear como buscando reconocer algún retrogusto de esos que ponen en las etiquetas del vino para que parezca que sabes ¿vainilla? ¿roble? ¿cereza? No sé, pero conoces esos taninos.  Sigues leyendo hasta cerrar el libro por la última página, otra vez la mirada perdida en el techo, ausente, atrapado en una cadena de pensarmiento inevitables:

Ayer leí que en EBAU preguntaron la diferencia entre oxímoron, pleonasmo y retruécano y poca gente lo sabía. ¿Es que la juventud no escucha a Sabina? Imagino que no. Y yo que todo lo que sé lo aprendí en los libros y las canciones. Dónde se aprende ahora, ¿en Instagram? Cierto es que ahí descubrí a La Benito y que soy adicto a las baldosas de “teloputodije”. No puedo evitar pensar la pregunta de cómo sería yo de joven en este mundo que abruma. Como serás tú en uno que aún no conocemos. Menos likes y más abrazos; abrazos apretaditos por detrás dice la Benito. Me acuerdo de repente de mi primo que parece que descubrió “El Amics de les Arts” gracias a un blog perdido. Rápida conexión a la versión de Andrea Motis de “Lousiana o el camps del coto” que siempre me emociona. Pensamientos asociados a la figura del padre, enquistada vergüenza del mío y una vez más otra frase de Sabina: “Y yo que había jurado morir sin descendencia, como murió mi padre.” Cuando a mi abuelo le dio un ictus solo podía cantar canciones de la juventud ¿Me pasaría lo mismo con todas estas frases asociadas a momentos, a personas, a penas concretas, a ilusiones que nunca se perdieron? ¿Me pasará lo mismo? Todo lo que me emociona sabe a Sabina: Nada importa, Laura y otras muertes, Marwan en su momento, Zahara algunas veces, El Amics, Nacho Vegas; las novelas de Jabois o hasta Gomez-Jurado. Por supuesto, los Andreses: Suarez y Calamaro y todos los que aún cantan historias. Y Sabina se lo debe a Dylan y Dylan a Kerouac, Rimbaud y mil otros. En una recursividad infinita que acaba llevándonos a nosotros mismos. Advenedizos todos.

Recojo el carrete de mi pensamiento y miro si la caña trae alguna pieza que valga la pena. Nada. Vacío. Vuelvo a esta cama, aquí, hoy, presente. Recién vacunado y contigo a mi lado que haces que nada sea lo mismo ¿Cómo haré que te ilusionen estas cosas? ¿Cómo hacer que te guste la poesía? Nada impuesto consiguió emocionar nunca a nadie. Son solo cuatro meses y no dejo de preguntarme: ¿cómo se quiere a un hijo? Quiero hacerle siempre feliz pero no creo que pueda serlo sin conocer algo de sufrimiento. Quedan muchos, muchos años, pero hoy no podía evitar pensar que no hay emoción si la poesía no te escuece en alguna herida. Si algunas canciones no te ponen un nudo en la garganta o la música los pelos de punta. Quiero quererte y protegerte. Enseñarte sin imponerte. Estar siempre ahí, sin ser tu sombra. Quiero que siendo lo más importante nunca seas lo único que importa. Tengo que esperar, lo sé. Es pronto, pero no dejo de preguntarme, ya sin prisa, desde la templanza ¿cómo se quiere a un hijo? ¿qué pequeños detalles harán que te guste la poesía? Y agarrado a ese pensamiento me voy durmiendo. Hoy la caña no traía pieza, quizá el secreto sea ir mucho a pescar, aunque nunca traigas nada. Pero yo no sé pescar, ni muchas otras cosas, solo sé escuchar, dicen que es lo que mejor hago. Así que, pase lo que pase, cuenta siempre con eso: frases de canciones y todo el tiempo del mundo cuando te apetezca divagar. Las mejores noches de mi vida, son de verano, con vino y alguien que me quiere sin ningunas ganas de irse a dormir. El mundo sería un poco mejor si todos tuviéramos a alguien que te escuche de corazón, sin juzgar, cero prisas, una noche de verano.

Te miro, me duermo. Último pensamiento: me muero por hablar contigo.   

Vulnerable

«La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor”. 

Rosa Montero.

Fueron casi 24 horas, pero pasó todo muy rápido, consciente de que iba a olvidarlo intentaba visualizar palabras en mi mente para que a la memoria le diera tiempo a procesarlas. Las sensaciones se apelotonaban y arremolinadas, como pocas veces en mi vida, no me daba tiempo ni a ordenarlas. Horas después, en la habitación a oscuras y oyendo ya su respiración, consciente de que ese sonido siempre significaría calma, intentaba recordar lo que había pasado y solo me venían a la mente colores: el rojo por todas partes, en las sabanas, en las gotas secas que pisamos al salir de la habitación, en la memoria como flases; el morado casi azul de su piel que me habría asustado si hubiera habido tiempo; el rosa de los almendros en flor de aquel cuadro que nos acompañó en todo momento; el verde de las batas; el negro abismal de sus ojos tan abiertos inmediatamente después de nacer; el sonrosado de tus mejillas mezclado con sudor y toda la oxitocina del mundo y sobre todo el blanco del foco. Una luz blanca que lo iluminaba todo a las 03:21 de ese lunes que acabó siendo martes en una cuenta atrás perfecta de horas que ahora me parecen segundos. Horas de boca seca, gritos, temblores y los minutos más largos que recuerdo. Tu imagen retorciéndote como si fueras a partirte en pedazos y yo sin poder hacer nada más que mirarte. Horas de impotencia e ilusión mezcladas con olores y lágrimas que se fusionan en una amalgama indistinguible. Llanto, respiración entrecortada, esperas interminables mirando el reloj, la siguiente contracción, más sudor, más apretar las manos, más dolor que parece infinito, la duda, el miedo, todo junto, tú preocupada por él, yo preocupado por ti, él peleando por salir, de repente la seguridad de que no estamos preparados para esto, segundos después el llanto en la habitación de al lado y nos sonreímos, y lloramos otra vez, juntos, al unísono y miramos al reloj, y han pasado solo 2 minutos desde la última contracción, que viene, que viene, fuck!, fuck!, fuuuuuuuuuck!, gritos enmudecidos mordiéndote los labios, rojo y otra vez colores y olores y  todo el tiempo del mundo condensando en un instante y yo diciéndote que lo olvidarás, que todo el mundo lo olvida, él asomando la cabeza y tú, heroína, apretando los dientes y después de 8 horas y 4 cm implorando con lágrimas contenidas que acabe ya esto de una vez. Y todo el dolor se convierte en sonrisa y aunque me sé todas tus expresiones de memoria nunca te había visto esa cara que para siempre redefine el concepto de alegría, y de repente la habitación se llenó de gente y cuchicheaban las enfermeras y yo parecía el único preocupado por haber oído que alguien decía transfusiones, él trepando hacia ti buscando esas manchas que serían tus pezones, yo intentando volver a este momento y tú, inconmensurable, ya eras otra y no dejaste de sonreír hasta que muchas horas después caías exhausta en la habitación con malutki, igual de exhausto, dormido entre nosotros.

Yo no dormí nada, intentaba entender cómo me sentía buscando refugio en mi yo racional apabullado por tantas emociones. Pero ningún de los trucos habituales funcionaban porque no había nada que entender, no había raciocinio posible, tan solo una sensación aplastante que me apretaba el diafragma en el punto justo donde te cuesta respirar. Y yo que tengo que clasificarlo todo solo pude descansar cuando me dejé llevar, al fin, por vuestras dos respiraciones, la suya rápida y acelerada, la tuya pausada y extenuada, llenando el silencio de la habitación 175, haciéndome entender que ya nunca seríamos los mismos, un dos de marzo a las 6 y pico de la mañana.

No seremos los mismos, es imposible. No sé si mejores, seguro que no peores, pero ya nunca los mismos. La vulnerabilidad, de la que tanto huimos todos, ya no se separará de nosotros. Y me alegro. Da miedo, sin duda, pero lo poco que aprendí en estos años buscándome a mí, buscándote a ti, es que la ilusión es el antídoto del miedo y la vulnerabilidad es donde empieza todo lo que alguna vez valió la pena.

Y vendrán tormentas y nubes negras que llenan de arena el corazón, pero sentirse vulnerable es sentirse un poquito más vivo y sé que a partir de ahora siempre tendré algo a lo que aferrarme, un sitio al que volver. Un puerto, que si fuera un lugar siempre has sido tú durmiendo entre mis sabanas y si fuera un momento sería esos breves instantes antes de que te despiertes y que ahora tiene también un sonido, que es el ritmo de vuestras respiraciones desacompasadas…exactamente en ese mismo lugar, ese preciso momento.

Y sé que habrá otros partos y otras maneras de vivirlo, pero esta era la nuestra y no quería olvidarla. Sabes que mi única forma de recordar es escribirlo y este es uno de esos recuerdos al que volver si alguna vez nos sentimos perdidos. Sin vuelta atrás, en el cruce de las nostalgias de lo que aún no hemos vivido y lo que ya no podemos vivir. En uno de los picos de nuestra historia, desde una cima donde solo se ve futuro, juntos, muy asustados, pero sin miedos, más vulnerables que nunca, que venga lo que tenga que venir. Bring it on! El vértigo es siempre la antesala de la felicidad más pura. Espero nunca acostumbrarme a esto. No olvidar ni por un segundo que vuestras respiraciones desacompasadas son mi calma, mi puerto. Ahora y siempre. Inspira, espira y deja que os oiga. Inspira, espira, cualquiera que sea la oscuridad que venga. Inspira, espira, hazme vulnerable.

Elige tus finales

Te dirán que te enamores de tu mejor amiga, es al revés. Enamórate sin negociar, sin peros ni remilgos y si sobrevivís al fuego acabareis siendo los mejores amigos. Te dirán que todos los finales son el mismo repetido, eso sí es verdad. Calamaro lo dice a su manera: “todo lo que termina, termina mal; Y si no termina se contamina mal…”. Todo lo que dice Andrés es susceptible de ser cierto o, al menos, merece ser valorado.

Hablando de finales, hoy -al sol madrileño de un San Valentín que asoma primaveras- una de estas coincidencias que mezclan el libro que estás leyendo, un proceso corriendo en tu subconsciente y algún estímulo totalmente al azar me hizo llegar a un concepto de la psicología que se llama “Peak-end rule1 que viene a decir que las personas juzgan una experiencia en gran parte basándose en cómo se sintieron en su punto máximo (es decir, su punto más intenso) y en cómo acabó, en lugar de basarse en la suma total o promedio de cada momento de la experiencia. Y ahí volvemos a la frase de Calamaro: “y eso se cubre de polvo…”.

Frase que trae a mi memoria las relaciones que se anquilosan en las fotos de los discos duros que ya no conectamos, en los correos que no leemos o, lo más común, en los whatsapp que borramos. No por preguntarnos qué fue de ellas y de nosotros, ni siquiera el dónde estarán que cantaba Serrano, sino por saber si, como dice la psicología, nos recuerdan por su punto máximo (negativo o positivo) y punto final o por todos los días que hubo en el medio. Yo, que en la mayoría de los casos alargué las conclusiones más de lo recomendable, tengo claro que sin saberlo esta fue mi praxis: enardecer y decorar los picos mientras prolongaba y desdibujaba los últimos destellos de cada relación. Como un paciente pidiendo que se alargue la colonoscopia para no recordar el final abrupto sino el masaje de los dos últimos minutos. Y ni tan mal.

Obcecado con entenderlo todo y justificar porqué escribo esta es otra razón más. Ribetear las memorias con detalles y adornos para asegurar que la fotografía mental se hace aún más pico al dejarla por escrito. El final, por el contrario, se emborronará solo y, como cualquier otro recuerdo, gana mucho en blanco y negro. Paco Umbral, al que estoy leyendo mal y tarde, decía que le daba vergüenza leer las cosas que escribe uno, “sólo se goza mientras se escribe (y por eso hay que escribir con gozo) y luego ya es una lata, un aburrimiento, una confusión de palabras, algo que se queda plano, soso e inexpresivo”. Porque, volviendo al verdadero Maestro, por mucho que decores tu final favorito…todos son el mismo repetido.

Y sí, hoy hemos venido a hablar de finales, de solteros en San Valentín o casados que preferirían no serlo, que es infinitamente peor. Del hombre cobarde, que lo hay y mucho, que no es capaz de decir de manera directa que no ama lo suficiente o que no está a la altura; ya sea él de ella, ella de él o ninguno de los dos de lo que tantas veces se prometieron. Hace falta mucha autoestima para reconocer en ti el error, la dejadez o el aburrimiento; pero mucha más valentía se requiere para verbalizar aquello que tiene que parar un tren en marcha. Es más fácil descarrilar, sino te importan los heridos. Hay que huir de la cobardía como del tedio. Si te toca estar al otro lado, el que recibe la noticia, el que descuelga para oír excusas que no convencen a nadie, el que encara el silencio y desenmascara al temeroso. Entonces sí, repasa lo que hemos dicho: solo recordarás el final y el momento pico. Ahora te toca elegir, elige la ira y reinterpreta todos los momentos en clave de venganza y vergüenza o elige el perdón, la paz y el estoicismo bien entendido. Porque el estoico de verdad no es el que acepta lo que viene sin más; sino, como decía Marco Aurelio, el que habiendo dado en todo momento su mejor versión, toma responsabilidades de sus hechos y acepta las cosas que no se pueden cambiar. Con dos cojones.  

Así que, en este San Valentín de pandemia, me resumo mis ideas fuerzas de este exabrupto que, volviendo a Umbral, será confuso y desordenado cuando lo lea y solo se goza mientras se escribe.

Cuantos más momentos pico, más memorias donde elegir, menos vacíos.

Da lo mejor de ti siempre, para no tener nunca opción a arrepentirte.

Hazte responsable de tus actos, como un buen estoico

Elige tus finales, será lo único que recuerdes.

Lee manuales de psicología.

Escucha a Calamaro.

Sé valiente.

Y si te haces una colonoscopia, siempre con anestesia.

Y ni tan mal.

[1] Redelmeier DA, Kahneman D. Patients’ memories of painful medical treatments: real-time and retrospective evaluations of two minimally invasive procedures. Pain. 1996 Jul;66(1):3-8. doi: 10.1016/0304-3959(96)02994-6. PMID: 8857625.

https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/8857625/

Viajar como método de encuentro

La vida está llena de días grises, viajes de ida y vuelta de la oficina al sofá. Días que todos juntos forman un único recuerdo como millones de papeles prensados en una gran masa blanca. Tristeza monocromo con títulos de crédito y suscripciones mensuales. Y de repente color y vértigo. Blanco nieve desde la ventanilla del avión, el azul interminable de cruzar el Atlántico, el verde de ríos amazónicos; vértigo de pasear por una ciudad que no conoces, de pensar quién serías tú si hubieras nacido aquí, del miedo preventivo cuando anochece que se desvanece conforme pasan los días. Preguntas, emociones, suspicacias y recelos que automáticamente te recuerdan cuánto te gustaba esta sensación de sentirte, por unos instantes, totalmente fuera de lugar. Propongo medir la vida en cantidad de veces que te has preguntado, “¿pero qué cojones hago aquí?”. El resto, inexorablemente se olvida.  

Pisco sour en mano, terraza del hotel de un día demasiado largo, madrugón y atardecer de esos que nunca te cansan y, como la archifamosa madalena, te transportas a una tarde en Matruska volviendo de David Gareja compartiendo auriculares. En el mercado de los recuerdos ese cielo rojizo se paga a precio de Picasso. El Monet sería las dos cervezas hundidas en la arena de aquella playa de Tailandia. Un incunable son las noches en autobús pasando frío en Asia. En el mismo orden de cosas, un lunes por la mañana de teletrabajo debe ser una carta de hacienda que tiras sin abrir. Por eso deberíamos viajar más. Viajar como método de encuentro, lejos, muy lejos del ocio.

Yo me encontré trocitos míos en cada uno de los viajes que hice solo. Pero eso ya lo sabes. La vieja paradoja de deshacerte de todo para ver qué echas en falta. Perderte para aprender que nunca son cosas ni sitios lo que más añoras. Mirar por la ventana para desafiar a tu reflejo y cuestionar las cosas adecuadas. Jugar a romper el diapasón del tiempo haciendo que los días pasen volando, que las horas de espera se midan en novelas y las noches de avión en inmersivas desconexiones que siempre se hacen cortas. Lejos, muy lejos del ocio.

Viajar solo para encontrarse y viajar contigo para recordarte. Porque el mismo día repetido mil veces es una secuencia gris de fotogramas que se desgasta como cualquier cosa que se usa demasiado. Por el contrario, las primeras veces son fluorescentes que se iluminan cada vez que los miras. Viajar juntos es pues una cruzada en busca de momentos de los que no se olvidan, de nuevos surcos en la memoria en vez de ahondar en los que ya tenemos. Sería un sacrilegio no aprovechar nuestro don innato para recordar únicamente las primeras veces. Pero recuerda: lejos, muy lejos del ocio.

Poniendo a prueba tu paciencia, la capacidad de no aburrirnos. Despojarnos de absolutamente todo para ver si siguen quedando temas de conversación, ni niños, ni trabajo, ni oficina. Que se joda Trump, el Brexit y las noticias de cosas que no importan. Desnudos de todo el ruido que nos acompaña. Aguantar nuestros silencios sabiendo que no nos ocultamos nada. Que pensar no hace ruido y la más nociva forma de callar es llenarlo todo de palabras. Recuérdame de qué se habla cuando nos quedamos desnudos de miedos, de preocupaciones, de ropa y de ganas de estar en cualquier otro sitio. Piénsalo. Fue así como nos conocimos, como se conocen todas las parejas: botella de vino y noches en vela intentando aprendernos de memoria. Piénsalo. Viajar es recrear esa situación forzada en que la realidad no se confunde con el día a día. Mirar al futuro sin pensar en mañana. Viajar como método para encontrarse, lejos, muy lejos del ocio.

Unas horas después, ya de noche, sonrío a los extraños de vuelta a la habitación y me doy cuenta de que a veces, sobre todo cuando escribo, puedo pecar de ingenuo, idealista o mejor dicho insoportable idiota. Lo sé. Sé que viajar únicamente no soluciona nada, que buscar la novedad siempre es de por sí otra condena, que sin algún sitio que volver no hay viaje que valga, que cualquier exceso cansa y mil otras frases hechas. Busquemos pues el equilibrio entre Monets y cartas de Hacienda. Gastemos todos los ahorros en cosas que valga la pena recordar. Planifiquemos el cambio sistemático como rutina. El objetivo es anhelar recuerdos nuevos, no cosas. Abandonar la repetición en pro de las primeras veces. Viajar como método de encuentro, para recodarme quién soy o quise ser. Viajar, para mantener la ilusión que ni se aprende ni se práctica. Viajar, contigo, con él. Los 3 juntos.

No vas a tener tiempo de nada

“Creía que el 2020 sería el año que conseguiría todas las cosas que quería. Ahora sé que el 2020 es el año que aprecié todas las cosas que tengo.” Leía el otro día en una de esas cuentas ‘cool’ de Instagram. Mensaje profundo que viene con reflexión superficial por mi parte. Como no, un domingo por la tarde.

Tiempo. Lo que más tuve en 2020 fue tiempo. Tiempo para pensar y tomar. Tiempo para volver a leer, 8214 páginas concretamente. 26 libros, casi tantos como en 2013 y 2014. Buenos años. Siempre cuento lo mismo, pero si hubiera que tener un indicador de mi salud mental debería ser el número de libros leídos. Tengo un amigo que decía que leer novelas era perder el tiempo que podías dedicar a mil otras cosas. Nunca me llegó a quedar claro cuáles eran sus cosas. En 2020 tuve tiempo para releer este blog y que escociera. Para eso estaba escrito. Correr casi 500km (me faltaron 8 km) y escuchar mil podcasts que me hicieron reír, pensar y echar de menos ciertas preguntas. Tiempo que perdí también de mil maneras y me alegro. Volví a jugar a cartas, al ordenador, a juegos de mesa. Bebí más vino del que ningún médico me habría recomendado. Mucho queso, pura lujuria. También viaje, lo poco que nos dejaron, en uno de los viajes más bonitos que recuerdo. Llamé a la gente que quiero y aprecie aquellos que se acordaron de llamarme. Eché mucho de menos a mi familia y me compré un billete un viernes para llegar allí el miércoles cuando hizo falta. Trabajé demasiado. Eso seguro. Pero dio sus frutos y me sirvió para ser un poco jefe otra vez y darme cuenta de que no quiero volver a serlo. Apúntate bien esto. Tiempo que me ayudó a explorar extremos y divagar por materias que convirtieron mi gran miedo de saber un poco de todo y mucho de nada en una virtud que, por fin, aprecio y atesoro. Volví a dar clases y recordé el vértigo de la preparación y la satisfacción de las preguntas y la gente interesada. Como verás no hemos venido a hablar de pandemias. No se lo digamos a nadie, pero mirando a hacia atrás solo puedo agradecer esa inyección extra de tiempo y reflexionar sobre qué tengo -tenemos- que hacer para que no sea una singularidad sino un proceso. ¿Cómo generar tiempo?  Ahora que todos dicen que no tendré tiempo para nada. ¿De dónde saco más horas?

Como todas las tardes de domingo esa pregunta se presenta ante ti indómita. En enero y en principio de año aún más. A qué dedico las horas que tengo hoy, y la priorización deja clara tus intenciones; lo que no está claro es que las hayas valorado conscientemente. Hay que elegir entre leer, llamar a esa persona que hace tiempo que no escuchas, aprender ese idioma que tanta falta te hace o el cero esfuerzo de recorrer la pantalla de inicio de Netflix durante 20 largos minutos. Mejorar tus aperturas con ese libro que desde 1999 te acompaña mudanza tras mudanza a ver si algún día aprendes a jugar al ajedrez o llegar a lugares recónditos de youtube, inconfesables, casi lúgubres. Ordenar el armario, el disco duro o simplemente las ideas o hacer clic en la lista de Amazon. No hacer nada, siempre como opción. Salir a pasear o hacer la playlist mensual de Spotify para no perder tan sana costumbre. Análisis, parálisis. Piensas, ¿no sería mejor hacer solo una cosa?, pero hacerla bien. La maldición del que “mucho abarca poco aprieta”. Nunca, nunca llegarás a ser bueno en nada si empiezas mil cosas que no acabas. Por eso hace tanto tiempo que dejé de escribir. Para qué. Está claro que nunca habrá novela. Que mis galeradas no interesan a nadie. Y como las decenas de opciones anteriores, se evalúa en la ecuación de esfuerzo recompensa y elegimos, sin pensar, las de mayor recompensa a corto plazo. Gambito de Dama, pero en Netflix.

Esa dinámica es la que rompió el 2020, y a ello hay que agarrarse. Prioriza, empieza. Como decía el otrora grande Javier Malonda: “piensa en ponerte las zapatillas no en correr” y que no te dé ya miedo la amplitud; 2020 te dejo claro que eres de anchura no de profundidad. Reele a David Epstein (‘Range: Why Generalists Triumph in a Specialized World’) si hace falta, retoma ‘Quiet: The Power of Introverts in a World That Can’t Stop Talking’ o declama lo primeros 3 capítulos de ‘The Little Book of Stoicism: Timeless Wisdom to Gain Resilience, Confidence, and Calmness’.

Haz. Lee. Empieza y sobre todo… vuelve a escribir.

Hoy, primer domingo de enero, me pasó justo eso y corrí, llamé, cociné, moví 4 fichas, aprendí 15 palabras nuevas y sin casi ganas acabé leyendo 3 capítulos de un libro noruego desconocido que me llegó el otro día por Bookish. No sé si me gustará el libro o no. Pero otra vez, esa sensación de leer un párrafo y tener que levantar la vista para asimilar lo que acabas de leer. Esa sensación del primer post de este blog en 2012 (27 libros, 8298 páginas). Esa maravillosa sensación. Esa fue la que me encendió las ganas de volver a escribir algo. Aunque sea la mayor pérdida de tiempo, aunque siga lleno de faltas y nunca gané al ajedrez, ni baje de los 50 min en 10k, ni sirva de nada concreto leer libros. Eso nos enseñó 2020. Esas pérdidas de tiempo son, al fin y al cabo, lo que nos forja como individuos.

Mirando hacia atrás no me acuerdo de muchos días, momentos, viajes, conversaciones, incluso personas y me da rabia. Sin embargo, cada folio escrito hace que, 9 años después, me transporte automáticamente a aquel sentimiento que me obligó a ponerlo por escrito porque no podía pensarlo ya más…y de repente vuelve el recuerdo. Recuerdos, nuestro bien más preciado. Es que es muy simple, escribo porque esta es mi memoria. Porque la mejor versión de mí escribe. Porque todo lo que soy, lo que digo y lo que hago en el fondo viene de estas páginas que me obligan a poner en orden mis valores, redactarlos de manera inteligible y recordarme (sobre todo recordarme) que este es mi yo más profundo. Al que fácilmente le tapa el día a día, si le dejas. Y volviendo al primer párrafo, perdón por la frivolidad, pero para eso no hacía falta una pandemia. Lo que hacía falta era tiempo, para volver a leer, volver a estar presente. Ni mindfulness, ni minimalismo, ni un proyecto de podcast, ni -perdón- mierdas de esas. Solo escribir otra vez. La pequeña victoria al folio en blanco. En dosis semanales, preferiblemente los domingos por la tarde. Tiempo. Solo necesitaba aprovechar un poco más el tiempo. Ese tiempo que dicen que pronto no tendré. Tiempo, que no se te olvide. Acuérdate de perder conscientemente el tiempo.

Dedicado a ti.

Nadie escribe al presente porque se da siempre por hecho. Nunca nos paramos a pensar en lo que echaríamos de menos:

Las marcas de la almohada un sábado por la mañana, la respiración acompasada. La cabeza sujeta por hilos imaginarios en los horribles asientos de Ryanair. Tu manera de pronunciar la c, tan tuya todavía. Tu risa completa que llena la estancia estemos donde estemos. El rojo de tu cuello al tomar vino, que sube a las mejillas, que se apodera de ti y te da tanta rabia. Las tradiciones grabadas en tu ADN de siglos, tu orgullo de ser quién eres sin que nadie te haya regalado nada. Tu dulzura enmascarada en efímera dureza. Tu aversión física a la injustica. Tus baños de horas, mi manera de mirarte siempre como si te acabara de conocer. Nuestros silencios como espacios seguros. Tu manera de buscarme al despertar de la anestesia, el mensaje de las 11. La posición en la que nos dormimos siempre. Mi obsesión por los atardeceres y tu manera de llevarla. Emborracharnos, juntos. Comer, a cualquier hora. No cansarnos de tocarnos, nunca. Esperarte desde el coche, buscarte en la estación. Bailar sin música los domingos por la mañana. Desayunar siempre. Dormir, de cualquier manera. Escalar, sudar, correr, leerte, reírte, soñarte, aunque estés durmiendo al lado. Llorar con esa serie 18 capítulos seguidos. Reírnos de palabras que no existen. Lolechek a escondidas en la terraza. Creernos mejores que el resto, a veces serlo. Que nunca nunca se nos acabó la conversación, ni las dos veces que nos enfadamos en 6 años. La posibilidad de hacerte siempre reír, hasta en la situación más desesperada. Saber que el tiempo no vuelve, y aprovecharlo. Hacer planes juntos, cambiarlos. Vacaciones de todos los colores. Luna de miel con garrapatas. Tu paciencia el día de la boda, el orgullo de mirarte al fondo del pasillo. Tu cara aquel día en Valeria (Cuenca), mi susto durante la cena. La manera que tienes de saber en todo momento como me siento. La certeza de saber que nuestra intimidad no deja espacio a la mentira. La consciencia de la fragilidad de todo lo que hemos construido y el cuidado con lo que lo tratamos. Regar las plantas, dos o tres veces por semana. Nuestra única religión de ir a dormir sin reproches, la fe ciega en cada nuevo día. Saber que lo peor está aún por venir y reservar la energía. Ser consciente de la suerte y no desperdiciarla. Compartir valores y creencias. Apreciar lo que nos diferencia. No tener miedo al futuro y nunca dar por sentado el presente. Csesc kochanie cada vez que descuelgo el teléfono. Nuestra cajita de momentos: la foto en Inle lake, mi regalo de cumpleaños en Creta, la cena especial en aquella isla perdida, tu primer cumpleaños en Varsovia. Nuestra primera vez en Barcelona. Noruega una y mil veces. Kazbegi en Georgia. Italia los años pares. Portugal en coche, toda España en casas rurales. Berlín, Islandia, Cantabria, Creta y casi, casi Japón. Porque el 2020 nos tenía una sorpresa preparada y no llegamos a comprar los billetes. Japón será otro año, este toca salto al vacío. Empezó la aventura.

Hoy, mi primer 1 de enero sin resaca desde 1997, he salido a correr, hemos deshecho las sábanas varias veces y le he puesto “Is This the World We Created…?” a tu barriga como llevo haciendo desde hace meses. Hoy le doy la bienvenida al 2021, que empieza por caminos inexplorados, que me coge en mi mejor momento. Sin miedos, ni lastres. Hoy quedan tan solo dos meses para que llegues al mundo. Y ahora sí que vuelvo a tener una razón para escribir. Un sujeto del tú que lo cambia todo. Recuperaré galeradas y reinicio esta buena costumbre. Dedicado a ti, que aún no te llamas.

Febrero, la grisura y algo parecido a una declaración de amor

Se escapa el 2015 sin que nos demos cuenta, lo mismo le pasa a mis treinta y a la promesas que me hice una nochevieja en el puente de Albert Bridge. Se escapan las cosas a las que no puedes aferrarte, ya solo quedan mis folios, tú y una extraña sensación de misión cumplida. Bienvenida sea la soledad compartida de este invierno amable, imposible de repetir. Quién sabe si llego la hora de marcar algunos de los checkboxes. Quién sabe qué será esto que empieza ahora.

Dicen que dejo Londres y vuelvo al Madrid canalla que una vez me hizo como soy. Dicen. Dicen que se acabaron los 4 vuelos al mes y despertarte sin saber en qué ciudad duermes hoy. Dicen esto mientras a mí, cada vez, me cuesta más escribir. Jodida mezcla esta de felicidad contenida y pollo loco corriendo sin cabeza.

Mientras, febrero llegó otra vez. Como todos los años. Como aquella pequeña chica pizpireta que solía aparecer algún invierno. Hoy es viernes y he quedado contigo en el Starbucks de Marszalkowska, me desperté ayer en Barna borracho de amigos tras una noche recordando lo jóvenes que fuimos hace demasiadas noches en Madrid. En el avión volví a leerme un librito de esos que de triste que es te hace sentir vivo. Hablaba de Pigalle, de la juventud perdida y de un café donde me encantaría que alguien supiera mi nombre. Uno de esos sueños raros que nunca se cumplirán, una caja que queda sin checkbox. ¿Cómo de importante es eso ahora?

Pasa la tarde aquí en el café, escribiendo, llenándo mi cabeza de ti mientras veo pasar la gente y deseo ser todos ellos por un rato. Me doy cuenta de que quizá eres tú ese monstruo que devora mis obsesiones o la señal obvia del final de esa parte de mí que no hay más remedio que dejar atrás. Como bien dice Podiani:

Era un parroquiano muy discreto de Le Condé y siempre me quedaba un poco aparte y me contentaba con escuchar lo que decían todos los demás. Me bastaba. Me encontraba a gusto con ellos. Le Condé era para mí un refugio contra todo lo que preveía que traería la grisura de la vida. Habría una parte de mí mismo –la mejor– que algún día no quedaría más remedio que dejar allí.

La grisura de la vida, qué duro y qué verdad. Y cómo asusta. De hecho parece que sea de lo único que sé escribir y es que como los galos temían el cielo cayendo sobre sus cabezas, del mismo modo, temo yo la grisura de la vida. Y ya está bien. Que cada uno escoja sus fantasmas. Hay gente que se obsesiona con parecer, otros con conquistar –mujeres, sueldos, pequeñas victorias–, hay quien solo quiere marcar los checkboxes, otros –como mi vecino– quieren cambiar el mundo. Yo no. Por momentos tan simple que parece mentira: yo tan solo quiero erradicar la grisura. Yo quiero color.

Pero volvamos al avión y definamos color para aquellos que creen que alguna vez mis metáforas aspiran a algo…

IMG_8872

En ese mismo avión, sobrevolando Bratislava, decidí que esta noche te pondré en los earphones del iPhone esa canción de Låpsley en modo repeat. No entenderás nada pero cuando salgas de la ducha y yo te pediré –una vez más– que simplemente confíes en mí. Para entonces las dos botellas de Ribera del Duero que compré en el Duty Free serán carcasas vacías de las ganas que tenia de verte. Sobre tu piel blanca y tu pelo rubio tan solo dos auriculares inundando completamente esta pequeña habitación que tanto vamos a echar de menos. Otra vez la música a todo volumen para sentirnos un poco más livianos. Te hablo y te conformas con leer mis labios mientras yo noto como empiezan a temblar los tuyos. La música muy alta en tu cabeza. La temperatura que no deja de subir y afuera todo completamente nevado. Recorro una y otra vez los ciento y ochenta centímetros de un cuerpo que no me acabo. Como si fuera la primera vez, o como si fueras a desaparecer mañana. No me canso de ti. No me canso de pensar que quizá tú eres el propósito que tanto andaba buscando. Así es para mí el color. Así combato la gisura. Sin casi poesía.

Y todos sabemos que pronto dejaré de escribir porque dejará de tener sentido, una chica que le da mil patadas a la que un día imaginé entrando en el Royal Festival Hall está a punto de venir a recogerme. Para alguien como yo que solo sabe escribir sus tontas ensoñaciones sería importante saber parar antes de convertir estos pensarmientos en manadas de unicornios vomitando arcoíris. Quizá ahora toca escribir de los miedos, de los nuevos, tan distintos como absurdos. De los hijos que no tengo o de la crisis de los cuarenta. Quién sabe.

Aunque mi único miedo hoy, en este Starbucks de Marszalkowska, dista un poco de la grisura. Hoy temo lo que dejo atrás, temo no perderme nunca más en un café de una ciudad en la que no conozco a nadie. No volver a viajar sin planes. No volver a tener al tiempo y la soledad como aliados. No volver a sentirme en casa en un sitio que no conozco. Pero algo me dice que tú te perderías conmigo y como dijo Bill tenemos pendiente nuestro viaje a ninguna parte para ver si nuestras miserias son acicate, un mal soportable o suficiente razón para mandarlo todo a la mierda.

Ahora cuando acabe Låpsley te lo diré al oído…¿declaramos juntos la guerra a la grisura?

Noviembre y tú: la distancia.

El domingo me desperté una vez más con resaca. En el vigésimo primer piso del Strata. Ben me tuvo hasta el amanecer contándome que no sabía cómo dejar a María. Ella es actriz, él programador y hace dieciséis meses de sus primeros tres meses juntos. Nos conocimos el sábado, Ben vive en Elephant and Castle, ella en Malasaña. Dormí en un colchón en el suelo, con manchas de sustancias irreconocibles que dibujaban un mapamundi casi perfecto y sabiendo desde el principio que me arrepentiría de responder sí a «¿te tomas unos Pacharanes en mi casa?». Así fue, al día siguiente caminé arrastrando los pies por la orilla del Támesis de vuelta a Fulham. Con la bufanda salvándome la vida, la música más triste posible y deambulando concienzudamente hacía el barco-terraza de Vauxhall. Full English Breakfast, Ibuprofeno y Bitburguer: desayuno perfecto para el último domingo de noviembre. Un día cualquier sino fuera porque me dolía sobremanera esa vieja herida mal curada: la distancia.

elephant-and-castle

La distancia que alegará Ben cuando llame a María. La que me separa hoy de ti, la que siempre me acaba separando de lo que fuera que sea que viene después. La de los cuatro meses que hace que salí de un coche robando besos que no merecía y mi consiguiente silencio reglamentario. La de los años que cumple Halloween cada noviembre o los lustros que me separan del mítico email de ‘el final de la primera parte’. La de los decenios que hace de aquella cabina o la eternidad que empezó con aquel último abrazo. Medida a veces en tiempo, pero muy jodida ella siempre: la distancia.

Miles de kilómetros que hacen que esta noche no cenemos juntos, ni mañana nos arrepintamos de los excesos del vino especiado. Porque anochece en Londres a las 4 en diciembre y el frío trae siempre miedos y lo que parecía fácil en verano te hace sentir ahora cobarde. Debería coger la mochila e irme, sin mirar al pasado, haciendo caso omiso del ruido ensordecedor de las jornadas de 9 a 5. Acabar de golpe con la distancia, a veces, de lo que quiero ser; siempre, de lo que quise que fuéramos. Ya me lo dijeron todas ellas antes: “esperas siempre demasiado”.

Aunque hay peores distancias: la de la mentira que no confiesas, la de los dos centímetros que no se recorren por miedo a dejar de ser amigos, la de la personas que nunca dejas de querer, la de la madre que escucha llorar al otro lado del teléfono o la del que duerme con alguien a quien dejó de amar sin importarle cuándo. La distancia del que viaja cada semana al norte sin un ápice de ganas. La del que aguanta callado sus propias inconfesables y más duras miserias. Muchas difíciles, algunas crónicas, casi todas insalvables: las distancias.

Porque aprendimos de la peor manera que huir hacía adelante añade kilómetros pero no te acerca a nada ni a nadie. Comprobamos que los fantasmas te persiguen sin importarles la geografía, que los kilómetros no alejan los recuerdos, ni endulzan las mentiras, ni desaniman a las chicas que se pasean descalzas por los sueños de los cabezotas y los melancólicos.

Distancia del final es saber que te quedan unos cincuenta años de media. Que hay uno o dos nombres que quizá se queden sin poner, que nunca sabes quién será tu última oportunidad de ser feliz y que acojona reconocerlo en voz alta.

Distancia de ti que eres lo mejor que me ha pasado nunca. ¿Cómo pedirte que te vengas conmigo y arriesgarnos a perderlo todo?

Ben me dijo que leyendo el otro día a Ortega es cuando se dio cuenta que lo suyo con María se había acabado: “Toda realidad que se ignora, prepara su venganza.”

Uno sólo se distancia de lo que cree que no importa lo suficiente. Ese es el problema de confundir las prioridades.

Noviembre, ¿a cuántos kilómetros de mí mismo acabaré por encontrarme?

Septiembre y las primeras veces

Desde niño cuando entro a una habitación de hotel por primera vez siento la ilusión especial de quien abre un regalo el día de Navidad. ¿Qué vistas tendrá? ¿Cómo será la cama? ¿Y la ducha? ¿Se habrá olvidado alguien algo en los cajones? ¿Qué habrá pasado en esta habitación antes de que yo llegara? Cuando voy solo me tomo mi tiempo y dedico el rato que sea necesario para familiarizarme con la que será mi casa las próximas 24, 48 o 72 horas. Me encanta. El otro día entré acompañado a un hotel con vistas a la Pedrera en la siempre bonita Barcelona. Salté sobre la cama, abrí las cortinas de par en par, escudriñé el mini bar y decidí que esa habitación, esa tarde, esa chica, merecían abrir un botellín de Jack Daniel’s sin hielo y bebérselo con los vasos esos que dejan en los cuartos de baño tapados con cartón ribeteado que simula el encaje de los sujetadores. Ella me miró sin saber muy bien qué estaba pasando y me dijo “¿siempre haces eso cuando entras a un hotel?”, no le contesté porque lo preguntó justo después de beber el primer sorbo de whiskey pese a decirme que no le gustaba y ese gesto merecía parar el tiempo y que inmediatamente me la comería a besos.

IMG_0156-2

Hoy, casi un mes después, es un domingo cualquiera en Londres y en este septiembre suena George Ezra en mi nueva lista preferida de canciones. Sin razón alguna me ha vuelto esa pregunta que se quedó sin respuesta aquella tarde en Barcelona. Me gustan las primeras veces, eso es lo que debía haberle contestado. Me gusta cuando dos pies desnudos se tocan sin haberlo hecho antes, cuando –sin prisa alguna– una blusa se da la vuelta para quedarse enganchada sobre un cuello que acabas de conocer, cuando amaneces por primera vez frente una espalda llena de pecas, me gusta cuando aterrizas en una ciudad en la que nunca has estado, cuando echas de menos sin razón aparente, cuando entiendes –por primera vez– que alguien se ha colado del todo en tu vida. Cuando frases que acabarán siendo cotidianas ni se han dicho aún. Me gustan las primeras veces y un hotel es la excusa perfecta para celebrarlas. Hace mucho tiempo pensé en poner un anuncio por palabras, algo del estilo: adicto a las primeras veces busca tratamiento. Menos mal que no lo hice. Menos mal que los Tinders y Badoos han hecho mainstream las sociopatologías y me siento un poquito menos raro.

No te preocupes que lo sé, yo también lo estoy pensando: ya no tengo edad para esto de las primeras veces. Pero lo siento, no lo puedo evitar y quizás un día de estos realmente prueben un tratamiento y me inviten al grupo placebo. Vuelvo a sentirme vivo un septiembre que tradicionalmente es mes de lluvias y palabras malsonantes. Vuelvo a cocinar y preparar café y exprimir zumo un domingo por la mañana. Y es que septiembre parece más guapo y mejor como decía aquella canción de Lichis. Será pues que esta adicción no es tan mala y que de esta montaña rusa en la que viajo a lo mejor sí se puede salir vivo, quizá hasta cuerdo…quién sabe a lo mejor hasta yo también puedo ser uno de esos que llaman felizmente estables. Bueno, tampoco exageremos. Pasa rápido al siguiente párrafo antes de que escribas que lo bueno no dura, que nada es eterno o antes de que la bruja esa que hace vudú con tu pasado clave otro alfiler mientras murmura: “de ella, tonto, también te acabarás cansando (o ella de ti)”. Corre, inconsciente, ¡corre! Punto y aparte y al siguiente párrafo.

Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi pero no tengo tan claro cuándo empezamos a miramos de una forma diferente, ese momento es difícil de identificar. Igual que es difícil recordar cuándo os tocáis por primera vez o en qué instante dejó de haber vuelta atrás. Estrenar gestos de complicidad: usar la misma ducha, descorchar vino, quemar la cena, sentir celos, tocarle el culo, ver que se aleja en un aeropuerto, recogerla en la estación, mensajes mal escritos en medio de una borrachera, echarla de menos lo suficiente como para decir su nombre una mañana solo entre las sabanas; todo, todo, todo, tiene su primera vez. Y engancha, claro que engancha.

Septiembre te toca, ahora me dirijo a ti, porque este año lo has vuelto a hacer. No esperaba menos. El día 5 recibí una oferta de trabajo para volver a cambiar de país, de rutina y de excusas. Nunca me fallas. Has traído lluvia como todos los años y esa extraña sensación de estar perdiendo el tiempo y gastando la memoria. Septiembre, eres un viejo cascarrabias que se arrepiente de todo lo que no hizo antes de los 60. Con artritis y el vino prohibido por prescripción médica. Septiembre, yo también te compadezco, pero ¿sabes qué? este año trajo tu primera vez, desde que te vengo escribiendo nunca un septiembre me sentó tan bien ni tuve tantas ganas de que esto no se pase nunca. Sea lo que sea. Quizá septiembre, quizá, al final encontré la cura y se acabaron los otoños llenos de reproches. Para todo hay una primera vez, que nadie nos la arrebate, ni la malgaste, ni la posponga.

Septiembre, ¿se cura?

Agosto: Apuntes de mi paso sobre el verano.

Lleva siempre calcetines de reserva cuando viajes, ya que se puede tener frio en todas partes menos en los pies. Pide menú sin gluten o Kosher si quieres que te sirvan la comida antes que nadie en el avión. Vuelve a Nueva York. Sonríe, aunque los mofletes te choquen con las gafas de sol y no salgas bien en los selfies. Pasa una noche en vela. Ten una conversación de, al menos, cinco horas con alguien que acabas de conocer. Habla con desconocidos siempre en verano, en invierno no funciona igual y en otoño corréis el riesgo de no entenderos. Ríete solo, grita cuando haga falta y baila por lo menos una vez saltando sobre la cama del hotel, eso querrá decir que la euforia –ese bien tan escaso– te habrá pillado desprevenido. Elige con cuidado los libros de cada verano, escoge las historias que contarás, escoge con quien las compartirás, escoge todo lo que puedas porque vas a acabar cambiando los planes y es bueno tener algo a lo que aferrarse. Escucha hasta el aburrimiento una canción que tenga demasiados años, que alguien te haya recomendado y que te haga recordar para siempre esa persona y ese verano. Ponte al menos una vez “Enero en la Playa” para recordar lo mucho que se echa de menos el sol en invierno. Nunca, nunca, nunca te creas que hay dos mujeres iguales, ni dos cuerpos parecidos, ni dos situaciones semejantes. Enamórate siempre como la primera vez, aunque tan solo dure tres días. Recuerda que hay cuerpos que simplemente no encajan, u olvídalo de nuevo si quieres, pero no te engañes volviéndolo a intentar. No mientas, ni compadezcas, ni mires jamás debajo de un bikini si no te han invitado. Como dice Steibenck afronta las resacas como una consecuencia, no como un castigo y bebe vino siempre que puedas. Regala algo a alguien que no se lo espere y ponle una dedicatoria que se revalorice con los años. Mira, aprende y escucha a los mayores de 60 que son los que saben más que nadie. Viaja, a la playa donde te criaste, al pueblo de tu primo, a Madrid desierto en vacaciones o donde haga falta. Viaja sin dinero o gástate todo el que tengas, no importa. Viaja e improvisa. Improvisa hasta que un día te quedes a la puerta del restaurante perfecto por no haber reservado. Haz de esa noche algo igualmente inolvidable. Conoce gente a la que nunca volverás a ver y de la que nunca te podrás olvidar. Trabaja cuando nadie más lo haga una noche fría de agosto para recordar que lo que te da dinero a veces también te gusta. Lee desnudo, haz el amor vestido y suda…suda todo lo que puedas cada verano. Arrepiéntete de tantos febreros esperando que llegue el buen tiempo y cómprate una bici para desear que llueva otra vez. Entierra una botella en la playa de arena más blanca y pásale por la espalda todos los hielos hasta que parezcan croquetas. Huye de los aburridos. Haz una hoguera con gente con la que te llevas más diez años y fríe sardinas y ríete hasta que olvides qué era lo que tenía tanta gracía. Corre hasta quedar exhausto, nada hasta que duelan los brazos. Disfruta de ocho horas de espera en un aeropuerto porque por fin podrás acabarte ese libro que te hace pensar en ella. Promete a alguien que os volveréis a ver aunque los dos sepáis que es mentira. Garabatea una lista de momentos del verano en una servilleta mientras atardece, pinta una palmera y deja que lo hielos del ultimo negroni del verano te agüen un poco los ojos. Pelea hasta el último minuto para que los tres meses que separan San Juan y el mes más duro del año valgan la pena…

Esta noche pide en recepción una cubitera para ese vino blanco que has conseguido a la salida del restaurante, sube a la habitación y sin nada más encima que el miedo de haberos conocido deja que suene esta canción mientras te acabas a sorbos este agosto.

Porque en verano el único plan que importa es no enamorarse, aunque al final fuera el único que no cumplimos.

Bonus: El título del post se lo robé a Marwan porque me encanta como ha titulado su nuevo libro-disco http://www.marwanweb.com/ y porque la otra opción era «Agosto sin planes»

Un día de Julio – Verano 2015

Te voy a contar un secreto ahora que parece que lo sueños vuelven a estar de saldo: no se lo digas a nadie pero te voy a traer aquí, para ver si, como a mí, se te encoge un poquito el estómago la primera vez que sales de una boca de metro en Manhattan.

Nos hospedaremos en Brooklyn en honor a Nathan y a los primeros libros de Auster. Nos despertaremos antes del amanecer porque el jet lag no deja otra opción y con un café aguado y sin cámara de fotos recorreremos Broadway desde Fulton St hasta Time Square. La idea es cansarte, dejarte exhausta para poder engañar a tu vértigo cuando caiga la tarde y cruzar como si nada mi puente preferido. Descalzos en el césped de DUMBO nos olvidaremos por un instante de los atardeceres de película para brindar por nosotros con dos cervezas lager de las que hacen en Utica. Te traeré aquí para no perderme tu gesto ante el estruendo de los vagones en este metro tan destartalado, para reírme cuando te quejes de los bocinazos y para besarte sin prisa en todos los semáforos y declarar descaradamente la guerra a toda esta gente vencida ante la urgencia. Te llevaré disimuladamente, sin que lo sepas, a descubrir el Flatiron tras una esquina, para que me digas si tú también sientes atracción por esa manera suya de esconder tan perfecta silueta y querré saber si eres de las que se preguntan cómo sería vivir en un apartamento donde el viento es uno más de los inquilinos. Nos sentaremos uno frente al otro como si el destino aún no nos hubiera juntado y cruzaremos las sonrisas en todas la estaciones de la línea A que va de Brooklyn a la Octava. Te sabrá a gloria la vegan burger del Shake Shack de la 44 y cansados, sabiendo que hay momentos que no vuelven, seremos por un rato adolescentes en el césped de los parques neoyorquinos. Te traeré a esta ciudad que a todos nos hace sentir pequeños y miembros de algo de lo que no sabemos si queremos formar parte e intentaremos entender en qué se ha convertido el mundo mirando a las caras de esta inexplicable amalgama de gente, ilusión y hastío. Te diré que podríamos vivir en Williamsburg para ver si entiendes de una vez que contigo el lugar no importa. Y cuando llegue la noche nos emborracharemos en la barra de ese bar con pianista a $20 el mojito y entenderemos que ningún lugar interiorizó mejor la salsa que esta ciudad bastarda, orgullosamente mestiza, de padre americano y madre latina. Te agarraré fuerte las mismas caderas que dejé escapar una noche en Londres hace ya demasiado tiempo y sudados, sin espacio para que reacciones, te diré –a ritmo de un bolero– eso que llevaré demasiado tiempo callándome y que es el único verbo no egoísta que en primera persona del singular rima con te echo de menos.

photo

Brooklyn, Verano 2014.

Alguien en junio

Alguien, como en la frase “he conocido a alguien”, como en aquella vieja manía de no dejar de pensar en ti. Alguien, lo digo en voz alta, lo repito para escucharme y sigo creyendo que hay trampa, que algo no encaja, que yo debía pasar el verano buscándome entre aeropuertos…que yo, como España, este verano no jugaba mundial.

Pero ha llegado alguien y ya no puedo escapar de aquí. De ese aquí constante de buenos días, dos puntos arterisco, dulces sueños y docenas de puntos suspensivo. Inexplicable dosis diaría de sinrazón. Frases suyas que acortan mis horas y me convierten en el único tipo feliz que espera el autobús. Hoy una mujer me dijo que hacía tiempo que no veía a alguien –otra vez alguien– escribir tan rápido, ni sonreír tanto, yo le dije: “la tendrías que conocer”.

Fuma

Fuma, como Rita o como Gilda, con las mismas espaldas de nadadora, hombros al aire y la presencia de alguien que sabe dónde mirar. Ríe, como alguien  –otra vez alguien–  a quien nunca le han hecho daño y sin embargo va por la vida dejando claro que no hay nada que temer. Muerde, persistiendo su sonrisa con mordiscos que duran días, perfecta excusa para confesarle las sensaciones de su boca acercándose a mí. Sueña, como hago yo con ella, que a lo mejor no estaba todo perdido y que cuando menos te lo esperas aparece quien contra todo pronóstico invierte la pirámide de prioridades de cosas pendientes por hacer. Ella. Alguien. Ella. Una y otra vez.

Junio con sus viajes, sus frustraciones, su karma y su reputa madre –perdón– sabe tan poco del futuro como nosotros pero cambiaba ya los 178 días que llevamos de 2014 por esos once minutos en el parque con vistas a Canary Wharf. Yo pensando que me había equivocado, ella –como siempre me pasa– varios pasos por delante de todo lo que iba a ocurrir. Cuántas veces tendrán que recordarme que no vale de nada analizarlo todo cuando un gesto basta para demostrarme lo poco que sé.

Los mayos siempre derrumbando castillos, este fue uno de los más duros y solo aquel que bien me conoce supo hacerme reaccionar, bastó un simple «¿estás bien?» para sacarme del letargo. Mea culpa, a veces pido ayuda a gritos en cuartos insonorizados y me desgañito esperando que me respondan: imposible por definición. Y aún así seguí gritando callado en junio y subí todo lo alto que pude intentando dejar atrás mis miedos y huí en tren, avión y barco de esa parte de mí mismo que no alcanzo a dejar atrás. Curiosamente en junio también quise escribir ese libro o mandarlo todo a la mierda y solo conseguí durante diez días no dormir dos noches seguidas en la misma cama, ni en la misma ciudad. Huyendo de mí tan rápido iba que cuando por fin me enfrento a este teclado lo primero que me sale es “alguien, he conocido a alguien” y todos los lastres pasan a segundo plano que es de donde nunca deberían salir. Y abusando como siempre de los símiles, es como si después de muchos años sin ver a una persona te dieras cuenta de verdad de cuánto –que es muchísimo– la has llegado a echar de menos, aún sin llegarla a conocer.

Intento autocensurarme, de verdad que no quería escribir justamente hoy, intentado evitar un “busy girl” de libro, pero nunca hay suficiente razones para callarme y me gusta pensar que algún día volveré a leer esto y me reiré. Me reiré mucho. Por cierto, para los que siguen este drama-diario, informó que busy girl y el ganador del Gran Hermano lo acaban de dejar y que me encantaría dedicarle –con cariño sincero– la letra de este temazo que me recuerda una frase a la que era adicto (pasado) y que esconde tanta cobadría como falta de ganas de enfrentarse a la realidad: “todo lo que pudo haber sido y no fue”.  http://youtu.be/L77XIfnJppA

I’ve got what I need but it’s not what I want
With these shifts that I work
it’s the best that I’ve got
I’ll see you again when we’re both off the clock
or I’ll find another girl
or I’ll find another job

Por último, déjame hacerte la confesión más grande de todas las ya hechas, déjame escribir la frase más importante de lo que llevamos de año. Déjame reconocerle a este escondido refugio de soliloquios inútiles que lo único que me apetece ahora mismo es hacer un Bill Murray con ella…y descubrir por mí mismo si este alguien es el nuevo contigo.

«If you have someone you think is the one, don’t just sort of think in your ordinary mind, think ‘Okay, let’s make a date,
let’s plan this and make a party and get married.’ Take that person and travel around the world. Buy a plane ticket for the two of you to travel all around the world and go to places that are hard to go to and hard to get out of. If when you come back to JFK, when you land in JFK and you are still in love with that person, get married at the airport!»

Hasta mañana Warsaw. Hasta pronto New York.

Mayo o la pequeña victoria

A veces pienso que una pequeña victoria sería sacarte una sonrisa con cualquiera de estas cartas, aunque no te vea, aunque nunca sepa si algún día las llegarás a leer. También lo hubiera sido olvidarme de ti un día como hoy.

Una pequeña victoria era, hace muchos años, saber que me leías. Era una pequeña victoria cualquiera de tus gestos, porque teníamos todo el tiempo del mundo y ninguna prisa, ni ningún miedo. Viajábamos sin equipaje, nos conformábamos con poco, nos dejábamos llevar. Cada día ganado al olvido era una pequeña victoria.

Un pequeña victoria ahora es dejar de destrozarme los dedos con esa manía tan molesta de tocarme los padrastros mientras leo, escribo o dejo pasar el tiempo. Sería toda una pequeña victoria mirarme al espejo y que me gustara lo que veo, presentarme por fin como lo que quiero ser, no como esta versión descolorida de uno mismo a la que me he acabado por acostumbrar. Conocí a un chico el otro día que dijo que nunca hay que desaprovechar esos cinco segundos de incertidumbre de los que disponemos cada vez que conocemos a alguien. Él es gallego pero siempre se presenta diciendo que nació en el Tibet y que se dedica a la quiromancia mientras te coge la mano con cariño e intención de leerla, te desarma nada más conocerle y cuando estás aturdido intentando ensamblar cómo encaja esa historia ante la persona que tienes delante, entonces –a bocajarro– te dice que no, que él es escritor y que le encanta imaginar historias y contarlas, que le perdones que solo te quería hacer reír. Ni han pasado 10 segundos y ya tiene todo tu interés y gran parte de tu simpatía. Este tío es un crack. Yo últimamente me presento con la boca pequeña, sin mirar a los ojos y pensando que ya tendré tiempo para causar buena impresión. Error. Una y otra vez: error. Error, desde hace más de cinco años.

La primera vez que estuve en Madrid una noche de fiesta fue en 2004, recuerdo ir  en el metro y mirar a la gente y decirle entusiasmado a mi amigo: “en este ciudad hace falta montarte un personaje”. Me imaginaba paseando por las terrazas de la Latina, llevando un sombrero blanco con tira negra, un libreta bajo el brazo y, como si de un Hemingway cualquiera se tratara, ir a los toros o al vermut a pasear mi nueva adquirida personalidad. Cuatro años después viví en Madrid por dos años, mirando atrás creo que más que personaje fui caricatura.

Una pequeña victoria sería decidir qué quiero ser de mayor antes de cumplir los cuarenta –por cierto, felicidades–, sería también, quizás, dejar de mirar al pasado con esta carga de melancolía. Todos los mayos me dan ganas de quemar mi armario, comprar toda la ropa nueva para este verano e ir a buscarme en chanclas al otro lado del mundo, a ver si estás por ahí.  Una pequeña victoria sería escribir un folio al día el resto de mi vida, sería desear algo lo suficiente como para que perseguirlo valiera la pena. Una pequeña victoria ha sido despersonalizarte cuando escribo. Una victoria imposible sería aprender algún día a usar bien los diálogos.

Ayer vi una película en pijama tras desayunarme una cerveza, quería pasar el rato sin hacer nada y acabé maldiciendo esta losa de conformismo que anquilosa mis sentidos. En la película el padre es escritor de éxito y a su hijo de 19 años le da el siguiente consejo:

–You know Flannery O’Connor?
–I know Flannery O’Connor.
–She said nothing needed to happen in a writer’s life after they were 20. By then, they had experienced more than enough to last their creative life. So?
–So what’s your point?
–My point is… Sit down for a second, please. Rusty…I don’t think you’re experiencing enough. Rusty, a writer is the sum of their experiences. Go get some. It will be fun.

tumblr_mw8d8hnZPw1qb9pa3o1_500

“Go get some”. A veces pienso que no puedo escribir más ni mejor porque me falta justo eso, experiencias. Las que tengo están gastadas y las que me tienen que pasar no acaban de cruzar la frontera de la imaginación. Una imaginación que parece no ser suficiente para cerrar la trama de una novela, una imaginación que por ahora solo me ha servido para complicar las frases hasta sentir que me desprendo de un trocito de mí. Hasta dejar por escrito lo que quiera que sea que punza donde solo duelen las ideas.

Rusty tiene una hermana, dos años mayor que él, que está a punto de publicar un libro y que, desde el tejado de su casa, se permite darle un consejo tras preguntarle si hay alguien en su vida.

–Got your eye on any girls this year?
–Yeah, there’s this girl…Kate, in my English class. Every time I see her I hear that song, the Beatles’ song, «I’ve Just Seen a Face,» playing in my head.
–God, you are so pathetic.
–At least I know I’m pathetic.
–Let me give you some advice.
–I can’t wait to hear your advice.
–It’s so friggin’ awesome. There are two kinds of people in this world. Hopeless romantics and realists. Right. A realist just sees that face and packs it in with every other pretty girl they’ve ever seen before. The hopeless romantic becomes convinced that God put them on Earth to be with that one person. But there is no God, and life is only as meaningful as you fool yourself into thinking it is. Guys who get laid a lot are realists. You should be listening. Just avoid love at all costs. That’s my motto.

tumblr_mti88uRPTG1rie27io1_500
– You never been in love?
–If love is setting a place at the table for someone who is never coming home, I think I’ll pass.
–That’s fucking depressing, Sam.

 

 

Una pequeña victoria sería ver esa película y no sentirme viejo, ni pensar en ti. Toda una victoria sería no haber llegado al triste punto de añadir «cheesy-tumblr-gifs» a este blog perdido y sin sentido…¡despierta!, pero sin duda la mayor de todas las victorias sería encerrarme cuatro días seguidos y volverme loco y no hacer nada más que volcar en estos folios toda estas historias que me rondan la cabeza con personajes que no dejan nunca de hablarme, ni de perseguirme, ni de pedirme por favor que me decida a hacerlos realidad. Sería friggin awesome, como dice Sam, tener aunque fuera el primer párrafo de esa que alguna vez será mi historia. De ese libro que llevo postergando por miedo a no saber cómo acaba. Qué gran victoria sería desear algo lo suficiente. Dejar de poner excusas, dejar de hacerlo todo hasta que ocurra aquello que tanto deseas. Sacrificar el sueño, las mentiras y esas ganas inútiles de salir a buscarte una y otra vez.

A veces pienso que a lo mejor tampoco hay que mirar tan lejos: bastaría un polvo, un maratón, una novia o quizás un nuevo trabajo para satisfacer esa necesidad insoportable de pequeñas victorias. Esas veces me parece estar mintiéndome un poco.

La próxima vez que me presenten a alguien interesante le diré que estoy escribiendo una novela, que nací para escribirla y que todo lo que ha pasado hasta ahora tiene sentido viéndolo ahora en perspectiva, le diré además que vengo del futuro y que no se preocupe que allí somos todos felices, especialmente ella –sonrisa pícara, silencio perfectamente medido–… y yo.

Mayo, como verás no cumplo mis promesas y siempre hay más mayos por mucho que te maldijera la última vez.

Mayo, perdona…¿y si nos damos una tregua? ¿Y si ha llegado por fin la hora?

Te pido poco, tan solo…una pequeña victoria.

 

“A professional writer is an amateur who didn’t quit.”

Richard Bach

Vuelo a ninguna parte

Ella leía un libro de poemas de Gioconda Belli, yo he de reconocer que hasta que no vi la portada del libro ni me había fijado en quién se había sentado a mi lado. Compartíamos el escueto espacio del reposabrazos de un avión. Yo, con destino a ninguna parte; ella –como decía la poetisa– con el rumbo exactamente opuesto.

Vi la portada y me cambió la cara, como el que reconoce a un buen amigo en la multitud y se alegra aunque le haga sentir terriblemente viejo. Ese libro es un libro especial, ahora mismo podría recitarle ese poema que escuché por primera vez en un programa de radio que ya no existe y que locutaba alguien a quien hace tiempo perdí la pista, un tal Guillermo Álvarez. Su programa se llamaba el “Sol de medianoche” y se despedía siempre con una frase que sintetiza toda una época: “Que la lluvia de la felicidad te coja sin paraguas”. Guillermo leía los textos añadiendo y quitando frases a su antojo e intercalando poemas con maravillosas canciones que yo entonces solo empezaba a descubrir. El programa se emitía demasiado tarde, de madrugada, aun así yo lo grababa religiosamente en cintas TDK de 90 minutos que luego escuchaba una y otra vez en mi walkman. Como otras tantas cosas, esas cintas se perdieron para siempre, pero ese poema aún lo puedo recitar de memoria.

De vuelta al avión, yo acababa de empezarme “La Tregua” de Benedetti. De Mario hay que leerlo todo y varias veces. Hasta que cale. Este libro es un ejemplo, habla sobre todo de la jubilación, de la amargura y el tiempo, de cómo postergamos las cosas, no solo lo que no hacemos sino a veces también lo que queremos ser. Es un libro tan dulce como amargo pero que ayuda a reflexionar, justo lo que necesito en esta nueva época de zozobra.

Intentaba leer mientras miraba de reojo a mi recién descubierta compañera de fila. Delante dormía una chica ocupando los tres sitios que van desde la ventanilla al pasillo, se había tumbado en posición fetal y yo la observaba de extranjis por el estrecho espacio que dejan los asientos. De espaldas era tan pelirroja, tan piel clara y tan pecas que sin que abriera los ojos ya sabía que eran verdes. A mi otro lado se sentaba una chica de facciones eslavas, muy seria, con porte afligido a excepción de una cómica nariz respingona que invitaba a sonreír. Un fular amarrillo arropaba su belleza, corpulenta y contundente, intentando paliar, sin éxito, ese frio perenne que hace en los aviones.

Un chico algo guapo, muy rubio y con una camiseta apretada azul celeste se levanta en ese mismo instante. Su irrupción en la escena hace que me acuerde de la serie esa que vi el otro día tumbado en la cama desecha de un hotel cualquiera. Esa serie en la que una chica se enamora de un bombero de esos de cuerpo perfecto que, curiosamente, es doctor en filosofía, lo cual al guionista le debió parecer una estupenda excusa para citar a Kant y Kierkegaard mientras se fuman el cigarrito post polvo. “Seize the moment”, le decía pensativo el maromo antes de ofrecerle caladitas de un bong. Ella, que lleva seis meses en rehabilitación, se enfada, se viste y desaparece hasta el próximo capítulo. Extrañamente esa imagen de ella vistiéndose me hace pensar en la casi imperceptible cicatriz que tiene la protagonista en el labio superior. Cicatriz que tiene igual un compañero de trabajo que después de más de cinco años juntos solo le detecté el otro día. Justo cuando mi jefe, con ganas de llamarme mil cosas peores, me dijo que yo era un aristócrata, que no me gustaba mancharme las manos con las cosas mundanas y que así jamás sería un buen vendedor. Porque se supone que mi trabajo consiste en vender aunque a mí ya no me guste y ellos ya no compren. Vender es como intentar follar en la primera cita, hay que tener demasiado morro y saber convertir los noes en “me lo pienso en tu casa”. Y sin querer, de cicatrices imperceptibles y series absurdas, paso a pensar en mi amigo ese el italiano y en como siempre he admirado su forma de vender con éxito esa mercancía que no es otra que uno mismo. 38 años y soltero por vocación, todo un caso digno de estudio y no por poco común sino por lo que ejemplifica. Porque solo hay dos clases de solteros: los que lo son porque les gusta y los que no les queda más remedio que serlo. Y a mí a veces se me olvida cuál elegí. Me acuerdo entonces de las mujeres de mis amigos que halagan a menudo esa manera tan absurda de hacerlas reír. Esa manera tan superficial de agradar. Luego, indefectiblemente, siempre la misma pregunta: ¿No entiendo porque no sientas ya la cabeza? Lo que yo no entiendo es como alguien puede eyacular a 8 pies de distancia, eso –exactamente eso– es lo que me devuelve mi cabeza cuando ellas me preguntan. Y no es porque ayer viera una charla del TED sobre 10 cosas que no sabemos del orgasmo. ¡No! Es porque algún cable pelado en mi cabeza conecta la masturbación con la displicencia ¿o era con la compasión? Da igual, no importa, creo que he perdido el hilo.

Todo esto me pasa en el avión porque he visto que una chica estaba leyendo a Gioconda Belli y se ha disparado esta espiral de ideas absurdas que no puedo controlar.

Así que llevo casi diez minutos absorto, mirando la portada del libro. Ella –sin saber ya qué hacer– me mira, sonríe y susurra: si vas a decirme algo dímelo ya.

Y entonces me decido:

No te entiendo y quisiera odiarte
y quisiera no sentir como ahora
el calor de las lágrimas en mis ojos
por tanto rato ganado al vacío,

y te lloro con ganas de odiar
todo lo que alguna vez me hiciste sentir

Y sé que mi sed sólo se sacia con tu agua
y que nadie podrá darme de beber
ni amor, ni sexo, ni rama florida
sin que yo le odie por querer parecerse a ti
y no quiero saber nada de otras voces
aunque me duela querer ternura entre dos
porque sólo tú tienes el cifrado secreto
de la clave de mis palabras
y sólo tú pareces tener
el sol, la luna, el universo de mis alegrías
y por eso quisiera odiarte como no lo logro,
como sé que no lo haré

20 Reglas

  1. Lee una buena novela al mes y si te gusta la regalas inmediatamente.

  2. Viaja solo de vez en cuando, aunque sea un fin de semana. Piérdete si puedes.

  3. Preocupate, de verdad, por una buena docena de amigos. No muchos más. Tampoco muchos menos.

  4. Lee ese blog que te escuece tanto, vuelve a mirar esa foto cuando haga falta y escucha esa canción cuando te salga de las pelotas. Digan lo que digan la melancolía es necesaria.

  5. Si crees que alguien va a salir malparado vete, a no ser que ese alguien seas claramente tú o irse signifique huir.

  6. Llama a tu madre, escucha a tus abuelos y cuida de tus hermanos.

  7. A las ex no se les escribe emails. Como mucho se toma café con ellas la enésima vez que te lo piden y se despide uno sin tonterías. Si son las exnovias de otro, ni se toma café ni se mantiene el contacto. Lo dicho, mails al pasado nunca. Mucho menos whatsapps.

  8. La vida es demasiado corta para encariñarse con cosas que no importan. Ningún objeto es imprescindible ni ningún lugar irremplazable.

  9. Si crees que lo que escribes no es suficientemente bueno nunca dejes que lo lean. Si crees que lo es, vuelve a leerlo pasado un tiempo.

  10. Nada lastra más que los complejos. Gasta toda tu energía en combatirlos. Sin paliativos.

  11. Equivócate mucho y cuanto antes.

  12. Nunca mientas ni hagas el vago.

  13. Si dices que lo harás hazlo, al contrario también aplica.

  14. Si te hace feliz, laméntate de que al final no saliera bien, nunca de no haberlo intentado.

  15. Los besos, en las despedidas, siempre en singular. Ya sea en persona o por escrito.

  16. Está bien pensar mucho de vez en cuando pero que nunca sirva como excusa para no actuar.

  17. Sonríe a los desconocidos.

  18. Nunca preguntes “¿qué tal he estado?”.

  19. Todo el mundo tiene algo que enseñarte, si no sabes descubrirlo es culpa tuya.

  20. Las listas solo sirven para aumentar tu ego y para tener la sensación de completar algo sin ni siquiera haberlo empezado. Evítalas a toda costa.

Hoy he leído este post de Nada Importa que en este último día de febrero me ha hecho sonreír. 

Me gusta mucho las cosas que escribe este tío, no siempre comulgo, pero me gustan sus listas, el desparpajo (seguramente calculado) y la seguridad que desprenden  sus textos.

Al leerlo me he acordado de Busy Girl y he venido aquí a ver lo último que escribí…se me ha caído la cara de vergüenza. Menos mal que esto no lo lee nadie. Por cierto Busy Girl y el ganador de Gran Hermano son, desde el 1 de enero, una pareja feliz. 

Porque el post de Nada Importa me ha gustado, porque 2014 avanza sin que nadie se dé mucha cuenta y porque creo que yo también tengo derecho a enumerarlas…por todo eso ahí quedan anotadas mis 20 reglas. Ahora solo falta ser fiel a las mismas. O cambiarlas.

CropperCapture[14]

La frase también se la robé a Jesús que entre lista y lista a veces cuela perlas como ese extracto del «The Tao of Travel» de Paul Theoroux, la foto la tomé prestada de Nikola, la niña se llama Jemma, él Mathias y lo único mejor que mirar esa foto es escucharla.

Ahora sí…BUUUUM!

¡siempre marzo!

Tao of Travel: Leave home; go alone; travel light; bring a map; go by land; walk across a national frontier; keep a journal; read a novel that had no relation to the place you’re in; if you must bring a cell phone, avoid using it; make a friend.
 
Paul Theroux

Un año para recordar

Me gusta sentarme en la última mesa del 5º piso del Royal Festival Hall, a mi derecha el Thames, en frente de mí el Big Ben. Espero no cansarme nunca de esta ciudad, aunque eso conlleve abandonarla antes o después. Fue el poeta Samuel Johnson quien dijo aquello de “If you tired of London, you are tired of life”. Esta ciudad aún me está enseñando mucho, por eso sigo aquí.

Empieza a atardecer a las 3 y poco, la música suena a ese volumen que te aísla completamente de la gente que tienes alrededor. Suena Kakkmaddafakka, uno de esos grupos que me hicieron bailar tantísimas veces este año. Un gran año este extraño 2013, pero aún no quiero hablar de eso.

En la mesa, justo delante de mí, un hombre con la misma cara que el padre policía de Cosas de Casa, se ríe a mandíbula batiente. Su carcajada sin sonido me hace reír con él y de repente siento ese chispazo de felicidad que de vez en cuando te pilla de improviso, como la estática de ese suéter de lana que tanto te gusta. Me río, porque me encanta la escena: el sonido externo amortiguado completamente por mi música, su cara de bonachón, sus gestos exagerados, mi portátil y la consciencia de saber dónde estoy y lo que estoy haciendo.

Dónde estoy. Pues hoy trabajo desde casa, así que me vine a una de mis esquinas preferidas a dejar que el día pase lentamente sobre mí. Llevo días tristes sin razón y eso siempre precede a mis días más claros. Es como cuando miras al vacío mucho rato,  aparentemente sin reflexionar en nada, pero sabiendo que el subconsciente está ahí, cumpliendo su tarea, en silencio pero constante. Sea cual sea el pensarmiento que esté tomando forma vendrá de golpe en el momento que menos te lo esperes: comiendo, corriendo o al despertar de un día cualquiera.

De despertarse es de lo que quiero hablar hoy, lo demás ha sido paja. Quiero hablar de despertarse con ella. Quiero volver a escribir tonterías de las que siempre me arrepiento pero que vienen acompañadas de una reconfortante sensación de euforia y prisa que no cambiaría por nada (o casi nada). Prisa por escribir una idea que solo escribiendo podré sacar de mi cabeza.

 members-bar_0_0

No fue el mismo día que la conocí, fue el día que me contó que muchas veces trabaja en turnos de noche. Desde ese día no puedo parar de pensar en lo mucho que me gustaría despertarme con ella una tarde sobre las 4pm cuando aquí ya empieza a anochecer. Compartir ese piso nuevo al que me he mudado y desayunar juntos. Mi merienda, su desayuno. Yo que saco teorías para todo y que nunca sirven para nada, tengo ya identificadas 5 cosas que irremediablemente me enamoran de una mujer, 5 cosas que pueden parecer superficiales, arbitrarias y desordenadas pero que la historia ha demostrado que, juntas o por separado, hacen que me vuelva loco: 1) Que esté sexy con el pelo mojado. Ni maquillajes, ni tacones, ni vestidos, ni espejos…pelo mojado y mirada de rescátame. 2) Hoyuelos, “dimples”…para esto no hay explicación lógica pero así de duro es: si tiene hoyuelos yo ya me he rendido. 3) Que no lleve pendientes, y aquí una mención especial a esa chica que un día se puso solo uno y cuando le pregunté me contestó…»es para ver si te habías fijado». 4) Escribir, que lea y escriba, que use juegos de palabras, que me haga sentir pequeñito cada vez que coge un boli o está en frente de un teclado, y por último 5) que se pirre por un buen desayuno. Esto es vital. Una mujer de verdad desayuna con la energía del que hace algo por última o primera vez. Pero volvamos a Earls Court, a las 16:16 de la tarde a ese piso con vistas a los trenes. Ella acaba de abrir un ojo, se acostó a las 7:55, rendida y con la energía justa para darme un beso antes de dormirse por fin, y ahora -ocho horas después- le cuesta despegarse de las sabanas. Me meto en la cama de nuevo y la abrazo por detrás, le despeino con cuidado y cariño ese pelo corto siempre alborozado,  “don’t you think that it’s time to open those beautiful eyes?” le digo,“It’s dark outside, why is so dark this morning?” responde medio aturdida y con esa voz que parece decir no te vayas nunca aquí, yo sé que no me movería ni un milímetro y que daría cualquier cosa por que el tiempo se parara en este frío Londres de un invierno que todos odian, de una época en el que todos queremos algo más, de un tiempo en el que muchos buscamos sin encontrar absolutamente nada. Yo no, yo nunca me movería de aquí, yo ya no necesito algo más…quizá solamente un buen desayuno.

Me levanto, le muerdo los pies y la saco de cama para que vea que la calefacción está a tope como a ella le gusta. En pijama ella, en calzoncillos yo, llegamos a ese comedor que fue el cielo en nuestra primera noche. Suena Melody Gardot porque es casi navidad y porque como dijo una vez: “do you always have to have music playing in the background?, don’t you enjoy the silence from time to time?”.

Ahora acaba de aparecer por la escalera del 5º piso del Royal Festival Hall, enroscada en una bufanda que compramos juntos el sábado pasado, muerta de frío y con los mofletes enrojecidos. Está para comérsela. Sonrio como un gilipollas los diez segundo que tarda en encontrarme y venir a darme ese beso que yo, sin éxito, intento alargar. Se separa y le hago una mueca de disgusto que ella disipa automáticamente con su irresistible sonrisa. Le pido que se siente y que me deje acabar lo que estoy escribiendo. Vuelvo a subir la música y la miro una vez más desde la distancia del todo volumen. Y otra vez esa chispa del suéter que tango te gusta.

Vuelvo al texto y pienso en el trabajo, en los seis meses que me pasé contándole entre las sábanas cómo iba a cambiar el mundo con ese proyecto que al final no me llevó a ninguna parte, pienso en este año del que quería hablar pero se me han ido las ganas, pienso que si pidiera un deseo pediría estar aquí hoy y con ella ahora.

Entonces miro al poli de Cosas de Casa y caigo en que todo esto no ha ocurrido y que a lo mejor exactamente eso es lo único que le tendría que pedir al 2014: un buen desayuno, un día cualquiera, a las 4pm. Pienso en eso y miro de nuevo el Thames, el Big Ben y la ventana. Ya es de noche, ha pasado justo una hora y a las 5pm he quedado con ella en Gordon’s Wine bar.

Por lo demás, 2013 fue un año que merece la pena recordar, pero esa es otra historia.

Feliz 2014, busy girl.

Epílogo II (AKA Agosto)

Me he pasado la vida narrando finales. Contando cómo serían las cosas si todo hubiese sido diferente. Me paso la vida jugando al escondite con el olvido y este blog no podía ser menos.

Después de un mayo apocalíptico, un junio silencioso y un julio a la espera, llegó agosto otra vez. Un año después toca cerrar el círculo. Sé que con “C’est fini” me quise despedir de este blog que tantos buenos ratos me ha dado, pero las frases de las canciones me obligaron a escribir en julio y mi molesta manía de tener finales perfectos me trae ahora aquí a finiquitar esta historia justo un año después de haberla empezado. Un año,  ¡qué año! En un último ejercicio de sinceridad quiero repasar sin tapujos estos doces meses. 365 días después de los que ya nada volvió a ser lo mismo.

En agosto de 2012 me di cuenta de que algo fallaba y creí entender que el triunfo se escondía de alguna forma en la tranquila aceptación de la derrota por las expectativas no cumplidas: saber perder resonó durante noches y noches en mi cabeza; en (fucking) septiembre toqué suelo –una vez más– y decidí dejar de compadecerme y dejar de refugiarme en el cambio como solución sistemática; en octubre me hice un poco más viejo y recordé que soy lo que soy gracias al idealismo, la ingenua locura y esta malsana obsesión por el pasado, también en octubre conseguí volver a sacar a la luz una de las mejores versiones de mí mismo, lo resumí con un “qué bueno es volverse a sentirse vivo” y como siempre que dejas de buscar algo lo encontré de repente. Apareció la noche que octubre se convertía en noviembre y me regaló los mejores dos meses de estos doce. Noviembre fueron sorpresas que no me quería creer, fue la intensidad hecha vivencias. Los mejores brindis se quedaron para siempre en las madrugadas del mes brujo. Luego llegó diciembre y hasta el último segundo –literalmente– de 2012 me permití la osadía de imaginar imposibles. Y de repente 2013…con su enero inesperado. Un enero que fue frío como le gusta al invierno, por momentos fue triste pero sobre todo fue definitivo. Enero me sacó de un letargo que duraba ya demasiados años, me obligó a tomar decisiones, repensarlo todo y comprender que la única actitud ante la caída es combatir la inercia. Gran lección. Como todo lo malo enero también se acabó y llegó febrero, pero febrero me lo salto porque a partir de ahora ya no es un mes sino un nombre de mujer. Marzo, siempre marzo, fue un viaje en el tiempo que me llevó de nuevo a mis 15. Donde empezó todo y donde –por raro que parezca– aún me quedaban un par de deudas pendientes. En marzo fui feliz recordando, que es una de las cosas que más me gusta hacer. Por eso cuando llegó abril yo estaba de viaje por el tiempo y casi ni me entero. Estaba en el proceso de montar un yo ficticio que mayo se encargó de devolver a la realidad. Abril fue el final de una catarsis, un mes entero de domingos de resaca. Abril fue, ante todo, necesario. Y BUM…llegó mayo. Ya lo escribí aquí, mayo no fue un final fueron todos comprimidos. Mayo fue aquello que hacía tanto tiempo venía postergando. En mayo entendí que las heridas cerradas también sangran, comprendí la casual relevancia de febrero para completar este puzle al que seguro le sobraban piezas, en mayo acabó –por fin– mi adolescencia. Porque adulto solo te haces cuando tienes hijos, aunque no sean los tuyos, y quien no sepa eso todavía –con todos los respetos del mundo– no tiene ni puta idea. Por eso decidí callar en junio. Porque hay que replanteárselo todo sin cambiar las bases, dejar de ser un rato yo sin traicionarme a mí mismo. Misma estrategia pero quizá distinta puesta en escena. En junio dejé de escribir y de mandar señales para acabar defendiendo la tesis de mi pasado ante un jurado lleno de protagonistas. Sobresaliente Cum Laude por unanimidad por ese trabajo que titulé: “Estudio pormenorizado de pecados, errores y aciertos de los últimos 18 años y su relevancia en mi yo actual“. Tremendo esfuerzo. En julio me tomé vacaciones de mí para volver con ganas de revolucionarlo todo. También conocí –como siempre– a la mujer de mi vida pero aún estoy esperando que conteste ese mensaje donde la citaba para volver a vernos en el mismo sitio dentro de exactamente un año.  Jesse y  Celine estarían orgullosos de mí. Y en Julio, casi sin darme cuenta, me volvió a preocupar mi trabajo y volví a ser cautivo de la presión que presenta las múltiples opciones de un futuro en blanco, sin limites, ni miedos y con toda la vida por delante. Luego empezó el verano y  me re-enamoré localmente de la ciudad que ahora me hace feliz, y no importa que le pusiera los cuernos una noche de superluna en Barcelona, porque fue aquí, en esta ciudad a la que le debo tanto, donde me reencontró agosto, un año después, en la misma cama, con otro libro, junto a la misma ventana. Agosto, sin embargo, dijo no reconocerme nada más verme. Puede ser que sin darme cuenta ya no sea el mismo que empezó este blog aquella noche de verano de un 2 de agosto de 2012. Ya no soy el mismo, porque… ¿quién lo es? Yo no. Yo decidí cambiar siempre que fallé, cambiar antes que arrepentirme, levantarme para poner cada vez el listón más alto, no de lo que espero –de verdad que no espero tantísimo como dicen– sino de los errores que cometo, quiero cometer distintos errores, mejores si puedo, pero sobre todo nuevos. Porque de lo único que estoy convencido es que mi felicidad –sea lo que sea lo que eso signifique– se esconde ante la capacidad de sorpresa, no ante la satisfacción de encontrar lo que crees que deseas, o anhelas, o añoras o <<ponga aquí cualquier otro cursi-verbo al antojo>>. Yo solo quiero volver a sorprenderme, prometo no exigir, solo quiero no creerme lo que está pasando.

Y a los que me digan que les pudo la presión les deseo la mejor de las cotidianidades mientras me vuelvo a preguntar si “saber perder” es el secreto, yo que acabo convirtiendo sin querer mis triunfos en fracasos o viceversa (que a veces me lio y no sé si lo que tengo es lo quiero o si siempre quiero lo que nunca tuve). Lo que está claro es que aprendí en estos doce meses que no se puede luchar eternamente contra el proceso de tolerancia. Así que me rindo, de buscar, de encontrar, de pensar, de exigir…eso es agosto. Agosto es la capitulación final ante yo mismo. El final de los principios. Una rendición en toda regla. Es volver a empezar sin nada más que lo que soy y un listado subrayado de errores. Y lo que quiera venir que venga, para olvidarnos siempre estaremos a tiempo, lo que de verdad cuesta ahora es encontrar algo que sorprenda.

En definitiva, 12 meses magníficos que se acaban aquí, donde empezó todo, deseando que sea lo que sea lo que traiga el futuro no pueda creérmelo.

365 días llenos momentos únicos y chicas imposibles, donde actúe sin pensar más de un puñado de veces, me emborraché en demasiadas ocasiones y escribí demasiadas pocas. Volé a 8 ó 10 países y leí más de 20 libros, la mayoría en aeropuertos. Corrí más que nunca sin saber de qué huía exactamente. Oí miles de horas de música y constaté mi adicción a lo desconocido. Decidí que algún día quiero aprender italiano, mandé mails de los que me arrepiento y me tragué besos que hubieran quedado mucho mejor en sus labios. Aprendí que dormir sin ti es lo único peor que dormir solo. Soñé con mujeres que nunca olvidé y disfruté y sufrí con las que se convirtieron en recuerdos. Salí, hablé y trasnoché repitiendo mentiras a ver si me las creía, la más repetida aquella de “yo nunca estoy mal”, aunque me acabaron pillando. El día más triste la noche de reyes, pero también volví a ser el puto rey del mundo diciendo patochadas a la luz de la Toscana. Nunca agradeceré bastante los amigos que tengo, ni las mujeres que conocí y por nada del mundo cambiaría las cicatrices que han dejado.

Bueno ya está bien de cursilerías ahora toca despedirse de verdad, me cuesta mucho y soy tan sumamente predecible que no podría acabar sin un beso de esos que normalmente obvio en las despedidas, de esos que tanto odio banalizar…

Un beso de cabina, de banco, de estación, de los que se miran y no se dan, robado en un taxi, de buenos días, del día después, de despedida, de hace 3 años que no te veía; siempre con los ojos cerrados: divertido en el cuello, fraternal en la frente o casto en la mejilla. Beso de pasión, de lujuria, de vino, de sed, de muérdeme, de no te vayas, de esto va a doler, de no me lo creo, de algún día aprenderé, de tú besas mejor, de qué coño estoy haciendo. De me quiero ir de aquí. De te sigo queriendo. De creo que yo también. De nunca te lo dije. De te lo sigo debiendo. Beso. Siempre, siempre, siempre en singular: beso. Elige el tuyo, yo tuve la suerte de experimentar algunos de los mejores este año.

1 beso.

Por cierto… ¿queda alguien más ahí buscando sorprenderse?

 Desde Trolltunga

Poema al revés

Hoy escribí un poema al revés,
empezaba con un te quiero
y acababa con un soñé contigo.

La culpa la tienen las musas,
que me abordan cuando menos las esperas,
hoy les grité barbaridades,
les dije que estaba harto de sus caprichos,
que avisen antes de venir
o me volverán a encontrar escribiendo mails
a gente que detesto.

Pero no siempre es así,
hay veces que reacciono,
las agarro por la cola,
las arrastro hasta mi mesa.
Por muy tarde que parezca,
siempre hay tiempo que perder.
Vuelvo a escribir lo que no quiero,
se vuelve a hacer –una vez más– de día
y en la cama sigues sin estar tú,
pero esto a nadie ya le importa.

Con la calma que da el tiempo
hoy pensé otra vez en nosotros
y sí, estuvo muy bien,
pero quizá mi reacción fue desmedida.

Apareciste de la nada un octubre cualquiera,
yo llevaba tiempo buscándote sin saberlo,
pensando en ti a deshoras,
imaginando una mentira que aún no había ocurrido.
Triste manía la de idealizarlo todo,
soy gilipollas por creerme
que mis defectos son virtudes,
que será mejor para alguien
ir por la vida sin escudos.

Es difícil de entender, lo sé,
cómo se puede ser adicto a algo
antes incluso de haberlo probado.

Pero volvamos a las musas
y su sutil manera de joderme,
Hoy una de ellas me dejó,
como tú, en una cafetería.
Me dijo que no la persiguiera más,
que a ver si me he creído que lo mío es poesía.

Se fue, igual que tú, sin avisar,
y ahora toca perseguirla,
o esperar
a que no aguante ya más este silencio.

No más Mayos

Mayo es el fin de un personaje de cuento que ya no tiene historia donde resguardarse. Mayo es una señal de no hay salida justo cuando dejabas atrás la oscuridad del túnel. Es emoción contenida. Es rabia. Es un empacho de imposibles.  Mayo es ganas de alargar la mano, que hace tiempo que no estaba tan cerca de tu rostro, y acariciar tu mejilla con un gesto que vengo ensayando desde hace demasiados abriles. Te debo a ti los instantes más preciados, años rebobinados en segundos al recordar un tacto que nunca dejó de acompañarme. Mayo eres ese temor que a veces es virtud y casi siempre el peor de mis defectos. Un miedo que alimenta al loco que forma parte de uno mismo. Bradbury escribió aquello de «Ve al borde del precipicio y salta. Constrúyete las alas mientras caes”. Yo salté, yo construí mis alas pero la hostia no me la quitó nadie.

Y es que 2013 no podía traer un mayo cualquiera, no lo fue abril, no lo fue marzo y mucho menos Febrero. Mayo trajo un final que no es otro que todos los finales. Tres días en los que mi vida se convirtió en pasado y el futuro en algo que no entiendo. La pena más grande no es otra que la aceptación de lo que ya no puede ser. El desengaño o la tristeza no son comparables a las emociones desgarradas de enfrentarte a preguntas que ya nunca tendrán respuesta. El alma en carne viva.

Antes de irte te miré a los ojos como el que intenta verse pestañear en un espejo, buscando eso que solo se esconde tras los abrazos de despedida. En esos besos que no nos dimos cuando nos despedimos, ya no de lo que fuimos, sino de lo que nunca llegamos a ser. Porque nunca fuimos lo que imaginamos, ni imaginamos un final tan impredecible como adecuado: tú viviendo la vida que decidiste vivir, de felicidad sencilla y encontrada; yo peleando la que me dejaste como única opción, en una búsqueda en círculos de algo que seguramente no existe. Nos conocimos en una montaña rusa de la que nunca supe bajar, hiciste bien en saltar en marcha.

Dijiste que soy como una droga que reaparece por generación espontánea, dijiste que temías mis mails que son granadas a destiempo y dijiste que durante mucho tiempo solo te imaginaste una vida conmigo. Me gusta saber que por lo menos en algo siempre estuvimos de acuerdo.

Te uniste, tarde, al club de las que dicen que exijo demasiado pero llegaste a tiempo para sumarte a la condescendía del “encontrarás a alguien”. Yo te hice saber, una vez más, lo guapa que estabas. Ni siquiera tus hoyuelos me devolvieron el cumplido. Ojalá pudiera dejar de ser yo por un rato.

Menos mal que mi especialidad es reconstruirme porque sería muy fácil hundirse ahora. Pensar que ya no queda nada que pueda sorprenderme. No quiero ser un muerto en vida, alguien a quien mató una sobredosis de expectativas. La desoladora imagen de un idealista derrotado.

Por eso quiero darte las gracias por tu último regalo, que no fue esa pluma con los puntos suspensivo ni tampoco el abrazo más emotivo del mundo. Tu mejor regalo no fue descubrir que quien yo conocí sigue existiendo en alguna parte, ni tampoco la paz de aceptar que este era el único final posible. Y es que tu mejor regalo fue hacerme entender que no quedan más despedidas.

Mayo, acabaste con marzo, me ayudaste a entender Febrero y bajaste los humos a un abril desmedido. Te llevaste contigo todo los futuros posibles para dejarme el único que vale, el de ahora.

Entiende que este año no haya más meses y que el 2013 por mí ya podría ser “hace diez años”.

Quiero volver a atrás o dejar de recordarlo todo. A qué mala hora me enseñaste que lo difícil del primer amor no es olvidarlo, sino aprender a vivir con su recuerdo.

Mayo, ahora sí que ya no espero nada de ti. Casi ni de mí. Porque esperar fue el único error imperdonable.

Querido Mayo, ¿cómo seguimos después de esto?, llegaste tan cargado de finales que incluso este blog carece ya de sentido. Porque prometí no divagar nunca más sobre nosotros ni volver a escribir pensando en ti. Quise desterrar contigo el uso de la segunda persona y no lo he sabido cumplir y ahora ya no sé si he faltado a mis promesas o a mis principios.  Porque ya no basta con ser fiel a los finales. Contigo ya no.

Me despido de este tú que vuelves a ser tú y de este yo que escribió mientras hubo algo que decir. Hoy –y por ahora–  la memoria vuelve a pesar demasiado y me ha pedido un descanso. Hace un tiempo que escribir dejó de ser algo positivo.

Te deseo que seas feliz y aunque no necesites mi bendición cuenta con ella.

Vete sin miedo porque tu ausencia solo deja ya tranquilidad. La tranquilidad de saber que ya nunca podremos hacernos daño.

Prometo no volver a dirigirme directamente a ti. A ver si esta vez puedo cumplirlo.

Fin.

...

LA SED INSACIABLE

Decir adiós… La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo…
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.

Amar y amar toda la vida,
y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama…
Y no saber por qué se olvida…

Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte alguna.

Buscar la luz que se eterniza,
la clara lumbre durarera,
y al fin saber que en una hoguera
lo que más dura es la ceniza.

Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.

Porque en sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.

Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa…

José Ángel Buesa

Comala otra vez (AKA: La parábola de las empanadas)

Corría el año 2002 cuando el, muchas veces mencionado ya, Maestro Sabina cantaba aquello de “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.” Yo recuerdo perfectamente la primera vez que oí esa frase.  Fue en un concierto acústico de la gira “Nos sobran los motivos” al que por alguna razón que ahora no recuerdo fui solo. La canción la había escrito para Ana Belén pero era tan jodidamente buena que no pudo resistir sacarla en su siguiente disco: “Dímelo en la Calle”. Disco flojo donde los haya pero al que le siguió una reedición disco-libro ilustrado llamada “Diario de un peatón” que lo salvó. Esta edición contenía otra perla que nunca se ha tocado en concierto y que para mí sigue siendo la mejor historia de corrupción y cuernos que he oído jamás: “Doble vida”.

Bien. Todo eso lo cuento porque desde que oí esa canción en aquel concierto no dejé de preguntarme qué sería “Comala” y qué tenía que ver con tamaña verdad. Tuve que esperar hasta tener el cedé con la transcripción de las letras para darme cuenta de que Comala era un nombre de ciudad. Google por entonces ya te permitía resolver misterios imposibles y así fue como descubrí que Comala era el lugar donde Juan Rulfo daba rienda suelta al monólogo interior de Pedro Páramo. Corrí pues al Corte Inglés y compré ese libro que me leí de tirón una tarde en el antiguo cauce del río. Reconozco que no disfruté de la lectura, devoraba el libro intentando desentrañar los secretos que escondía aquel misterioso pueblo. La narrativa, compleja y repleta de símbolos, me hacía ir de atrás adelante en lo leído, tratando de encontrar sin éxito alguna explicación a mis preocupaciones.

Muchos, muchos años después, releería el libro y aprendería que esa novela se considera unos del los máximos exponentes del archifamoso realismo mágico. En esa segunda lectura creo que sí disfruté de la novela. En 2002 solo quería comprender por qué no se podía volver a  Comala, sin entender que eso no se aprende en los libros.

Y desde entonces ese pequeño pueblo perdido de México se convirtió en un símbolo para mí, en un recordatorio de lo difícil que es revivir algo por mucho esfuerzo que pongas. Una palabra que nunca me ha dejado de acompañar. Corre ya el 2013 y todavía cuando vuelvo a sitios donde fui feliz no puedo evitar susurrar en voz baja: “….no debieras tratar de volver…”

Esta pequeña reseña medio musical, medio literaria y sin muchas pretensiones me sirve como introducción a lo que vendremos a llamar “la parábola de las empanadas argentinas”

La parábola dice así…

 Al entrar no pude evitar recordar una vez más aquella famosa frase de Sabina.  “No debieras tratar de volver” me decía una y otra vez a media voz: “no debieras tratar de volver”. La chica me miraba extrañada pero, consciente como era de que estoy un poco loco, no dijo nada. La última vez que nos vimos me despedía de ella en un taxi que acabábamos de parar juntos, sin decir nada más que “toma, he disfrutado de la cena, te doy este dinero y te vas a casa.” Aún no entiendo por qué me volvió a llamar. Yo debía haber elegido otro sitio para esta segunda cita, pero reconozco que el ambiente íntimo, las luces rojas, la música en directo y el innegable atractivo del nombre del local hicieron que no le diese más vueltas: el Trovador sería el sitio.

fa4745ac93fe11e299a722000a9d0ee0_7

La carta de vinos era escueta y overpriced, como acompañamiento a cualquier bebida te ponían palomitas picantes y la camarera parecía sacada del otro lado del espejo de Wonderland.  Nada de eso me importó la primera vez que vine. ¿Qué había cambiado?

La decisión a la hora de pedir comida era fácil y se limitaba a sus dos platos estrella: empanadas argentinas y rollitos primavera al estilo tailandés. Pedí uno de cada.

Cuando la camarera por fin trajo las empanadas junto a la segunda botella de aquel horrible vino chileno. Ella me miró aparentemente preocupada y me soltó:

–¿Prefieres empanada o rollitos? – a lo que yo rápidamente repliqué.

–Yo soy mucho más de empanadas que de rollos – y sonreí.

Ella pareció no apreciar la sutil ironía y tras una interminable pausa durante la que no dejé apagar mi sonrisa más ensayada, ella por fin pareció decidirse.

–Hoy comienzo una nueva dieta, si no te importa, ¿te comes tú las empanadas? – todo esto sin ni siquiera devolverme un amago de algo parecido a una sonrisa.

Yo no sabía muy bien si me estaba siguiendo el juego o realmente se negaba a compartir lo que había sobre la mesa. Consciente de que aquello iba a ser imposible de remontar aparté el plato y me dispuse a comerme yo solo mi enorme empanada. Mientras, ella disfrutaba de sus insípidos pero ligeros rollitos. Genial. El resto de la noche fue tan aburrido como previsible.

Mucho tiempo después comprendí que hasta el más frugal de los rollos (y más en primavera) esconde en el interior un poco de pasta de empanada. Recuérdalo en tu próxima cita.

Fin.

Hasta aquí mi simple parábola y su tonta moraleja. Sin querer ponerme prosaico he de decir que –empanadas y rollos aparte– esa cita me sirvió para recordar que mi comida preferida sigue siendo la de buenos días. De eso sí que no cabe duda

Cartas imposibles

Hola yo,

Hace mucho que quería escribirte pero el tiempo ya no es lo que era. Decía alguien que confundimos lo urgente con lo importante, un poco es de eso es verdad. Un poco de eso soy yo ahora.

El otro día la prima me envió un whatsapp, sé que aún no sabes lo que es eso pero ni falta que te hace. Te adjunto una foto…imagínate que es una carta como las que tú ahora empiezas a escribir.

Photo 28-04-13 17 25 44

Igual me quedé yo. Sin saber qué decir y desde entonces no me quito ese pensamiento de la cabeza. La prima a la que me refiero es la misma que, recién nacida, fuiste a visitar el pasado febrero al hospital. Sé que ese día ahora parece uno más, pero por alguna extraña razón que no alcanzo a comprender la sensación que tuviste al entrar en su habitación durará para siempre. Quizás era porque venias de ver a esa chica en la que no puedes dejar de pensar, quizá porque acudiste allí solo y aún no estás acostumbrado a tanta independencia. No lo sé, pero ya verás como días que son aparentemente simples se quedan para siempre en tu memoria. Te pasará mucho más con los años. Es bueno.

El tema de la «situación económica» casi que te lo explico en otro momento que aún te queda muy lejos y sobre la prima no te preocupes mucho por ahora, ha aceptado jugar conmigo a una tontería que le he propuesto: le mando vídeos cada semana y ella me los comenta. Sé que eso para ti también parecerá bastante raro pero insisto, no te preocupes y sigue grabando cintas con la mini cadena nueva. Eso es algo que acabarás echando de menos aunque ahora no te lo creas. Y de la prima no te cuento más, solo ha sido una excusa para escribirte, pero para que veas que tampoco cambian tanto las cosas, es posible que como parte del juego le recomiende “Ilusiones” o quizá “El Club de los Poetas Muertos”. Lo sé, son básicos. De todos modos a ella le preocupa más encontrar su pasión que perseguirla. En eso debemos sentirnos afortunados.

Y aquí quizá me he vuelto a adelantar pero creo que es importante que lo sepas. Posiblemente fue el año pasado, cuando escribiste de tirón esos 10 folios que pasaste a limpio antes de dárselos a la chica que te enseñaría a besar un día volviendo a casa. Quizá fue entonces o quizá fue con la redacción que te publicó Don Josep en la revista del instituto. Tampoco importa ya demasiado pero como te decía somos afortunados, esa sensación de vértigo cuando escribes sobre lo que sientes no se te pasará nunca. O por lo menos no hasta ahora. Habrá momentos en que casi se te olvidará lo importante que es escribir, habrá épocas en que pensarás que es una pérdida de tiempo pero no te preocupes que volverá. Todo lo que estás pasando ahora volverá. ¿Sonríes al leer esto? Yo sí lo hago al escribirlo. Jodida suerte la nuestra 🙂

Del trabajo y los estudios no te quiero hablar, no es relevante pero te irá bien. Aunque ahora no te importe demasiado tendrás sueños y los cumplirás antes de lo que te imaginas. Conocerás a gente increíble y te lo pasarás bien haciendo lo que haces. Eso –aunque se paga bien– es impagable. No hace falta que te lo recuerde pero haz siempre aquello que te dé más miedo. Nos ha funcionado bastante bien hasta ahora. Sí que es cierto que a mí ahora me vendría bien alguna pista de nuestro futuro «yo». Siento que hemos llegado a la encrucijada en la que se definen los próximos 10 años y saber si me estoy equivocando haría esto mucho más fácil. Tan fácil que imagino que le restaría mérito. Supongo que por eso aún no nos hemos escrito. Mañana chequearé mi email por si acaso. Uf, lo del email va a ser gordo. Muy gordo. También te lo explico otro día. Lo prometo.

Llevamos ya cuatro párrafos y no te he dicho nada importante, estarás pensando que estoy un poco gagá y que tienes mejores cosas que hacer que leer tonterías del futuro. No te equivocas. Ese es el mensaje principal: lo que estás haciendo ahora, lo que estás viviendo, cada minuto de los próximos cuatro o cinco años va a ser increíble. Disfrútalo con la tranquilidad de saber que vale la pena. Tu día a día actual son las historias que alimentarán el mañana. Sigue cuestionándotelo todo, haz pellas cuando haya que hacerlas y lee aquel libro en ese café donde a veces os encontráis a escondidas. No dejes de esforzarte cuando toca dar la de cal (o la de arena) y llora, y ríe, y sufre, y arriesga y busca los límites cuando haga falta. Todo va a salir bien. Ella no estará siempre ahí, pero habrá otras «ellas» y con todas y cada una aprenderás que vale la pena arriesgar hasta que duela. Porque dolerá, porque sé que duele, pero en los días aburridos de invierno, cuando ya no pase nada, echarás de menos sentir que te falta el aire un domingo por la mañana.

¿Eso ha sido una rima asonante? Como ves no aprenderás a escribir mejor por mucho que lo intentes. Y seguirás siendo igual de cursi 18 años después. Supongo que eso es más culpa tuya que mía, no sé, quizá cambie en los próximos 20 años. Los de mi edad dicen que me quedé atascado en los 16, pero en algún momento tendré que hacerme mayor aunque sea en la forma de escribir. Ganas no tengo y cierto es que muy a menudo pienso en ti, cierto que por momentos desearía volver a ser tú. Imposible, como otras tantas cosas.

Por cierto, he estado haciendo cálculos y creo que en unas semanas te iras de camping con esos amigos raros que no te comprenden y que -ya te lo avanzo- pronto desparecerán de tu vida. De ese viaje no recuerdo mucho pero sí sé que una noche acabarás en la playa tú solo, completamente borracho y excesivamente melancólico. Lo que llevarás en la mano aquí donde vives ahora lo llaman “joint”. Verás una decena de estrellas fugaces, tumbado y terriblemente mareado pedirás siempre el mismo deseo, luego te apagarás el cigarro en la parte interior de la muñeca y te quedarás dormido hasta la mañana siguiente. Eso de quemarte -perdona que te diga- será una tremenda gilipollez. De todos modos reconozco que funcionará y es la principal razón por la que ahora recuerdas esa curiosa noche: preciosa cicatriz. Sobre el deseo que pides, te confirmo que se cumple pero tendrás que esperar un par de años y te aseguro que, como pasa muy a menudo, la espera será mejor que el deseo en sí.

Eso apúntatelo en el corcho ese de la habitación que tienes: “cuidado con lo que deseas que se puede hacer realidad.” Un consejo que nos habría venido bien a su debido tiempo. Ya lo entenderás.

Cuida de tu hermana más, ahora tampoco te das cuenta, pero sus recuerdos de esa época no serán tan buenos como los tuyos y creo que ahí lo podríamos haber hecho mucho mejor. Cambia eso.

De Mama y Papa no te preocupes. Sigue hablando con Mama todas las madrugadas que puedas, pese a parecer demasiado perfecto para ser real ella nunca dejará de estar ahí. Papa –por el contrario– acabará decepcionándote, aprovecha los días buenos mientras los haya y tranquilo que no habrá ningún trauma, terminarás perdonándole y entendiéndole más de lo que crees. Eso sí, no luches por cambiarle, no servirá de nada.

Al que sí se le acaba el tiempo es al abuelo, lee todo lo que escriba y no le permitas que deje de escribir. Pasa con él las tardes que haga falta y empápate de absolutamente todo lo que diga. Sus consejos nunca dejarán de hacerte falta y en el fondo llegarás a  parecerte a él más que a nadie en el mundo.

Me has hecho llorar sabes. Eso es algo que tampoco cambiará, tienes la lágrima fácil y la seguirás teniendo, pero llorar al fin y al cabo es recordar que algo valió la pena y -sin querer simplificar demasiado- esa será de alguna manera nuestra filosofía. Sí, lo sé, somos mucho más simples de lo que aparentamos, pero no se lo diremos a nadie.

Me despido ya, si puedo volveré a escribir, pero tienes cosas más importantes que leer y no quiero despistarte. Tienes mucha suerte de estar ahí y creo que lo sabes, pero no lo olvides. Disfruta de cada minuto, ya te he dicho que acabarás echando de menos esos días mucho más de lo que crees. Y déjate de «carpe diems» mal entendidos, los mejores días, los más memorables, están aún por venir.

Por cierto a la prima al final le diré que lo importante es la ilusión en cualquiera de sus formas o derivaciones, pero eso tú ya lo sabes.

Buen viaje, te espero al final de la aventura.

“… And there are people who forget what it’s like to be 16 when they turn 17. I know these will all be stories someday. And our pictures will become old photographs. We’ll all become somebody’s mom or dad. But right now these moments are not stories. This is happening, I am here and I am looking at her. And she is so beautiful. I can see it. This one moment when you know you’re not a sad story. You are alive, and you stand up and see the lights on the buildings and everything that makes you wonder. And you’re listening to that song and that drive with the people you love most in this world. And in this moment I swear, we are infinite”

Peliculón: The Perks of Being a Wallflower (2012)

Y es que todos tuvimos 16 alguna vez, todos tuvimos una «tunnel song». ¿Te acuerdas?

We are infinite…

¿Quién me ha robado el mes de abril?

¿Quién me ha robado el mes de abril?
Me lo robó la rutina de los días simétricos. La monotonía de los sueños enquistados.
Me lo robó el conformismo, el supuesto trabajo perfecto y unas mentiras demasiado repetidas como para dudar que fueran verdad.
Me lo robó tu ausencia o el hecho de que nunca llegaras a estar allí. Tu no estar, tu no llegar, tu no sentir.
Me lo robaron el alcohol, los excesos y las enfermedades venéreas que nunca tuve por no usar los condones que siempre guardé.
Me lo robó, por encima de todo, la literatura, el cine y la publicidad. Las canciones tristes que hablaban de ti cuando no te conocía y las que lo hacían después de perderte.
Me lo robó la noche y no me le devolvió ninguna mañana, ni ningún amanecer en ninguna playa con ninguna mujer.
Hay quien dice que fue el hombre del traje gris pero yo aún sigo sin saber quién: ¿Quién? ¿Quién coño me ha robado el mes de abril?

El+Hombre+del+Traje+Gris

Galerada escrita en el peor abril que recuerdo: el de 2007.
Nunca una canción me pareció mas triste, ni un abril más largo.

Abril, ¿eres tú?

Marzo son besos. Siempre lo ha sido. El primero en una cabina hace ya demasiados años, el último empujado por un soplido desde el interior de un taxi. Marzo es también los besos que no se dan, porque hay besos que solo se miran, y Marzo nunca deja de ser esas pequeñas encrucijadas que una y otra vez vuelven a darnos una oportunidad pero que siempre acaban distanciándonos.

Marzo son las fotos que nos hicimos cuando eramos jóvenes y que estuve a punto de enviar al fantasma equivocado (maldito whatsapp) o esa foto que me enviaste en la que, escondido tras unas gafas de sol, busco tu mano como pidiendo que no te vayas nunca, como intuyendo que aquello no podría funcionar. Tu mirada en esa foto me hace sentir terriblemente viejo. Supongo que será la inocencia que se perdió por el camino o la tranquila ternura con la que te apoyas, tan difícil de volver a ver.

Marzo es también esa última instantánea en la que sostengo un gin tonic junto a la chica que pudo haberlo sido todo. En la foto ladeo descaradamente mi cabeza hacia ella,  porque lo que pienso a menudo pesa demasiado y porque su sonrisa se ha demostrado ya magnética.

valencia

Y Marzo este año ha sido también ciudades, ha sido pólvora y recuerdos, amigos y sensaciones que creía olvidadas. Porque hay lugares que son estados de ánimo y de vez en cuando está bien volver de visita a aquellos sitios donde fuiste aunque ya no puedas ser. Marzo impregnó también una nueva ciudad, donde las calles son estrechas, la música suena sin que lo pidas y las protagonistas de los cuentos se dejan hechizar mientras brille sol.

Y con todo eso y alguna que otra certeza renovada viajé de vuelta a mi fría guarida, contento por otro mes irrepetible pero sabiendo que no es bueno volver a casa con la boca repleta de mordiscos sin usar.

Y así, lastrado por verdades que solo valen si las practicas, dejaré pasar los días hasta que llegue Abril, porque Abril siempre ha sido todo lo que Marzo no fue y porque sé que este Abril será también diferente a todos los que he conocido. Yo ya no llevo el traje gris, ni calendarios en el bolsillo y además aquí ya no queda nada por robar.

Y no puedo acabar sin la frase lapidaría del mes: «he aprendido tanto de mis errores que estoy deseando volverme a equivocar. Contigo o sin ti.» ¿Qué te parece?

Pasa Abril, así de lejos no te reconozco, pero supongo que es porque tanto tú como yo hemos cambiado mucho, nunca demasiado. Abril, ¿eres tú?

Palabras la tierra

Parafernalia la mía. Pantomima a su madre. Pentecostés y gastos. Patidifuso y emborronado…y así con todo.

Peliagudo u obtuso. Paquidermo sino para soñar. Paliativa y otros impuestos. Pelmazo de hierro. Paciencia infusa. Parabién o mal.

Epístola cargada. Plusvalía lo suyo. Pretexto de apoyo. Persevera educación. Pausados sin tres. Pentagrama y medio. Paliza la bandera.

Pirotécnica depurada. Permisiva asesina. Perfecto mariposa. Purista gram. Pústula llevas. Pastrami que me cuentas. Palabras la tierra.

Princesa la guerra. Puesto mentira. Pernoctarte dentro. Paquete metes. Puente sigo queriendo…y así con todo.

Ciudades

Atardecer_en_Cartagena_de_Indias_desde_La_Popa.He paseado en carroza por Cartagena de Indias al atardecer, no he dormido en Pamplona un San Fermín cualquiera, caminé la Muralla China con la mujer más bella del mundo, me bañé desnudo en las playas remotas de Tailandia (y en las de Alicante también), estuvieron a punto de romperme la cara en Budapest, tuve la peor resaca de mi vida en un barco en el Danubio después de pasar por Praga, Bratislava y Viena. Amé y fui amado en Paris y en Roma. Gasté el dinero que mis padres no tenían en Mónaco y tuve el placer de comer pizza en Nápoles con un buen amigo, como ha de ser. Me sentí pequeño ante el Golden Gate y minúsculo mirando al mar en los límites de Escocia. Me reinventé un verano en Santander y dormí una noche a la intemperie en las playas de Tarifa. Fumé en Amsterdam y no lo hice en Essaouira ni en Marrakech. Bebí, trasnoché y olvidé en Estocolmo, Hanoi, Oslo y Bangkok. Hice noche en Calcuta, también en Moscú. Me enamoré locamente de Barcelona, viví en Londres, me hice viejo en Madrid…

Recuerda todo esto si hoy me pasara algo en el avión de vuelta a casa. Porque mi hogar es Valencia en Marzo. Lo demás no deja de ser una manera de alejarse para poder volver.

Nada más

Cuando entro a un bar, a una habitación o incluso a una reunión me paso los primeros minutos analizando el entorno. Miro las manos de la gente, cuento los anillos, repaso las paredes buscando anomalías, me fijo en los cuadros y sobre todo en las orejas. Dos detalles que nunca puedo omitir. Busco fotos si es que las hay y me pregunto qué nos trajo a cada uno de nosotros a este mismo sitio. Durante el tiempo que esté en dicha estancia seguiré recabando datos inútiles: cuándo se cortó aquel hombre las uñas por última vez, cómo se abotona la camisa esa otra mujer, cuánto mira aquel su móvil o cómo se muerde el labio superior la chica del fondo. Si son parejas me recreo en sus interacciones, ¿se chistan? ¿Se miran? ¿Se acarician? ¿Se quieren? Pregunta, esta última, que casi nunca puedo contestar a la primera.

El origen de este peculiar hábito, tan agotador como inútil,  se lo debo a mi difunto abuelo: Don Juan Cabrón. Cuando íbamos a comprar helado y café al bar de la piscina, él amenizaba la espera con un juego muy peculiar. Al entrar me decía “fíjate en aquella mesa” y en el camino de vuelta a casa me preguntaba cosas como “¿cuántas copas había en la mesa?”, “¿quién crees que paga la comida?” o “¿qué bebía fulanita?”. Si estaban jugando al dominó me preguntaba quién iba ganando o a quién le tocaba tirar cuando nos estábamos yendo. Yo casi nunca acertaba pero reconozco que cuando lo hacía su amable sonrisa valía más que todo el helado del mundo. Mi abuelo era un gran hombre.

Así que de aquellos polvos vienen estos lodos y a él le debo mi curiosa afición por fijarme en los detalles más tontos. Y no es que yo tenga memoria fotográfica, ni mucho menos, es una especie de acto reflejo que, como un proceso en segundo plano, se dispara cada vez que entro a un sitio por primera vez.

Y todo este rollo tan bucólico es únicamente para decirte que de todos los bares, habitaciones y hoteles en los que estuvimos juntos solo consigo recordar la manera en la que tú me mirabas. Nada más.

….

….

Tengo que reconocer que al final se me ha ido el Santo al Cielo, nunca mejor dicho, y pese a ser consciente de que he gastado ya el giro argumental, la sorpresa y toda esa parafernalia, este post se me está yendo de las manos y ahora ya no podría terminar sin recordar una de las frases que más usaba mi abuelo, tan sabio como cabrón: “Si tiene solución no te preocupes y si no la tiene… ¿para qué preocuparse?”

Su otra frase preferida era «nada dura para siempre», pero ahí se equivocaba. Su presencia es el contra ejemplo.

Te echo mucho de menos abuelo.Photo 27-02-13 22 56 05Mucho.

Adiós Febrero, Hola Marzo

Adiós Febrero, ya hablé de ti en enero pero ahora llegó marzo y me doy cuenta de cuánto me está costando despedirme de ti. Con tus San Valentines y tus cumpleaños. Los nueves meses te delatan como hijo de los primeros calores del verano, sin embargo eres el final de un invierno tan largo como frio. Un invierno que caló hasta los huesos, que me mordisqueó un poco el corazón para luego desaparecer sin avisar, sin poder ya borrar las marcas de tus dientes. Se fue Febrero dejándome más viejo, quizá más cansado, pero sobre todo más sabio. Trajiste contigo la llave de los secretos de mi pasado y, como el que descubre un enigma del que irónicamente siempre supo la solución, me hiciste comprender qué me ha traído hasta aquí.  Ahora toca decidir a dónde ir. No es fácil.

De Marzo podría hablar mucho, pero acaba de llegar y me enfrento a él como a la hoja en blanco: sin prejuicios, ni expectativas. Así es imposible decepcionar.

Photo 17-02-13 17 11 00Marzo siempre me recuerda mi obsesión por la memoria, mi batalla perdida contra el olvido. Todo tenemos momentos en la vida a los que iríamos a refugiarnos cuando las cosas no van bien. Muchos de esos momentos, en mi caso, le pertenecen a Marzo. Por eso me atormenta ver como se difuminan con los años, como pierden intensidad.

Dicen que la melancolía te ancla al pasado y no te permite aprovechar todo lo que tienes por delante. ¿Sería ese el caso? Llegaríamos a hipotecar nuestro presente a cambio de revivir los mejores momentos de un pasado que nos sabríamos de memoria. Eso implicaría no generar nuevos recuerdos, ¿pagaríamos ese precio?

Sé que este es un tema recurrente al que vuelvo una y otra vez. Lo reconozco, me obsesiona. Me obsesiona la arbitrariedad que en cierta manera rige nuestras memorias. Y por eso me esfuerzo tanto por no olvidar aquello que quiero que prevalezca por encima de toda la basura del día a día. Por esa misma razón escribo, para que cuando esos recuerdos dejen de brillar, cuando la intensidad deje paso a una borrosa reminiscencia, tengamos un sitio al que volver. Quiero poder retornar a esas palabras que un día lo fueron todo.

Porque no hay nada más bonito que ser consciente, mientras pasa, de que estás generando un recuerdo que durará años. Es una sensación breve, imposible de atrapar, tan potente como efímera. Es el equivalente a un sueño lúcido que solo puedes recordar si lo repasas mentalmente en el momento que despiertas. Yo a veces no quiero despertar nunca, por eso escribo: para no olvidar. Para recordar los sueños que viví.

El otro día leí esta frase:

«Your best and most exciting days are all ahead of you but there gets to be a point in life where that just stops being true.»

Los famosos puntos de inflexión. ¿Habrá pasado ya el mejor marzo posible? No lo sé, pero sé que sería muy bonito pensar que los «most exciting days» están aún por llegar. ¿Lo intentamos? Yo me atrevo.

Marzo, eres un gran mes, en cualquier año. Espero que los dos demos la talla en 2013.

Let’s make it memorable! Siempre Marzo!

Mis héroes

Todo tenemos héroes, todos tenemos necesidad de creer en algo. Aún no he encontrado una excepción. Unos creen en religiones, otros en ideales y hay hasta quienes se creen superiores por no creer en nada, pero todos necesitamos héroes. Así que hoy he venido aquí a hablar de ellos, de mis héroes.

My-Heroes

Durante muchos años mis héroes cantaban, nunca podré olvidar aquel día que con tan solo 13 años le pregunté a mi padre qué significaba la frase: macabro como un pájaro en un desfile, no recuerdo qué contesto pero sé que entonces las frases de Sabina ya escocían tanto como ahora.

A esa época y a ese primer grupo de héroes hay que añadir Silvios, Ismaeles y demás cantautores. Todo ellos me ayudaron a cruzar las tumultuosas aguas de la adolescencia  y me permitieron llegar a la otra orilla más o menos entero. Y con las ideas muy claras.

Luego hay un hueco de unos 6-8  años en el que no tengo muy claro quiénes fueron mis héroes. Me atreveré a decir que algún jefe que tuve y algunos escritores aquí y allá. Fue una época de cierto letargo o quizá incluso de cierta felicidad encontrada. No sabría decir. Sí que recuerdo con claridad que un día parado en un semáforo volviendo de mi tranquilo empleo una frase de un acabado Carlos Goñi me hizo cambiar de vida, de trabajo y hasta de ciudad. La frase decía “todo aquello que ya sé que no seré” y ahora siete años después conseguí hacer casi todo aquello que creí que jamás llegaría a hacer y no paro de preguntarme…¿y ahora qué?

Corre ya el 2013 y como digo los desafíos que me marqué entonces: viajar, triunfar, conocer, aprender, olvidar…están casi todos ya cumplidos. Repito… ¿y ahora qué? No abriré este melón hoy aquí pero sí que me debe servir para decir que si conseguí cumplir aquellos “sueños” quizás es porque no eran los “sueños” adecuados. Por eso he de volver a mis héroes, a mirar qué ha conseguido la gente que de verdad admiro. Y la gente que hoy admiro no son mi jefe, ni nadie de mi entorno laboral, son gente que me descubrió internet. Son muchos pero me limitaré a resaltar especialmente a tres:

El autor de Diario de un Downshifter porque me marca claramente el camino de lo que no quiero ser aunque cada día me acerque más a ello. Porque hay que tener muchos cojones para hacer lo que él hizo y porque escribe como me gustaría hacerlo a mí. Si puedes intenta leer esto y quedarte igual. Éste, de todos los blogs de internet, es el que más daño hace. No por lo feo que es –que es un rato- sino por lo identificado que me siento en algunas cosas. Duele.

Luego está el grandísimo Rafael Fernandez (Ezcritor) que es un héroe porque nadie escribe como él, porque sus novelas son jodidamente únicas y porque es un ejemplo claro de que perseguir tus sueños no es ninguna utopía. Ahora vive en Asturias (razón aquí), en frente de una playa y junto a la mujer que ama. Pasa los días escribiendo, o intentándolo y, aunque tiene más altibajos que una mujer en días de regla, es un maravilloso loco entrañable, simpático y con hechuras de genio. Por eso es, sin lugar a dudas, uno de mis héroes: un superman moderno con los calzoncillos por dentro. Por cierto, si puedes cómprale un libro, yo recomiendo empezar con “Un bebe”.

Por último un tremendamente admirado Hernán Casciari, éste es también un buen loco. Alguien que un día se sienta con su amigo de toda la vida e imagina un proyecto tan inverosímil como posible (Orsai) y lo hace realidad. Alguien que escribe cosas como ésta. Alguien así se merece entrar a hombros al particular Olimpo de mis héroes. Su revista me hace siempre reír y llorar, pocas cosas lo hacen. Así que  haga lo que haga Hernán yo apuesto por él. Hasta el final. 🙂

Hay más, como un desparecido Eddi Vansie  que me ganó solo con el título de su blog. Un reconvertido Javier Malonda que no tengo muy claro dónde tiene el norte ahora pero que también fue y es un héroe, pese a que no comparta su actual visión, ni acabe de comprender qué le ve al PNL. Y no se me puede olvidar al enorme Matt Harding que dejó de programar un día para irse a dar la vuelta al mundo. Seguro que hay muchos más que tienen los suficientes huevos para vivir la vida que quieren pero éstos son los que yo sigo. Estos cabrones cada vez que escriben algo, por poco que sea, consiguen darme una bofetada de realidad de la que siempre tardo un par de días en recuperarme.

¿Y cómo le cuento esto a la gente con la que tomo café? ¿Cómo saco este tema de conversación entre cervezas un viernes por la tarde después de la oficina? No puedo. No funciona así.

Por eso vengo aquí, a seguirles a escondidas, a “stalkearles” en la distancia, por si acaso un día acumulo el valor (o las razones) suficientes como para seguir sus pasos.

Mientras seguiré leyendo, escribiendo y autoconvenciéndome de que otro futuro es posible. Porque todos necesitamos creer, todos necesitamos héroes y éstos son los míos.

Loco, loco, loco…

Me preguntas cómo me volví loco. Ocurrió así:

Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que se habían robado todas mis máscaras, las siete máscaras que había modelado y usado en siete vidas.

Huí sin máscara por las atestadas calles gritando: «¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!».

Hombres y mujeres se reían de mí, y algunos, corrieron a sus casas temerosos de mí.

Y cuando llegué a la plaza del mercado, un muchacho de pie sobre el techo de una casa, gritó: «¡Es un loco!».

Alcé la vista para mirarlo y por primera vez el sol besó mi rostro desnudo, y mi alma se inflamó de amor por el sol y ya no deseé más máscaras. Como en éxtasis grité: «¡Benditos, benditos sean los ladrones que me han robado mis máscaras!».

Así fue cómo me volví loco.

Y he hallado la libertad y salvación en mi locura; la libertad de estar solo y a salvo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden esclavizan algo nuestro.

(«El Loco» Gibran Khalil Gibran)

«Antes iba deprisa, perdoname si voy depacio»

Pasa el tiempo y seguimos sin hablar, la bilis amarga de los primero días deja paso a un vacío al que empiezo a acostumbrarme. Ya solo me sonrojo en los semáforos cuando recuerdo las tonterías que te dije o lo torpes que fuimos con los mil primeros besos.Creía que teníamos todo el tiempo del mundo para conocernos y no pude estar más equivocado.

No corrí por tus caderas ni tuve prisa en encontrar la combinación secreta de tu deseo. He de reconocer que hasta me gustaba equivocarme contigo, creer -por un momento- que teníamos que volver a aprenderlo todo. Como si tú fueras la primera chica y yo para ti el primer caballero.

Al final perdí la cuenta de las noches que estuvimos juntos y solo sé que nos quedó faltando una, que no sería la última sino más bien la primera. Esa todavía nos la debemos.  Y es que hoy me desperté con el antojo de un cuerpo que ya casi ni recuerdo.  Echando de menos algo que nunca tuve. Desnudarte en mis sueños es más fácil que en aquella habitación donde empezamos a perdernos.  Pero si volvieras esta noche no me quedaría más opción que correr y saciar mis ganas de ti por si no hay próxima vez, por si el olvido le gana la guerra al deseo. Por si la razón vuelve a venir a jodernos el porvenir.

Y es que hoy intenté acostarme con tu recuerdo y hasta él me rechazó.

¡Qué puta es la memoria!

Tres anécdotas sin importancia

Anoche mientras cenaba recibí un mensaje de alguien que hace 3 años que no veo y que seguramente nunca más vuelva a ver. Lo leí hasta memorizarlo y después lo borré. Antes de darle al «delete» quise comprobar que efectivamente era ella y miré el número del remitente. Me di cuenta de que es el único número móvil que me sé de memoria, el suyo y el mío. No me sé más. Me sentí derrotado por el tiempo. Cansado de luchar.

Anoche mientras dormía tuve un sueño vívido donde afanosamente colocaba una mesa camilla en la puerta de entrada de mi casa intentando bloquearla. Puerta que de repente alguien empuja con suma violencia desde fuera, pues me la había dejado abierta. Me desperté con la adrenalina por las nubes y fui a tientas hasta la dichosa puerta. Estaba ligeramente abierta. Cerré con cuidado, despacio y sin querer encender la luz. Me sentí muy solo. Mucho.

Ayer mientras volvía a casa me paré en un puesto callejero para comprarme un gorro, ha llegado un temporal y hacía -3º ahí fuera. Me puse el gorro tras pagarlo y al dar unos cuantos pasos me di cuenta de que llevaba una molesta etiqueta dentro. Volví al puesto y le pedí al dependiente que la quitara, salió el jefe que durante todo el proceso se había mantenido callado en su caliente resguardo y mientras cortaba la etiqueta me dijo: “Es usted un hombre con suerte, el gorro vale el doble, pero se equivocó el zoquete aquel al darle el precio”. Me limité a sonreír, despacio, ampliamente, mientras le decía: “Lo sé, siempre he sido un chico con suerte”.  Me sentí dichoso y pensé que nada podría joderme lo que se preveía como una gran noche. Me equivoqué.

Enero

Enero es un mes puto -perdón por la expresión- porque lo empiezas siempre lleno de ilusiones y cuando llega el día 31 te das cuenta de que ya queda menos para navidades y los propósitos ahí siguen, mirándote como queriendo decir algo, con cara de pena. Es un mes largo, demasiado largo, donde te pasas dos semanas intentado recuperarte de vacaciones y otras dos deseando que se acabe. Enero es puto, qué le vamos a hacer.
January
Aunque no todo es malo, a mí este enero me enseñó mucho así que le estoy agradecido. Sobre todo ahora que es febrero por fin. Febrero creo que es mujer y es caprichosa. Febrero es corto porque lo bueno siempre es intenso y lo largo cansa. Es la chica de la que uno se podría enamorar 5 o 6 veces y como buena mujer es cambiante e imprevisible con sus días. De hecho hay veces que hasta se va sin avisar.

Febrero te lo confieso: me paso 11 meses echándote de menos y cuando llegas te vas tan rápido que nunca llegamos a conocernos bien.

No obstante tengo que decirte que este 2013 te siento diferente, distante, casi Marzo. Otros años nos reíamos y te importaba un carajo lo que pensaran Abril y Mayo, tan gruñones como melancólicos. Este año ya no me preguntas qué me gusta de ti, ya no flirteas – y lo que es peor- ya no me haces reír. Este febrero es frío y un poco calculador y  se olvidó de la sonrisa esa que le quedaba tan bien. Es un febrero gris, casi un mes cualquiera.

¿Sabes Febrero? Te lo hubiera perdonado todo, excepto que me pidieras ser tu amigo.

Pero yo había venido a hablar de Enero, porque ya se fue, porque ya es pasado y porque es puto, como todos bien sabemos. Muy puto. Así que Enero, déjame decirte que aprendí mucho de ti este año pero espero no volver a verte hasta el año que viene.

Y me despido con un beso de estación para el único mes que me hacía soñar, aunque ya no nos entendamos

Mua

¿Por qué leo poesia?

Cuando leo poesía busco ese puño que noquea,
boxeo de salón, sin sparring y con sabor a perdedor.

Me imagino al poeta frente a mí sentado,
viéndome recorrer ansioso sus estrofas,
él sabe lo que busco pero no sabe si lo encontraré.

Encara hacía mí su revólver cargado de versos,
rueda el tambor con cada párrafo y vuelve a apuntar.
Emociones en forma de ruleta rusa que unas veces mata y otras no.

—Ponte un trago amigo y respira o te ahogaras.
—No hay tiempo para cumplidos —le espeto y prosigo—,
hemos venido aquí con un trato,
tú quieres probar tu poema y yo necesito recordar.

Y de repente de bruces aparecen:
Abrazo,
caer,
tú,
yo,
contigo

¡BANG!

Se dispara el revólver, se reabre la herida.
La memoria sangra de nuevo, como la última vez que te vi.

—Funciona —sonríe el poeta. Se levanta, deja el arma,
que quizás era una pluma, y se marcha sin mirar atrás.

«Agujero limpio de entrada salida», dirá días después el forense.
«Corazón adulto atravesado por un certero disparo», apuntará.

De vuelta a la habitación, humea el cañón, gotea la tinta.
Trágico final para un poema pero no tanto para mí.
Necesitaba sentirme vivo de nuevo, a eso he venido.
Gracias poeta, gracias olvido, todos sabíamos que no habría próxima vez.

Diciembre (Le hablas a un teatro vacío)

En Diciembre no escribí, estaba ocupando viviendo cosas que antes soñé, pero ahora ya es Enero y parece que al final Noviembre no vino para quedarse. Volvemos a empezar.

Pon muy alta esa canción que acabas de descubrir, relee ese poema que creías olvidado y pregúntate una vez más si somos dueños de nuestro tiempo para luego perderte por las frías calles de tu ciudad en este enero cualquiera. El que trajo 2013.

Photo 19-11-12 08 40 03 Si para algo sirvieron estos dos meses fue para aprender que solo vale hacer las cosas al 100%, que la tibieza también quema y el pasado a veces lastra mucho más de lo que creemos. “Vivimos en picado” dijo ella que siempre tenía la palabra perfecta, “atrévete a arriesgarte” dije yo, asustado pero convencido de que a nuestra partida le quedaban muy pocas manos.

En un tren desde Sants bajé a las ramblas de mi memoria para encontrarme con los despojos de toda una vida de decisiones tomadas, vagué y vagué por los caminos que a ningún sitio llevan para acabar recordando que cuando crees no tener nada los principios son lo único que pueden salvarte. Una personalidad esculpida durante años que es capaz de resumirse en tan solo tres palabras (siempre tres): Vive como piensas. Sé coherente hasta las últimas consecuencias. SIEMPRE. Actualmente ese es el único plan a seguir.

A ella que no ya está, que se aleja, me gusta recordarla entre vinos, con esa dulce  mirada de niña que saca la lengua cuando pronuncia “nada”, me volvía loco verla cerrar los ojos cada vez que decía “no sé” y me hacía sonreír cuando acompañaba la palabra “maquillaje” con ese gracioso gesto de restregar los puños sobre sus preciosos grandes y negros ojos. Pequeños detalles en una relación tan corta y tan perfecta que ya nunca se podrá mejorar. Nos faltó tiempo y no nos sobró absolutamente nada.

Ya ves, gané una musa y una cicatriz. Dos cosas sin las que es imposible sentirse vivo.

Que conste que este blog nunca quiso ser personal, empecé esta nueva etapa con el firme propósito de no convertir esto en un triste diario de confesiones y ahora me pregunto qué tontería es esa. No hay nada más personal que escribir un viernes noche. Exactamente por eso estoy hoy aquí, para hacerlo personal, para que siempre pueda recordar lo inmensamente feliz que fui los dos últimos meses de 2012.

Así que allá voy, sin filtros una vez más, esperando que con el tiempo los kilómetros que nos separan duelan menos que las sombras que hoy me acechan.

Y para acabar nada mejor que el poema del grandísimo Benjamín Prado que redescubrí esta semana, la canción me la guardo para la próxima lista…

Espera, no puedo acabar sin escribir la frase que para mí mejor lo resume todo, la frase es suya obviamente: «Hoy todavía te quiero más de lo que necesito, y menos de lo que puedo.»

¡¡BOOOOM!

Fue un placer estrellarme contigo.

XI

Este poema
es para que lo leas cuando no esté a tu lado,
cuando no pueda ya cuidar de ti.

No te conformes nunca con alguien que no piense
que tú eres una llama más antigua que el fuego,
que tú eres su razón para vivir.

Aprende a no querer a los que no te quieran
y elige bien a qué le tendrás miedo:
no habrá sombra que oculte lo que tú temas ver.

Escapa del que piense
que el aire es la pared de lo invisible
y huye de aquel que crea
que es más feliz quien menos necesita,
porque ése no podría necesitarte a ti.

No te rindas, no olvides jamás que la tristeza
sólo es la burocracia del dolor.
Y si sientes que el mundo se derrumba,
no intentes abrazarte
a otro que esté cayendo a la vez que caes tú,
como yo hice contigo.

Algún día
tendrás que despertarte para salvar tus sueños.
Algún día sabrás que en las promesas
hay siempre un cristal roto
en el que aúlla el viento frío de la mentira.

Recuerda todo eso.

No escondas lo que sientes por miedo a ser frágil,
como aquellos
que por guardar tan bien lo que más les importa,
lo pierden para siempre.

Recuerda que no hay nada que no pueda
ocurrir cualquier día.
No olvides que esta obra ha terminado.
No olvides que le hablas a un teatro vacío.

Benjamín Prado

 

 

Nadie raciona mi tristeza

Nadie raciona mi tristeza, ni decide cuánto he de sufrir.
Por eso he venido a decirte que no quiero explicaciones.
Mis recuerdos no admiten perdones ni culpas. Ahórratelos.

La lastima es un sentimiento que aborrezco, prefiero tu silencio.
Y si antes de despedirte propones una última noche en vela,
recuerda que a menudo es fácil confundir amor con pena,
y compasión con ganas de follar.

Sé coherente, no cedas.
Arriésgate, no temas.
Olvídame, si es que puedes.

Emborrachate

Hay que estar siempre borracho. De eso se trata todo: es la única cuestión. Para no sentir la horrible carga del Tiempo que vence tus espaldas y te inclina hacia la tierra, hay que emborracharse sin tregua.

Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.

Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la sombría soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os contestarán: “¡Es hora de emborracharse! Para dejar de ser esclavo martirizado por el Tiempo, emborrachate, ¡emborrachate sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, a tu gusto.”

Charles Baudelaire, 1864 [incluido en Pequeños poemas en prosa]

Instrucciones para un cumpleaños…feliz

Sábanas limpias y dos copas siempre. Si ella está por ella, sino por su ausencia. Alguien a quien echar de menos, alguien a quien admirar y alguien por quien temer. Sino ¿para qué estamos vivos?

Llevar camisa, siempre, pasa lo que pase, tengas los años que tengas. A ser posible evita llevar los  pantalones puestos,  solo calzoncillos bóxer azules y nada más.  Nunca pijama. Al devenir se le espera bien vestido de cintura para arriba. Eso no es discutible, en ningún caso.

Botella de vino, las más cara a mano, vela encendida en el centro de la mesa y dos copas. Dos copas siempre, ya lo había dicho pero es que esto no es negociable. De fondo suena Queen –me temo que tampoco hay aquí mucha alternativa– pero solo las lentas: Love Of My Life, Is This The World We Created, I Was Born To Love You, Too Much Love Will Kill You and so on.

A las 00:00 debe sonar “I love You For Sentimental Reasons” de Nat King Cole, porque el jazz es lo único del mundo que nos hace sentir verdaderamente viejos. Y entonces te levantas, brindas al vacío y lees esto en voz alta:

Baila, porque nunca sabes si el año que viene lo podrás volver hacer.

Asume, asume que ya no te llamará nadie las 00:00.

Bebe, sin razón, sin porqués y sin arrepentimientos.

Teme, pero menos, huye de eslóganes, busca tu verdad y no te conformes con menos que encontrarla.

Encuentra algo que te apasione y dedica todos tus esfuerzos a conseguirlo. Sin peros, sin “es ques”

Enamórate, de una mujer, de una idea o de una actitud. Y no solo hoy, sino todos los santos días.

Besa, a ella, a su ausencia o la noche, pero besa. Los labios y los corazones se oxidan de no usarlos.  

Pon encima de tu mesa un libro, en la mesilla una libreta y en el espejo un post it con aquello que no te atreves a decirte.

Escribe, porque de una manera u otra significa que estás vivo, porque algo –en alguna parte sigue valiendo la pena

Envía ese mail, no borres ese SMS y toma ese riesgo que antes o después tenias que dejar de postergar.

Identifica un lugar al que volver, un sitio del que no marcharse. Una excusa para quedarse y una razón –o varias– para no mandarlo todo a la mierda.

Atesora un pasado que te haga sonreír, celebra un presente que dé vértigo, disipa el futuro que cuanto más incierto…mejor.

Piensa en esa chica, rememora aquel instante,  acaricia todas tus cicatrices.

Simplifica, al final todo se reduce a tener amigos que no puedan ofenderte y mujeres que no quieras olvidar.

Reúne, recita, y créete todas y cada una de estas cosas y, pase lo que pase, tendrás un cumpleaños feliz.

¡Feliz cumpleaños!

O J O s

¿Te acuerdas de esos ojos? Yo sí. Cómo olvidarlos. Eran claros, profundos, magnéticos. Mirarlos fijamente te cortaba la respiración, esquivarlos era -sin lugar a dudas- una temeridad. Yo buscaba interceptar su espacio visual, ella me atravesaba sin llegar nunca a sostenerme la mirada. La veía subir todos los días en Gloucester Road, siempre se bajaba en Westminster. A diferencia de todos los demás, ella siempre parecía estar de paso. El día al día de aquel vagón no iba con ella. Yo estaba seguro de que habitaba un universo paralelo que, de alguna manera inexplicable, confluía en la District Line durante escasos 12 minutos.

Muchas veces me pregunté a quién habría dejado en la cama a esas horas tan tempranas, quién se levantaría antes o qué humor tenía cuando se despertaba. Pequeños detalles que nunca llegaría a saber. Tampoco supe qué leía. Grácil al sentarse, se entregaba rápidamente a la lectura. Eso me permitía obvservarla entre estación y estación. Sus ojos se movían ansiosos de izquierda a derecha, devorando a mil por hora la palabras de aquel menudo libro electrónico. A veces para descansar levantaba la cabeza y daba una rápida ojeada a su entorno. Yo quería parar el tiempo. Nunca deseé tanto algo como entender esa mirada. Como si pudiera oírme, como si nos conociéramos, susurraba internamente: «¿qué estará pensando esa cabecita?» Entonces empezaba a dibujar una sonrisa y a mitad del proceso la borraba de mi cara. No sé si me arrepentía más de imaginarlo, de no decirlo o de que me pasara lo mismo todos los santos días. Una y otra vez salía del metro pensando en cómo me gustaría poder echar de menos esos ojos. Eso significaría que alguna vez pasó algo. Obvia decir que ni sé cómo se llamaba.

Imagen

Un día me senté a su lado. En distancia, nos separaban escasos centímetros; en sucesos, toda una vida de decisiones irrevocables; en palabras, no había idioma, ni verso que pudiera derribar la muralla de prejuicios, «y si» o «peros» que nos separaban.  Como Benedettí, hubiese dando cinco años de mi vida por salir de ahí con un pasado juntos. Fíjate que por pedir ya ni pedía presentes. Mucho menos futuros.

Cuando la miraba, solo deseaba poder echarla de menos. Haber podido entender, aunque solo fuera una vez, que se escondía tras aquella mirada.

Sus ojos, si aún lo he dicho, eran claros.  ¿te acuerdas de esos ojos? Yo sí, cómo olvidarlos.

Saber perder

No conozco mayor placer que mirar al techo una noche de verano, mientras el aire frio entra por la ventana, entre las 2 y las 3 de la mañana. Sin nada que hacer al día siguiente más que aprender a ser un poquito más tú. Tienes sueño pero no te quieres dormir, la mera paz de empezar las vacaciones te crea excitación. Sabes que vienen días agridulces por delante. La persona que mas quieres en este mundo tampoco puede dormir a 1.700km de distancia, aunque bien sabes que la distancia no la hacen los kilómetros. Te gustaría poder insuflarle de alguna manera esta certeza que tienes de que todo va a salir bien. Te das cuenta de lo difícil que es todo para ella ahora, desde sacar un billete hasta ponerse un vestido especial. Recuerdas aquella frase que tanto resonaba en tu mente cuando tocaste fondo: “concéntrate en lo que haces, disfruta el momento, si estás cortando pan oye como cruje.” Ella ama el pan aunque a veces no lo coma. Decides apartar las preocupaciones de la única manera que sabes, abres el libro que te acompañará mañana en el avión de vuelta a Madrid y empiezas a leer.

“El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permita filtrarse. El deseo asociado a un objeto de deseo nos condena a él. Pero hay otra forma de deseo, abstracta, desconcertante, que nos envuelve como un estado de ánimo. Anuncia que estamos listos para el deseo y sólo nos queda esperar, desplegadas las velas, que sople su viento. Es el deseo de desear.”

Acojonante. Miras al techo, la brisa estremece tu cuerpo medio desnudo sobre las sabanas limpias. Cierras el libro y te llama la atención la portada. La chica mira un móvil. Tú no esperas ningún mensaje hoy. Un escalofrío recorre todo tu cuerpo, no sabrías reconocer las sensación que deja, quizá sea felicidad, quizá soledad, a lo mejor solamente miedo.  “Saber perder” escrito claramente sobre la foto. El mensaje es potente y claro. Mañana será otro día, mañana empiezas tus vacaciones.