Pronto llegará abril, el mes de Sabina, el mes más gris del calendario. Como dice el flaco: el mes que comparte colchón con el desamparo y la humedad. Qué cabrón Sabina que nunca pasa de moda.
Abril es también el mes que siempre llega tarde, como yo, como las excusas. Pero eso ya lo sabíamos, lo que nadie se esperaba es que marzo fuera el mes de Nachito, de encender la luz y ver que no hay nadie, de otra resaca más, de la enésima hostia contra el mismo poste. De morderte la lengua y reconocer al instante ese gusto metálico, pero ser incapaz de discernir si sabe a derrota, a alcohol o a esas enquistadas ganas de ti. Y es que uno cada cierto tiempo debe volver a escuchar a Nacho. El filósofo Nacho. Nacho el puto amo. Nacho duele. Jodido Nacho.
Quizá volví a Nacho porque sin él no sabría quién fue el padre de Michi Panero y no me habría parado a leer sus turbulentos poemas en este, su último, marzo. O quizá porque Ocho y Medio siempre se puede escuchar una vez más, porque «incluso los perros están tristes después de eyacular» o porque si no sonríes aunque sea ligeramente con el primer “¿para qué?” de Detener el Tiempo es que ya estás muerto, como el Ángel Simón, como los Panero. También porque marzo siempre tiene día 15 y porque pronto hará 20 años. Y por más que diga Gardel ya no queda nada a lo que volver, ni frente marchita, ni sien plateada ni hostias. Ya no.
Y si tengo que salvar algo de este marzo me quedo con aquel domingo soleado en la plaza de Catalunya y con la ya habitual sensación de llegar a una ciudad donde no me espera nadie. Mi camisa arrugada y la batería del Kindle a punto de morir: problemas del siglo XXI. Me acabé allí sentado el libro que me recomendaste, apoyando los pies en la maleta y reencontrándome con un sol al que no echaba de menos. Sonreía como un gilipollas –cada uno sonríe como lo que es– cuando me di cuenta de que ese tenia pinta de acabar siendo el mejor momento de todo marzo. Te envié horas antes un correo desde la cafetería de la terminal. Uno de esos que no esperan respuesta, exactamente uno de esos de los que debería dejar enviar. A ver cuando me quito esa molesta manía. Regla Nº 7.
Me pasé todo marzo con la sensación de que algo bueno iba a pasar mañana. Y nada pasó, llegó tarde hasta la muy golfa de la primavera. Por no hablar de ti, o de mí, o de la ganas reprimidas de ponerte otra vez de puntillas. Si lo piensas lo bueno pasa siempre hoy, nunca mañana. Y yo sigo sin tenerlo en cuenta o sin aplicarlo cuando realmente importa.
Preferiría hablar de Crimea, de la gente feliz que dicen que lee y bebe café, de ese lugar en el campo que no hemos descubierto todavía o de lo bien que me va la vida desde que sigo a rajatabla mis propias reglas pero no, mi castigo, como el de Sísifo, es volver mes a mes aquí, a darme cuenta de que mientras los otros avanzan o se atascan, se casan o enamoran, tienen hijos o lo piensan; mientras, yo sigo anclado a un pasado que no existe fuera de estas letras, mendigando una atención que no merezco y fantaseando con noches que nunca llegan. Aferrado, al fin y al cabo, a unos recuerdos que cotizan a la baja en el mercado de quimeras. Y así es que las únicas que me pueden entender son las letras de las canciones.
Cómo entender que me canso de perder, de coleccionar imposible, de emocionarme con libros que a nadie le importan. Cómo aceptar que estoy ya cansado de refugiarme tras este teclado adicto a la mentira. Tengo, este mes, muchas ganas de conformarme al fin o de mandarlo todo a la mierda, si es que acaso no es lo mismo . Hasta los cojones de encontrarme en el espacio-tiempo equivocado o de ponerlo como excusa, o de no saber manejarlo.
Y hasta aquí el “ranteo” de hoy. Eso sí eran reproches. Eso fue marzo.
Ahora abril, me tocar organizar un poco todo esto. Decíamos antes que, como el hermano de Nacho, si pudiésemos parar el tiempo la pregunta sería “para qué”. Eso lo resume todo bastante bien: hoy –como concepto– no vale mucho la pena.
Por eso vuelvo aquí a escribir como siempre digo que no lo haré. A divagar en pro de la única terapia que conozco. A masticar una a una las palabras para hacer esto –sea lo que sea– un poco más digerible. Vuelvo a beber, a escribir, a morder sin que me lo pidan. A pensar en ti, a dejar que a veces me venza la tristeza, a escuchar a Nacho. Eso seguro. Vuelvo, en definitiva, a intentar empezar lo que nunca empieza. Si esto fuera el parchís: de vuelta a la casilla de salida. Como Sísifo. Como ese día en el que aceptas que alguien ya no está en tu vida y te das cuenta de que lo único que te sobra es el tiempo y que te falta todo lo demás. ¿Detenerlo? No alcanzo a ver un porqué..
De pequeño frente a un calendario pregunté:
«En diciembre, el 31, ¿se acabará el mundo?»
Todos se rieron, yo no sabía por qué.
«Algo más», oí, «nos queda un poco más».No me convenció y fui hasta el reloj de la pared.
Si no le doy cuerda, entiendo, lograré parar el tiempo.
Se lo comenté a mi hermano y, él mirándome,
«¿para qué?» me dijo, «¿para qué?».
Lo que decía…una vez más a escribir para no pensar en ti. ¿O era justo al revés?
Ya da igual…
¡Qué te jodan abril! Todo los años hay un mes que le sobra al calendario.