De Mario hay que leerlo todo, todo, todo. Y más un domingo como hoy, y más un mes como este.
Pronto acabará junio con lo que ello conlleva pero mientras qué mejor que releer a Mario.
Extracto de «Primavera con una esquina rota»:
El otro (turulato y todo)
<<Para él es una sensación nueva. Y no es desagradable, qué va a ser. Pero lo cierto es que se ha metido en un atolladero. Nunca le había pasado esto con ninguna mujer. Siempre había sido él, Rolando Asuero, el propietario de la iniciativa, el que había llevado las riendas de cada relación, terminara o no en la cama. Y eso sí, una cuestión de principios: que fuera provisional, con todos los datos y propósitos bien claritos, transparentes como el H2O y sin que nadie pudiera luego arrinconarlo con el certificado oral de alguna promesa incumplida. Como omitió decir el Eclesiastés: para no incumplir promesas, lo mejor es no hacerlas. Afortunadamente, y esto debía reconocerlo, siempre había encontrado mujeres gauchas y bien dispuestas, que admitían desde el pique las reglas del juego y que después, cuando éste concluía, se esfumaban con un chau cordial y santas pascuas. Por otra parte, a las dueñas o esclavas, esposas en fin, de sus amigos más entrañables, las había tratado como hermanas y si bien de vez en cuando les dedicaba una miradita incestuosa, jamás iba más allá del linde bienhumorado y camaraderil, aunque a menudo soliviantando la coquetería innata de las susodichas. Miraditas incestuosas que no habían escaseado en tiempos idos para Graciela, que allá en Solís, balneario en bruto, cuando se ponía su malla azul de dos exiguas piezas (no era bikini sin embargo, pues hasta ahí no llegaba el cauto liberalismo de Santiago Apóstol), exhibía una estampa o palmito o cuerpo docente, realmente dignos de consideración y éxtasis, ah pero él nunca había traspasado la pudorosa barrera del suspiro o la admiración descaradamente visual tras las gafas oscuras, por cierto ocasionalmente estimuladas por algún comentario del mismísimo Santiago, que al verla correr hacia el agua como en un comercial de tevé, una tarde de olas por ejemplo, había murmurado como para sí mismo pero en realidad para los otros tres, está linda la flaca eh, provocando las bromas ambiguas y las risotadas viriles, bueno es un decir, de los otros dos casados y del único soltero impenitente o sea él, Rolando Asuero para servir a usted y a su señora, frase célebre y nada ingenua que él había espetado, dos lustros ha, a un gerente general de empresa que inmediatamente decidió convertirlo en ex cajero.
Pero la Graciela de ahora es otra cosa. Y él también ha cambiado. […] Sí, la Graciela de ahora es otra cosa. En primer término, más mujer, y en segundo, más confusa, tal vez como consecuencia de esa madurez. Como cuerpo (y como alma también, no seamos dogmáticos) ha madurado notoria y estupendamente, y verla por ejemplo acercarse despacito por el callejón de flores que lleva a su edificio (él, como tantas veces, aguardando en el portal) genera lindas expectativas no siempre confirmadas. Está un poco confusa, es cierto, aunque quizá lo más correcto sería decir desorientada. Y en el centro vital del despiporre: Santiago. Santiago en el Penal, sin poder defenderse ni atacar, solito con su murria y con su acervo cultural, qué terminología eh, pero además qué situação. Rolando ha llegado a un diagnóstico preliminar es que Graciela es una mina que no la va con la lejanía, y es ahí donde, sin comerlo ni beberlo, el pobre Santiago ha perdido puntos. Pero de ahí a concebir que él, Rolando Asuero, tuviera un papel a desempeñar en esta historia, hay un buen trecho. No sabe. Todavía no sabe. Aunque de a poco lo va sabiendo. Le gusta Graciela, a qué amortiguarlo y/o impugnarlo. Y él reconoce que, en ocasiones varias, cuando ella le hablaba de sus telarañas o de sus estados alternos de ánimo y desánimo, había efectuado sobrios avances, había dejado caer indirectas abusivas, había ofrecido ayuda digamos fraterna, y de a poco, tal vez sin proponérselo, había ido dejando veladas pero concretas alusiones a su afectivo interés por ella, o mejor aún al atractivo cierto que tenía para él. Y dato, en ésta su etapa ambigua, con sus sentimientos y emociones en franca revulsión y revisión, Graciela estaba receptiva como una esponja griega. Y seguramente había captado esos movimientos cautelosos, prudentes. Y un día, de pronto, en mitad de una de esas charlas equívocas, de equilibrista, ella salió con aquello de que ya no necesita a Santiago, me abandonó, y él comprensivo, no Graciela no te abandonó sino que se lo llevaron, y ella, es absurdo absurdo o será que el exilio me ha transformado en otra, y él, acaso no seguís compartiendo la actitud política de Santiago, y ella, por supuesto si es también la mía, y él por fin la pregunta de los diez millones, tal vez soñás con otros hombres, y ella, te referís a soñar dormida o a soñar despierta, y él, a ambos casos, y ella, cuando duermo no sueño con ningún hombre, y él, y despierta, y ella, bueno despierta si sueño te vas a reír, y allí hizo un alto, una pausa no teatral sino apenas un silencio breve para tomar aliento y aquilatar todo el peso de lo que iba a agregar: sueño con vos.
Él se había quedado turulato, había sentido un repentino bochorno en las orejas, nada menos que él buena pieza y donjuanísimo, se había mordido un labio hasta sangrarlo pero sin advertirlo hasta horas después. Y ella tensa frente a él, a la espera de algo, no sabía exactamente qué, pero tremendamente insegura porque entre otras cosas conjeturaba que él se estaría acribillandoen ese instante con la palabra lealtad, lealtad al amigo solísimo en un calabozo que aunque estuviera limpio siempre sería inmundo, lealtad a un pasado pesado y pisado y a una moral no articulada pero vigente y a larguísimas discusiones hasta el alba en las que siempre estaba Silvio que ya no está y estaba Manolo que ahora es técnico electrónico en Gotemburgo, y las esposas semimarginadas por el machismo-leninismo de los ilustres varones pero participando a veces con objeciones obvias y más que nada preparando ensaladas churrascos ñoquis empanadas milanesas dulce de leche y después lavando platos mientras ellos sesteaban a gamba suelta. Se había quedado turulato, él, tan casanova y putañero, con la frente sudada como liceal seducido por vedette del Maipo, y con una picazón en el tobillo izquierdo que era probablemente una reacción alérgica ante el futuro espeso que se avecinaba. Turulato y todo, había logrado articular gragraciela no jugués con fufuego y hasta había intentado llevar el diálogo a un territorio frivolón, algo así como de carne somos y no codiciar a la mujer del prójimo, todo para tomarse un mínimo respiro, ah pero ella mantuvo su expresión de austeridad sobrecogedora, mirá que no estoy bromeando esto es demasiado grave para mí, y él, perdón Graciela es la sorpresa sabés, y a partir de esa frase de segundo acto de sainete porteño ya no tartamudeó y dejó de sentirse turulato para estar definitivamente apabullado y no obstante poder murmurar es una lástima que no pueda contestar que no digas locuras porque en los ojos te veo que hablás terriblemente en serio y también es una lástima que no pueda decirte mirá conmigo no va la cosa, porque conmigo va. Y no bien pronunció ese va, pensó que había estado sincero y fatal, sincero porque verdaderamente ése era el sentimiento safari que empezaba a abrirse paso en la selvita de su estupor, y fatal, porque no se le escapaba que aquel va relativamente imprudente era algo así como elprimer versículo de su apocalipsis personal. Pero ya estaba pronunciado y subrayado, y Graciela que había estado decorosamente pálida de pronto se coloreó y suspiró como quien entra en una florería de lujo, y él consideróque ahora correspondía extenderle una mano y en consecuencia se la extendió por sobre la mesita ratona sorteando hábilmente el búcaro sin claveles y el cenicero con puchos, y ella estuvo un rato o sea cuatro segundos vacilando y luego también extendió su mano delgada que parecía de pianista pero era de mecanógrafa y ésta pasó a ser la prueba del nueve porque el contacto fue después de todo suficientemente revelador y ambos se miraron como descubriéndose. A continuación había venido el larguísimo análisis, otra vez la palabra lealtad saltando por sobre el búcaro sin flores y el cenicero con puchos, deteniéndose a veces en los rudos nudillos de él y otras veces en el fragante escote de ella, y Graciela, por ahora más atormentada que feliz, yo comprendo que es una situación injusta pero a esta altura del partido no puedo mentirme a mí misma y demasiado sé todo lo que le debo a Santiago pero evidentemente esa convicción no es un seguro vitalicio contra el desapego conyugal, y Rolando por su parte, por ahora más desconcertado que feliz, tomémoslo con serenidad, tomémoslo como si Santiago estuviera presente en nuestro diálogo ya que él es una parte indescartable de esta situación, tomémoslo como si Santiago pudiera de veras comprenderlo y sobre todo comprendiéndolo en primer término nosotros. Y así hablaron y fumaron durante un par de horas, casi sin tocarse, barajando soluciones y resoluciones, sin atreverse todavía a desmenuzar o planificar el futuro, prometiéndose un tiempo para habituarse a la idea, prometiéndose asimismo no hacer demasiadas locuras ni tampoco demasiadas sensateces, y Rolando sintiéndose cada vez más hipnotizado por los verdísimos ojos de ella y las piernas de ella y la cintura de ella, y Graciela evidentemente turbándose con esa reacción que sin embargo quería y esperaba, y Rolando empezando a enamorarse de esa turbación, y Graciela de pronto resbalando inerme hacia un sollozo nada premeditado y por tanto persuasivo como pocos, y él tomándole el rostro con ambas manos y sólo entonces notando, en el dulce contacto con los labios de ella, que de puro azorado se había mordido los suyos cuando una hora antes ella había dicho sueño con vos.>>