Me gusta sentarme en la última mesa del 5º piso del Royal Festival Hall, a mi derecha el Thames, en frente de mí el Big Ben. Espero no cansarme nunca de esta ciudad, aunque eso conlleve abandonarla antes o después. Fue el poeta Samuel Johnson quien dijo aquello de “If you tired of London, you are tired of life”. Esta ciudad aún me está enseñando mucho, por eso sigo aquí.
Empieza a atardecer a las 3 y poco, la música suena a ese volumen que te aísla completamente de la gente que tienes alrededor. Suena Kakkmaddafakka, uno de esos grupos que me hicieron bailar tantísimas veces este año. Un gran año este extraño 2013, pero aún no quiero hablar de eso.
En la mesa, justo delante de mí, un hombre con la misma cara que el padre policía de Cosas de Casa, se ríe a mandíbula batiente. Su carcajada sin sonido me hace reír con él y de repente siento ese chispazo de felicidad que de vez en cuando te pilla de improviso, como la estática de ese suéter de lana que tanto te gusta. Me río, porque me encanta la escena: el sonido externo amortiguado completamente por mi música, su cara de bonachón, sus gestos exagerados, mi portátil y la consciencia de saber dónde estoy y lo que estoy haciendo.
Dónde estoy. Pues hoy trabajo desde casa, así que me vine a una de mis esquinas preferidas a dejar que el día pase lentamente sobre mí. Llevo días tristes sin razón y eso siempre precede a mis días más claros. Es como cuando miras al vacío mucho rato, aparentemente sin reflexionar en nada, pero sabiendo que el subconsciente está ahí, cumpliendo su tarea, en silencio pero constante. Sea cual sea el pensarmiento que esté tomando forma vendrá de golpe en el momento que menos te lo esperes: comiendo, corriendo o al despertar de un día cualquiera.
De despertarse es de lo que quiero hablar hoy, lo demás ha sido paja. Quiero hablar de despertarse con ella. Quiero volver a escribir tonterías de las que siempre me arrepiento pero que vienen acompañadas de una reconfortante sensación de euforia y prisa que no cambiaría por nada (o casi nada). Prisa por escribir una idea que solo escribiendo podré sacar de mi cabeza.
No fue el mismo día que la conocí, fue el día que me contó que muchas veces trabaja en turnos de noche. Desde ese día no puedo parar de pensar en lo mucho que me gustaría despertarme con ella una tarde sobre las 4pm cuando aquí ya empieza a anochecer. Compartir ese piso nuevo al que me he mudado y desayunar juntos. Mi merienda, su desayuno. Yo que saco teorías para todo y que nunca sirven para nada, tengo ya identificadas 5 cosas que irremediablemente me enamoran de una mujer, 5 cosas que pueden parecer superficiales, arbitrarias y desordenadas pero que la historia ha demostrado que, juntas o por separado, hacen que me vuelva loco: 1) Que esté sexy con el pelo mojado. Ni maquillajes, ni tacones, ni vestidos, ni espejos…pelo mojado y mirada de rescátame. 2) Hoyuelos, “dimples”…para esto no hay explicación lógica pero así de duro es: si tiene hoyuelos yo ya me he rendido. 3) Que no lleve pendientes, y aquí una mención especial a esa chica que un día se puso solo uno y cuando le pregunté me contestó…»es para ver si te habías fijado». 4) Escribir, que lea y escriba, que use juegos de palabras, que me haga sentir pequeñito cada vez que coge un boli o está en frente de un teclado, y por último 5) que se pirre por un buen desayuno. Esto es vital. Una mujer de verdad desayuna con la energía del que hace algo por última o primera vez. Pero volvamos a Earls Court, a las 16:16 de la tarde a ese piso con vistas a los trenes. Ella acaba de abrir un ojo, se acostó a las 7:55, rendida y con la energía justa para darme un beso antes de dormirse por fin, y ahora -ocho horas después- le cuesta despegarse de las sabanas. Me meto en la cama de nuevo y la abrazo por detrás, le despeino con cuidado y cariño ese pelo corto siempre alborozado, “don’t you think that it’s time to open those beautiful eyes?” le digo,“It’s dark outside, why is so dark this morning?” responde medio aturdida y con esa voz que parece decir no te vayas nunca aquí, yo sé que no me movería ni un milímetro y que daría cualquier cosa por que el tiempo se parara en este frío Londres de un invierno que todos odian, de una época en el que todos queremos algo más, de un tiempo en el que muchos buscamos sin encontrar absolutamente nada. Yo no, yo nunca me movería de aquí, yo ya no necesito algo más…quizá solamente un buen desayuno.
Me levanto, le muerdo los pies y la saco de cama para que vea que la calefacción está a tope como a ella le gusta. En pijama ella, en calzoncillos yo, llegamos a ese comedor que fue el cielo en nuestra primera noche. Suena Melody Gardot porque es casi navidad y porque como dijo una vez: “do you always have to have music playing in the background?, don’t you enjoy the silence from time to time?”.
Ahora acaba de aparecer por la escalera del 5º piso del Royal Festival Hall, enroscada en una bufanda que compramos juntos el sábado pasado, muerta de frío y con los mofletes enrojecidos. Está para comérsela. Sonrio como un gilipollas los diez segundo que tarda en encontrarme y venir a darme ese beso que yo, sin éxito, intento alargar. Se separa y le hago una mueca de disgusto que ella disipa automáticamente con su irresistible sonrisa. Le pido que se siente y que me deje acabar lo que estoy escribiendo. Vuelvo a subir la música y la miro una vez más desde la distancia del todo volumen. Y otra vez esa chispa del suéter que tango te gusta.
Vuelvo al texto y pienso en el trabajo, en los seis meses que me pasé contándole entre las sábanas cómo iba a cambiar el mundo con ese proyecto que al final no me llevó a ninguna parte, pienso en este año del que quería hablar pero se me han ido las ganas, pienso que si pidiera un deseo pediría estar aquí hoy y con ella ahora.
Entonces miro al poli de Cosas de Casa y caigo en que todo esto no ha ocurrido y que a lo mejor exactamente eso es lo único que le tendría que pedir al 2014: un buen desayuno, un día cualquiera, a las 4pm. Pienso en eso y miro de nuevo el Thames, el Big Ben y la ventana. Ya es de noche, ha pasado justo una hora y a las 5pm he quedado con ella en Gordon’s Wine bar.
Por lo demás, 2013 fue un año que merece la pena recordar, pero esa es otra historia.
Feliz 2014, busy girl.