Domar la sinrazón

Dejé de leer, sin darme cuenta, dejé de pensar conscientemente, sabiendo que escribir es el metrónomo que marca el paso del tiempo. Pasaron casi cinco años que se convirtieron en 6 párrafos mal escritos. Antes, cada domingo era una carta a mi yo de la semana pasada. Hoy los domingos no son más que el inicio de otra semana. Se casaron las musas y tuvieron tres o cuatro hijos. La tú de mis galeradas dejó de mandarme mensajes a las 00:00 cada cumpleaños. La chica que Vegas decía que se despertaba cansada de pasearse por mis sueños ahora duerme mejor gracias a una aplicación de Mindfulness. La niña a la que le rompí el corazón se hizo mujer y me bloqueó en Twitter. Tú ya no eres tú, eres ella. Pero de esto ya nos habían avisado los cantautores. Las princesas, sin más cuentos, se acostumbraron a sus príncipes que trabajan a media jornada de funcionarios en los castillos que construimos a plazos. Cenicienta compra en Zalando zapatos que puedes devolver en 180 días, ya no pasa nada a medianoche. Las cintas que grabé son ahora listas de Spotify para jóvenes que ni saben quién es Silvio Rodriguez. Ojalá pase algo que te lleve de pronto. Las letras de entonces suenan huecas ahora. Mis relatos, tan cortos como aburridos, se acumulan como borradores en este blog que coge polvo. El libro que prometí escribirte se quedará sin la dedicatoria tan amarga que tenía pensada. Y juro que te llamaría esta noche mismo para reírnos de todo esto sino fuera porque tu número sigue siendo el único que me sé de memoria. Puto Instagram que nos está dejando tontos.

No me entiendas mal, aún hay esperanza.

La esperanza, como siempre, pasa por volverlo a poner todo en duda. Por volver a abrir el portátil en trenes, aeropuertos y salas de espera. Por leer cosas que escuezan. Por escribir cosas que duelan. Por volver a pensar que algún día en la primera hoja de ese libro se encontrarán de nuevo nuestros pasados, como los abuelitos de los parques; con su mejor ropa, en dos cuerpos gastados, mirándose con ternura en el único banco donde da el sol. Ahí, al final del parque, se pasa la tarde susurrando entre risas contenidas que al final resultó que sí valía la pena, y que el único reproche después de tantos años es no acordarse mejor, el tiempo y sus desgastes. La memoria como el último refugio y los recuerdos, escurridizos como peces en un estanque, son imágenes en color sepia que si cristalizasen estarían gastadas por los bordes de tanto manosearlas. Como esos viejitos, yo no me arrepiento de nada. Solo me entristece que la ciencia no llegará a tiempo para inventar frascos donde guardar momentos. Porque me conformaría solo con tenerlos todos a la vista en una estantería. Fíjate si pido poco. Por eso es necesario escribir, porque la única verdad es que todo se olvida y lo bueno dura menos y lo malo no cuenta sino eres capaz de recordarlo. Acariciar tus cicatrices como el que acaricia a un gato que sabe que vuelve por las noches por muchas casas que visite.

Entiéndeme mal, que de todo uno se cansa.

A ver, reinvéntate o vete a la mierda. Déjate de abuelitos, recuerdos y gatos. Que hasta el príncipe se cansó de su puesto de funcionario. Recupera de algún sitio la rabia con la que escribías o deja de hacerlo. Que si eres lo suficientemente listo comprenderás que la calma de esta tempestad dura más de la cuenta, que como dijo Ortega toda realidad que se ignora prepara su venganza y afila los cuchillos, usa la razón, aguza los oídos. Estate alerta. Escribe porque algún día desearás que fuera hoy y hoy se acaba en un rato. Porque hay que repasar periódicamente los valores y combatir diariamente la mentira, porque las noches que han de venir serán muy largas, o como ya hemos dicho, porque despertarte con ella no puede hacer que dejes de desearla. Escribe, para domar la sinrazón que se acumula o simplemente para que no te estalle la cabeza.  

Abre las ventanas y airea esta habitación, que hasta los recuerdos huelen a cerrado.  

Despertarse con ella

Hay que entrenar la poesía, como el amor, como las ganas de verte. No dejar que se oxiden las caricias guardadas para el día perfecto; ni que se gasten los cuerpos como las camisas, de tanto rozarse en el mismo cuello.

Hay que entrenar al corazón para que no se acostumbre, hay que leer, revivir tantas noches en vela y valorar en horas de insomnio lo que valen los domingos que estás conmigo.

Dejar de decir que no tienes tiempo y levantarte antes o sentarte en un parque a escribir lo que piensas. Hay que parar un poco, darle al pause, decirle a ese amigo que te llame cualquier madrugada.

Porque el tiempo corre demasiado cuando simplemente esperas, a que pase hoy, a que sea mañana o a lo que sea que es que te separa del próximo anhelado momento. Es como ir a trabajar pensando en las vacaciones o follar con ganas de salir de ese cuarto.

Hay que entrenar la mente para que no se acostumbre a la felicidad contenida, hay que decirle al miedo que despierte, hay que pelear con uno mismo para que siga valiendo la pena.

Hay que volver a escribir cada mes y llorar al menos cada cuarto creciente. Hay que seguir haciendo lo que fuera que fuese que te hacia ser tú, no vaya ser que algún día amanezcas y seas como ese cretino que olvidó que soñó, durante toda una vida, despertarse con ella.

¿Para siempre?

Tengo que parecer fuerte, que exploten los bíceps en mi camisa, para quitarte el pelo de la cara con el más dulce de los gestos. Seguir subiendo vino al hotel de las noches eternas. Hacerte creer que vivimos en el mejor de los posibles presentes. Ilusión y ganas de comerte todos los días por desayuno.

Tengo que pensar rápido para robarte una sonrisa cuando aceche tormenta y que el brillo de tus ojos no se disipe con el tiempo. Quiero ser loco en la cama y tierno en la distancia. Que seamos siempre esa pareja que todos envidian en las bodas. Sonrojarte con susurros mientras cruzas la aduana. Que nos echen de los bares las veces que haga falta.

Tengo que aprenderme tus gestos, todos, para sanar lo que callas cuando corra el riesgo de enquistarse. Memorizar tu cuerpo como si fuera un mapa del tesoro que se borra por las noches. Interiorizar tu risa y hacer de ese sonido liturgia y plegaria. Convertir tu ausencia en el multiplicador de las ganas de verte. Ser la fantasía prohibida del retrovisor de otro taxista.

Tengo que saber si al final nos creímos la mentira consentida del para siempre.

Dure lo que dure.

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¿Para qué?

Pronto llegará abril, el mes de Sabina, el mes más gris del calendario. Como dice el flaco: el mes que comparte colchón con el desamparo y la humedad. Qué cabrón Sabina que nunca pasa de moda.

Abril es también el mes que siempre llega tarde, como yo, como las excusas. Pero eso ya lo sabíamos, lo que nadie se esperaba es que marzo fuera el mes de Nachito, de encender la luz y ver que no hay nadie, de otra resaca más, de la enésima hostia contra el mismo poste. De morderte la lengua y reconocer al instante ese gusto metálico, pero ser incapaz de discernir si sabe a derrota, a alcohol o a esas enquistadas ganas de ti. Y es que uno cada cierto tiempo debe volver a escuchar a Nacho. El filósofo Nacho. Nacho el puto amo. Nacho duele. Jodido Nacho.

Quizá volví a Nacho porque sin él no sabría quién fue el padre de Michi Panero y no me habría parado a leer sus turbulentos poemas en este, su último, marzo. O quizá porque Ocho y Medio siempre se puede escuchar una vez más, porque «incluso los perros están tristes después de eyacular» o porque si no sonríes aunque sea ligeramente con el primer “¿para qué?” de Detener el Tiempo es que ya estás muerto, como el Ángel Simón, como los Panero. También porque marzo siempre tiene día 15 y porque pronto hará 20 años. Y por más que diga Gardel ya no queda nada a lo que volver, ni frente marchita, ni sien plateada ni hostias. Ya no.

Y si tengo que salvar algo de este marzo me quedo con aquel domingo soleado en la plaza de Catalunya y con la ya habitual sensación de llegar a una ciudad donde no me espera nadie. Mi camisa arrugada y la batería del Kindle a punto de morir: problemas del siglo XXI. Me acabé allí sentado el libro que me recomendaste, apoyando los pies en la maleta y reencontrándome con un sol al que no echaba de menos. Sonreía como un gilipollas –cada uno sonríe como  lo que es– cuando me di cuenta de que ese tenia pinta de acabar siendo el mejor momento de todo marzo. Te envié horas antes un correo desde la cafetería de la terminal. Uno de esos que no esperan respuesta, exactamente uno de esos de los que debería dejar enviar. A ver cuando me quito esa molesta manía. Regla Nº 7.

Me pasé todo marzo con la sensación de que algo bueno iba a pasar mañana. Y nada pasó, llegó tarde hasta la muy golfa de la primavera. Por no hablar de ti, o de mí, o de la ganas reprimidas de ponerte otra vez de puntillas. Si lo piensas lo bueno pasa siempre hoy, nunca mañana. Y yo sigo sin tenerlo en cuenta o sin aplicarlo cuando realmente importa.

Preferiría hablar de Crimea, de la gente feliz que dicen que lee y bebe café, de ese lugar en el campo que no hemos descubierto todavía o de lo bien que me va la vida desde que sigo a rajatabla mis propias reglas pero no, mi castigo, como el de Sísifo, es volver mes a mes aquí, a darme cuenta de que mientras los otros avanzan o se atascan, se casan o enamoran, tienen hijos o lo piensan; mientras, yo sigo anclado a un pasado que no existe fuera de estas letras, mendigando una atención que no merezco y fantaseando con noches que nunca llegan. Aferrado, al fin y al cabo, a unos recuerdos que cotizan a la baja en el mercado de quimeras. Y así es que las únicas que me pueden entender son las letras de las canciones.

Cómo entender que me canso de perder, de coleccionar imposible, de emocionarme con libros que a nadie le importan. Cómo aceptar que estoy ya cansado de refugiarme tras este teclado adicto a la mentira. Tengo, este mes, muchas ganas de conformarme al fin o de mandarlo todo a la mierda, si es que acaso no es lo mismo . Hasta los cojones de encontrarme en el espacio-tiempo equivocado o de ponerlo como excusa, o de no saber manejarlo.

Y hasta aquí el “ranteo” de hoy. Eso sí eran reproches. Eso fue marzo.

Ahora abril, me tocar organizar un poco todo esto. Decíamos antes que, como el hermano de Nacho, si pudiésemos parar el tiempo la pregunta sería “para qué”. Eso lo resume todo bastante bien: hoy –como concepto– no vale mucho la pena.

Por eso vuelvo aquí a escribir como siempre digo que no lo haré. A divagar en pro de  la única terapia que conozco. A masticar una a una las palabras para hacer esto –sea lo que sea– un poco más digerible. Vuelvo a beber, a escribir, a morder sin que me lo pidan. A pensar en ti, a dejar que a veces me venza la tristeza, a escuchar a Nacho. Eso seguro. Vuelvo, en definitiva, a intentar empezar lo que nunca empieza. Si esto fuera el parchís: de vuelta a la casilla de salida. Como Sísifo. Como ese día en el que aceptas que alguien ya no está en tu vida y te das cuenta de que lo único que te sobra es el tiempo y que te falta todo lo demás. ¿Detenerlo? No alcanzo a ver un porqué..

De pequeño frente a un calendario pregunté:
«En diciembre, el 31, ¿se acabará el mundo?»
Todos se rieron, yo no sabía por qué.
«Algo más», oí, «nos queda un poco más».

No me convenció y fui hasta el reloj de la pared.
Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar el tiempo.
Se lo comenté a mi hermano y, él mirándome,
«¿para qué?» me dijo, «¿para qué?».

Lo que decía…una vez más a escribir para no pensar en ti. ¿O era justo al revés?

Ya da igual…

¡Qué te jodan abril! Todo los años hay un mes que le sobra al calendario.

Leopoldo

C’est fini

Hasta aquí llegó este blog…seguiremos con las tonterías en otra parte.

Como bien decía Nachito: «nuevos planes, idénticas estrategias».

La idea tiene la perfección de lo simple: amigos con los que no te puedas enfadar y mujeres de las que no quieras olvidarte.

Gracias por el regalo

Gracias por el regalo

Todo lo demás da igual o no importa lo suficiente.

Fue un placer, ahora toca continuar porque yo también tracé un ambicioso plan que consiste en sobrevivir.

No más Mayos

Mayo es el fin de un personaje de cuento que ya no tiene historia donde resguardarse. Mayo es una señal de no hay salida justo cuando dejabas atrás la oscuridad del túnel. Es emoción contenida. Es rabia. Es un empacho de imposibles.  Mayo es ganas de alargar la mano, que hace tiempo que no estaba tan cerca de tu rostro, y acariciar tu mejilla con un gesto que vengo ensayando desde hace demasiados abriles. Te debo a ti los instantes más preciados, años rebobinados en segundos al recordar un tacto que nunca dejó de acompañarme. Mayo eres ese temor que a veces es virtud y casi siempre el peor de mis defectos. Un miedo que alimenta al loco que forma parte de uno mismo. Bradbury escribió aquello de «Ve al borde del precipicio y salta. Constrúyete las alas mientras caes”. Yo salté, yo construí mis alas pero la hostia no me la quitó nadie.

Y es que 2013 no podía traer un mayo cualquiera, no lo fue abril, no lo fue marzo y mucho menos Febrero. Mayo trajo un final que no es otro que todos los finales. Tres días en los que mi vida se convirtió en pasado y el futuro en algo que no entiendo. La pena más grande no es otra que la aceptación de lo que ya no puede ser. El desengaño o la tristeza no son comparables a las emociones desgarradas de enfrentarte a preguntas que ya nunca tendrán respuesta. El alma en carne viva.

Antes de irte te miré a los ojos como el que intenta verse pestañear en un espejo, buscando eso que solo se esconde tras los abrazos de despedida. En esos besos que no nos dimos cuando nos despedimos, ya no de lo que fuimos, sino de lo que nunca llegamos a ser. Porque nunca fuimos lo que imaginamos, ni imaginamos un final tan impredecible como adecuado: tú viviendo la vida que decidiste vivir, de felicidad sencilla y encontrada; yo peleando la que me dejaste como única opción, en una búsqueda en círculos de algo que seguramente no existe. Nos conocimos en una montaña rusa de la que nunca supe bajar, hiciste bien en saltar en marcha.

Dijiste que soy como una droga que reaparece por generación espontánea, dijiste que temías mis mails que son granadas a destiempo y dijiste que durante mucho tiempo solo te imaginaste una vida conmigo. Me gusta saber que por lo menos en algo siempre estuvimos de acuerdo.

Te uniste, tarde, al club de las que dicen que exijo demasiado pero llegaste a tiempo para sumarte a la condescendía del “encontrarás a alguien”. Yo te hice saber, una vez más, lo guapa que estabas. Ni siquiera tus hoyuelos me devolvieron el cumplido. Ojalá pudiera dejar de ser yo por un rato.

Menos mal que mi especialidad es reconstruirme porque sería muy fácil hundirse ahora. Pensar que ya no queda nada que pueda sorprenderme. No quiero ser un muerto en vida, alguien a quien mató una sobredosis de expectativas. La desoladora imagen de un idealista derrotado.

Por eso quiero darte las gracias por tu último regalo, que no fue esa pluma con los puntos suspensivo ni tampoco el abrazo más emotivo del mundo. Tu mejor regalo no fue descubrir que quien yo conocí sigue existiendo en alguna parte, ni tampoco la paz de aceptar que este era el único final posible. Y es que tu mejor regalo fue hacerme entender que no quedan más despedidas.

Mayo, acabaste con marzo, me ayudaste a entender Febrero y bajaste los humos a un abril desmedido. Te llevaste contigo todo los futuros posibles para dejarme el único que vale, el de ahora.

Entiende que este año no haya más meses y que el 2013 por mí ya podría ser “hace diez años”.

Quiero volver a atrás o dejar de recordarlo todo. A qué mala hora me enseñaste que lo difícil del primer amor no es olvidarlo, sino aprender a vivir con su recuerdo.

Mayo, ahora sí que ya no espero nada de ti. Casi ni de mí. Porque esperar fue el único error imperdonable.

Querido Mayo, ¿cómo seguimos después de esto?, llegaste tan cargado de finales que incluso este blog carece ya de sentido. Porque prometí no divagar nunca más sobre nosotros ni volver a escribir pensando en ti. Quise desterrar contigo el uso de la segunda persona y no lo he sabido cumplir y ahora ya no sé si he faltado a mis promesas o a mis principios.  Porque ya no basta con ser fiel a los finales. Contigo ya no.

Me despido de este tú que vuelves a ser tú y de este yo que escribió mientras hubo algo que decir. Hoy –y por ahora–  la memoria vuelve a pesar demasiado y me ha pedido un descanso. Hace un tiempo que escribir dejó de ser algo positivo.

Te deseo que seas feliz y aunque no necesites mi bendición cuenta con ella.

Vete sin miedo porque tu ausencia solo deja ya tranquilidad. La tranquilidad de saber que ya nunca podremos hacernos daño.

Prometo no volver a dirigirme directamente a ti. A ver si esta vez puedo cumplirlo.

Fin.

...

LA SED INSACIABLE

Decir adiós… La vida es eso.
Y yo te digo adiós, y sigo…
Volver a amar es el castigo
de los que amaron con exceso.

Amar y amar toda la vida,
y arder en esa llama.
Y no saber por qué se ama…
Y no saber por qué se olvida…

Coger las rosas una a una,
beber un vino y otro vino,
y andar y andar por un camino
que no conduce a parte alguna.

Buscar la luz que se eterniza,
la clara lumbre durarera,
y al fin saber que en una hoguera
lo que más dura es la ceniza.

Sentir más sed en cada fuente
y ver más sombra en cada abismo,
en este amor que es siempre el mismo,
pero que siempre es diferente.

Porque en sordo desacuerdo
de lo soñado y lo vivido,
siempre, del fondo del olvido,
nace la muerte de un recuerdo.

Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa…

José Ángel Buesa

Comala otra vez (AKA: La parábola de las empanadas)

Corría el año 2002 cuando el, muchas veces mencionado ya, Maestro Sabina cantaba aquello de “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.” Yo recuerdo perfectamente la primera vez que oí esa frase.  Fue en un concierto acústico de la gira “Nos sobran los motivos” al que por alguna razón que ahora no recuerdo fui solo. La canción la había escrito para Ana Belén pero era tan jodidamente buena que no pudo resistir sacarla en su siguiente disco: “Dímelo en la Calle”. Disco flojo donde los haya pero al que le siguió una reedición disco-libro ilustrado llamada “Diario de un peatón” que lo salvó. Esta edición contenía otra perla que nunca se ha tocado en concierto y que para mí sigue siendo la mejor historia de corrupción y cuernos que he oído jamás: “Doble vida”.

Bien. Todo eso lo cuento porque desde que oí esa canción en aquel concierto no dejé de preguntarme qué sería “Comala” y qué tenía que ver con tamaña verdad. Tuve que esperar hasta tener el cedé con la transcripción de las letras para darme cuenta de que Comala era un nombre de ciudad. Google por entonces ya te permitía resolver misterios imposibles y así fue como descubrí que Comala era el lugar donde Juan Rulfo daba rienda suelta al monólogo interior de Pedro Páramo. Corrí pues al Corte Inglés y compré ese libro que me leí de tirón una tarde en el antiguo cauce del río. Reconozco que no disfruté de la lectura, devoraba el libro intentando desentrañar los secretos que escondía aquel misterioso pueblo. La narrativa, compleja y repleta de símbolos, me hacía ir de atrás adelante en lo leído, tratando de encontrar sin éxito alguna explicación a mis preocupaciones.

Muchos, muchos años después, releería el libro y aprendería que esa novela se considera unos del los máximos exponentes del archifamoso realismo mágico. En esa segunda lectura creo que sí disfruté de la novela. En 2002 solo quería comprender por qué no se podía volver a  Comala, sin entender que eso no se aprende en los libros.

Y desde entonces ese pequeño pueblo perdido de México se convirtió en un símbolo para mí, en un recordatorio de lo difícil que es revivir algo por mucho esfuerzo que pongas. Una palabra que nunca me ha dejado de acompañar. Corre ya el 2013 y todavía cuando vuelvo a sitios donde fui feliz no puedo evitar susurrar en voz baja: “….no debieras tratar de volver…”

Esta pequeña reseña medio musical, medio literaria y sin muchas pretensiones me sirve como introducción a lo que vendremos a llamar “la parábola de las empanadas argentinas”

La parábola dice así…

 Al entrar no pude evitar recordar una vez más aquella famosa frase de Sabina.  “No debieras tratar de volver” me decía una y otra vez a media voz: “no debieras tratar de volver”. La chica me miraba extrañada pero, consciente como era de que estoy un poco loco, no dijo nada. La última vez que nos vimos me despedía de ella en un taxi que acabábamos de parar juntos, sin decir nada más que “toma, he disfrutado de la cena, te doy este dinero y te vas a casa.” Aún no entiendo por qué me volvió a llamar. Yo debía haber elegido otro sitio para esta segunda cita, pero reconozco que el ambiente íntimo, las luces rojas, la música en directo y el innegable atractivo del nombre del local hicieron que no le diese más vueltas: el Trovador sería el sitio.

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La carta de vinos era escueta y overpriced, como acompañamiento a cualquier bebida te ponían palomitas picantes y la camarera parecía sacada del otro lado del espejo de Wonderland.  Nada de eso me importó la primera vez que vine. ¿Qué había cambiado?

La decisión a la hora de pedir comida era fácil y se limitaba a sus dos platos estrella: empanadas argentinas y rollitos primavera al estilo tailandés. Pedí uno de cada.

Cuando la camarera por fin trajo las empanadas junto a la segunda botella de aquel horrible vino chileno. Ella me miró aparentemente preocupada y me soltó:

–¿Prefieres empanada o rollitos? – a lo que yo rápidamente repliqué.

–Yo soy mucho más de empanadas que de rollos – y sonreí.

Ella pareció no apreciar la sutil ironía y tras una interminable pausa durante la que no dejé apagar mi sonrisa más ensayada, ella por fin pareció decidirse.

–Hoy comienzo una nueva dieta, si no te importa, ¿te comes tú las empanadas? – todo esto sin ni siquiera devolverme un amago de algo parecido a una sonrisa.

Yo no sabía muy bien si me estaba siguiendo el juego o realmente se negaba a compartir lo que había sobre la mesa. Consciente de que aquello iba a ser imposible de remontar aparté el plato y me dispuse a comerme yo solo mi enorme empanada. Mientras, ella disfrutaba de sus insípidos pero ligeros rollitos. Genial. El resto de la noche fue tan aburrido como previsible.

Mucho tiempo después comprendí que hasta el más frugal de los rollos (y más en primavera) esconde en el interior un poco de pasta de empanada. Recuérdalo en tu próxima cita.

Fin.

Hasta aquí mi simple parábola y su tonta moraleja. Sin querer ponerme prosaico he de decir que –empanadas y rollos aparte– esa cita me sirvió para recordar que mi comida preferida sigue siendo la de buenos días. De eso sí que no cabe duda

¿Y si todos los días fueran viernes?

Es duro darse cuenta de cuánto más lista que yo eres. Siempre vas por delante. Por eso es duro comprender, al fin, que cuando empiezo a entenderte es justo cuando dejo de interesarte. Ayer garabateé en una hoja la explicación de lo que nos está pasando y comprendí, tarde, que tú en el fondo lo has tenido todo siempre claro. Meridianamente claro.

diagrama de puto loco

Y me parece bien.

Me parece bien que hayas encontrado tu sitio, tu quien, tu todo-lo-que-alguien-siempre-pudo-desear. Me parece muy bien aunque a veces no me guste. Entiendo, casi admiro, la ilusión ligeramente diluida en resignación, con la que empiezas (retomas) una relación que debería ser la definitiva. Me cuesta entender, sin embargo, porqué seguimos regando de vez en cuando ese geranio que hace tiempo que se estrelló contra el suelo:
maceta rota, tierra desparramada, futuro roto.

La foto, como algunos besos, es robada (perdón)

La foto, como algunos besos, es robada (perdón)

Y a dónde quiero ir a parar

No lo sé, pero sé que me redescubro de vez en cuando pensando en ti a altas horas de la noche, echando de menos algo que nunca pasó y revisitando tantas cosas que se quedaron a medias. Sé que esta semana intensa, en la que todos los días fueron viernes, puede considerarse otro (y van N) punto de inflexión. Y es que sentí unas inusitadas ganas de preguntarte «¿tú cómo estás?, ¿qué pasa exactamente por tu cabeza?». Obviamente me callé. La ignorancia también es una elección.

El tiempo, como todos sabemos, asienta y calma las emociones. Tres meses han bastado para que yo asuma sin ningún rencor que nuestra función para números grandes es asintótica y no se cruza más que para volverse a separar. Y yo eso lo empiezo a llevar bien, pero ¿tú como lo llevas?

En un ataque de arrogancia pensé que debía ser yo el que ahora intentara distanciarse, no por mí -lo bello ya no duele- sino por evitar ser aquel que entorpezca tu capacidad de ser feliz. Sea eso lo que sea. No quiero buscarte porque sé que algún día ya no te encontraré y si te encuentro no sé a quién beneficiaría. La infidelidad, si yo la tuviera que definir, es dejar el móvil boca abajo…bien sabes que mi pantone no tiene escala de grises. Pero es que todo esto tú ya lo intuías desde hace mucho tiempo.

Y es que cuando dejó de ser viernes entendí -de golpe- que ahora estoy empezando a ser lo que nunca quise ser. Soy el que hace que te apartes para enviar un mensaje, el recuerdo que aparece mientras te vistes un lunes por la mañana, soy el pensamiento que por momentos molesta, la incertidumbre que a veces suma peso a la rutina.

Si soy el que pone boca abajo tu móvil, eso nunca lo quise ser.

Toca retirada pues.

Pero eso tú ya lo sabías. Por eso manejas cautelosamente los tiempos, intentando construir departamentos estancos para sentimientos perecederos. El papel que yo juego en tu vida, lo entendiste tú mucho antes que yo; y elegiste en consecuencia. Yo, que por momentos sigo enamorado de lo que no fuimos, ahora empiezo a asumir que nunca hay dos versiones de la misma historia y que ésta -la nuestra- hace tiempo que se quedó sin guionista.

Y eso no hay ciudad, ni mañana soleada, ni pasado efímero que ya lo pueda cambiar. Lo cual me lleva de nuevo al principio. A descubrir que cuando yo comprendo esto ya es tarde. Porque tú siempre lo supiste. Porque entendiste hace tiempo que yo acabaría siendo un recuerdo preferente, lleno de todo-lo-que-podría-haber-sido-y-no-fue, repleto de subjuntivos y condicionales, pero poco más.

Así que me despido. Si tuviera que ponerte un nombre, te llamaría Lady Imposible. Pero, hoy por hoy, evitaré llamarte. No en este espacio-tiempo.

Palabras la tierra

Parafernalia la mía. Pantomima a su madre. Pentecostés y gastos. Patidifuso y emborronado…y así con todo.

Peliagudo u obtuso. Paquidermo sino para soñar. Paliativa y otros impuestos. Pelmazo de hierro. Paciencia infusa. Parabién o mal.

Epístola cargada. Plusvalía lo suyo. Pretexto de apoyo. Persevera educación. Pausados sin tres. Pentagrama y medio. Paliza la bandera.

Pirotécnica depurada. Permisiva asesina. Perfecto mariposa. Purista gram. Pústula llevas. Pastrami que me cuentas. Palabras la tierra.

Princesa la guerra. Puesto mentira. Pernoctarte dentro. Paquete metes. Puente sigo queriendo…y así con todo.

Noviembre

1

Ella tiene 30 años y desde hace dos dice estar enamorada de una mujer. Dice muchas tonterías pero seguramente esa es la única verdad. Ahora dice que la vida es una mierda y que ese trabajo acabará con ella. Se lo dice a su pareja y luego le pide perdón mientras llora, llora y llora. Porque cuando uno está así lo único que puede hacer es entregarse a la lágrimas, que ni curan ni consuelan, pero  son mejores que los gritos o por lo menos más llevaderos.

La novia no puede más, no sabe qué hacer y se siente acobardada. “Es sólo trabajo” murmura como una letanía mientras comen calladas en la cocina. Sin mirarse, una queriendo no estar ahí ni en ninguna parte, la otra deseando ayudar a quién no quiere dejar ayudarse.

Puto dinero, puta sociedad o puta rutina que nos confunde los valores y que hacen que lo único importante pase a ser lo más irrelevante. Dicen que es estrés, complejos enquistados durante o años o simplemente conflictos interiores que no tienen solución. Menuda mierda más contumaz. ¿Cómo hacerle entender que ella es la única dueña de sus emociones?

Habla de rabia, de ira. Habla de no dejarles ganar y no se da cuenta que ella es la portadora del virus de su propio contagio. Dice que no aguanta más y sin embargo no cambia nada. Pretende resistir una presión que ella misma se genera.

Abandona. Deshazte de lo que te hace daño. Ese sería mi consejo pero tampoco a mí quiere escucharme.

2

Él recién cumplió 34 y dice que es víctima de un maltrato psicológico sin precedentes. Pasó diez años viviendo una mentira cómoda, pero mentira, con aquella chica que conoció a los 23 y que abandonó a los 33. La dejó por otra, como hacen todos. Seis meses atrás se enamoró por primera vez y esto ha dejado su vida patas arriba. Dice que conoció a la chica equivocada, que ella es lo opuesto a él y que nadie le ha hecho tanto daño nunca. Dice su nombre 30 veces por hora y no escucha a nadie porque está obsesionado con su dolor. Él es un buen tipo, siempre lo fue, cansado de oír la frase “buen profesional y mejor persona” quiere transgredir las reglas y tiene mono de adrenalina por tantos años de felicidad moderada. Asequible sí, pero moderada. La chica que le cazó –no tiene otro nombre- le ha dejado con la autoestima en números rojos, a él que lo fue todo, a él que nunca tuvo que preocuparse por nada.

Yo detrás veo insatisfacción por tantos años de tibieces. Estos seis meses le sacaron del letargo ¿con que “yo” se quedara ahora?

Vive tu vida como tú quieras. Haz de lo más importante lo único que importe. Ese sería mi consejo pero como no deja de hablar es imposible que me escuche.

3

Por todo esto, y porque este noviembre será un mes que tardaré mucho en olvidar, llevo días pensando en aquel libro de Daniel Múgica que tanto me marcó a mis 20 años: Uno se vuelve loco.

Porque es así, uno se vuelve loco de repente, con razón o sin ella, y ya nada puede hacerle volver atrás.

Yo me creo dueño de mis sensaciones, ilusamente creo controlar mi destino y hasta me atrevo a dar consejos tanto a quien me los pide como a quien no. Sin embargo, cuando alguien grita socorro y soy incapaz de ayudarle todo se derrumba y soy consciente de lo frágil que es el entramado que nos sostiene. A estas personas les diría que lo mandaran todo al garete, que se despojaran de todo  para volver a empezar con solo lo necesario, que –de verdad- hace falta muy poco para ser feliz. Quizá solo proponérselo seriamente.

Imagínate una pequeña tienda de vinos en Turín con vistas al Po, una minúscula mesita de café amarilla siempre con un té por las mañanas. Imagínate recoger los folios que dejaste anoche a medias porque la pasión venció a la inspiración. La extraña sensación de conocernos de toda la vida y la genuina alegría que da verte cocinar el risotto dos veces por semana. Imagínate que todo eso funciona, ¿qué importa pues el dinero? ¿el pasado o el después? Too nice to be true.

Y perdón por la perogrullada pero al final la felicidad no te la da el dinero, ni la pareja, mucho menos el trabajo. Si hay algo parecido a la felicidad es la satisfacción de hacer lo que quieres hacer cuando quieres hacerlo. Eso sí, siempre aderezado con pasión, elemento imprescindible en cualquier fórmula de éxito.

A ella y a él, a riesgo de volver a sonar presuntuoso –una vez más- les pediría que abrieran al azar el famoso libro de Richard Bach, Ilusiones, con suerte se encontrarán de bruces con el principio del capítulo 14

Todos los seres,

todos los acontecimientos

de tu vida, están ahí

porque tú los has convocado.

De ti depende

lo que resuelvas hacer

con ellos.

 Y con estas ínfulas de mesías no me puedo despedir sin preguntar:

Noviembre …¿has venido para quedarte?

Octubre

De repente resulta que todos queremos ser escritores. Nacimos para triunfar y tenemos algo que decir. Ahora parece que todo es posible y que lo único que hace falta es proponérselo. Me cansa tanta mentira, me fatiga la mediocridad de creerse lo imposible, ya decía Eddie Vansi que fracasar no es fácil –toda una vida intentándolo- y nadie quiso hacerle caso.

Blogs como este pueblan los abismos de Internet: tan solitarios como la fea al principio del baile, tan inútiles como volverlo a intentar. Aun así me siento cada cierto tiempo frente a este teclado, esta pantalla en blanco parpadeante y me enfrento a la vergüenza de leer cosas que no quiero escribir. Toca pues preguntarse por qué lo hago, a quién escribo o qué extraña soberbia me motiva a intentar algo que sé que nunca conseguiré. Hoy leí en el periódico las declaraciones de Hugh Grant cuando, tras enorme fellatio, le preguntaron en Los Angeles si iba al psicoanalista. Él se limitó a contestar “en Inglaterra leemos libros”. Respeto. Respeto eterno al no-niño de mirada caída y presencia de gentleman.

Leemos porque la realidad a veces es demasiado aburrida como para rememorarla cada día. Leemos para no estar solos cuando más queremos estarlo, para reconocernos en hombres y mujeres que ya no existen o quizá nunca lo hicieron. Igual que escribimos para decirnos cosas que no queremos oír, para retener sensaciones que de ninguna manera queremos dejar pasar o simplemente porque hay una frase que solo al escribirla dejara de resonar en tu cabeza. Escribir es leer en voz alta pensamientos que rehuyes, es reconocer que no todo va  tan bien como debería. Hablar con uno mismo sin darse siempre la razón.

Sé que mi prosa, infantil y deficiente, no me permite aspirar a mucho más que a estas galeradas de madrugada. Sé que mis textos fusilan canciones y libros por todos conocidos, pero es que al final eso soy yo: un mosaico de influencias demasiado fuertes para ser olvidadas, un eterno inconformista que sigue buscando su sitio, algunas veces solo y otras mal acompañado.

Por eso vuelvo de manera sistemática – whisky en mano- a comprobar si aún me queda algo que decir. Algún día se acabaran las palabras o quizá la ilusión. Ya no vendré aquí lo sábados por la noche y me limitaré a vivir esa felicidad doméstica tan veces anhelada. Mientras tanto –como dice Rosa Montero en su Crónica del desamor- “me queda la serena certidumbre de que en este ajedrez de perdedores más pierden aquellos que ni tan siquiera juegan” que, abusando una vez más de mis referencias, es lo mismo que dice una guapísima Jean Seberg a Belmondo en aquel interminable plano secuencia de “Al final de la escapada”. Ella cita a Faulkner y él se limita a preguntarle una y otra vez “¿nos acostaremos esta noche?”.  Poco más queda por decir.

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Qué bien sienta sentirse vivo de vez en cuando. Octubre…vayan pasando…

Bienvenido Septiembre

De Septiembre, como de uno mismo, no se puede escapar. Cada año vuelve con sus reproches y sus mentiras, sus planes por cumplir y sus sueños recurrentes. Septiembre, como siempre, viene con preguntas que no sabemos o no queremos contestar. Viene con miedos que huelen a cerrado como la ropa que sacan en otoño de los armarios. Es hora de airear los escondrijos de nuestra psique. Se acabó el verano, con él ese sabor a sal que se concentra, de manera deliciosa, en esa sutil área que va desde la nuca hasta la parte trasera de las orejas de ciertas mujeres. No quedan justificaciones para el letargo, las olas se llevaron nuestras excusas, la lluvia trae consigo la dura realidad en oficinas de 9 a 5. No nos acordamos ya de los libros que leímos en trenes, playas y aeropuertos. Los romances que nunca llegaron o los que se acabaron antes de empezar. La euforia de las noches de verano, el frio reparador de las madrugadas en vela, la conversaciones interminables que acompañaron atardeceres de postales; todo eso son ya borrosos recuerdos de los cuales, con suerte, solo algunos perdurarán.

¿Y ahora que? Me quedan reflexiones que quiero diseccionar y plasmar en éste mi recóndito retiro de internet. Me quedan certezas que debo convertir en lecciones para no olvidar. Este blog que acabo de abrir y esa mentira que quiero dejar de escuchar. Me queda una sensación de cansancio, de volver a empezar que solo se combate levantándose cada día.

Quizá lo que llamamos reproches no son mas que buenas intenciones perdidas entre la pereza.

Mañana es lunes, empieza Septiembre y me gustaría decirle algo: “Bienvenido Septiembre, te estaba esperando. “