Bienvenido Septiembre

De Septiembre, como de uno mismo, no se puede escapar. Cada año vuelve con sus reproches y sus mentiras, sus planes por cumplir y sus sueños recurrentes. Septiembre, como siempre, viene con preguntas que no sabemos o no queremos contestar. Viene con miedos que huelen a cerrado como la ropa que sacan en otoño de los armarios. Es hora de airear los escondrijos de nuestra psique. Se acabó el verano, con él ese sabor a sal que se concentra, de manera deliciosa, en esa sutil área que va desde la nuca hasta la parte trasera de las orejas de ciertas mujeres. No quedan justificaciones para el letargo, las olas se llevaron nuestras excusas, la lluvia trae consigo la dura realidad en oficinas de 9 a 5. No nos acordamos ya de los libros que leímos en trenes, playas y aeropuertos. Los romances que nunca llegaron o los que se acabaron antes de empezar. La euforia de las noches de verano, el frio reparador de las madrugadas en vela, la conversaciones interminables que acompañaron atardeceres de postales; todo eso son ya borrosos recuerdos de los cuales, con suerte, solo algunos perdurarán.

¿Y ahora que? Me quedan reflexiones que quiero diseccionar y plasmar en éste mi recóndito retiro de internet. Me quedan certezas que debo convertir en lecciones para no olvidar. Este blog que acabo de abrir y esa mentira que quiero dejar de escuchar. Me queda una sensación de cansancio, de volver a empezar que solo se combate levantándose cada día.

Quizá lo que llamamos reproches no son mas que buenas intenciones perdidas entre la pereza.

Mañana es lunes, empieza Septiembre y me gustaría decirle algo: “Bienvenido Septiembre, te estaba esperando. “

[Relato] Algo más de cinco días

Día -2

Me gustaría que estuvieras aquí. Miro por la ventanilla y creo reconocer la muralla China, ¿o es un río? No lo sé. Tampoco importa ya. Me pediste que fuera grabando mis pensamientos en el audiodiario. Así lo hago. Espero no sonar atropellado. Intento no pensar, poner la mente en blanco, pero a cada segundo me golpean viejos recuerdos. Es como abrir un armario repleto  de ladrillos, cuando te quieres dar cuenta ya se derrumbaron sobre ti. Ahora estaba sonriendo como un gilipollas recordando aquel fin de semana en la casa rural ¿te acuerdas? Tenía jacuzzi y el techo de madera. Me acuerdo sobre todo del despertar, de jugar con los pies desnudos debajo de las mantas. Recuerdo pensar nombres que luego nadie llegaría a usar, recuerdo la cama llena de migas de pan.

Acaba de sonar el móvil. Eres tú, pero no te lo quiero coger, ¿qué sentido tendría? Seguiré vagando sin rumbo por lo rincones de mi memoria intentado, eso sí, no tropezar con aquello que vengo a olvidar. Hemos quedado que de eso es lo único de lo que no puedo hablar. Abajo vuelve a haber agua, Tokio debe estar mas cerca, tú cada vez más lejos.

Ya estoy en el hotel, es increíble lo que se ve desde aquí. No creía que me pagarían una habitación como esta, esto sí es lujo. En el taxi también venia pensando en ti, en cómo nos conocimos en aquel viejo pub de Londres, en lo rápido que nos fuimos a vivir juntos. Sé que hemos hecho una selección de buenos momentos y que todo está perfectamente ordenado y documentado pero no puedo evitar recorrer ciertos recuerdos una y otra vez. Tienes razón, soy un melancólico.

Ahora me voy a dormir, no me he traído ningún libro y ni si quiera sé qué hora es para mí pero tengo la mente exhausta y necesito descansar. ¿Se colaran los recuerdos en mis sueños una vez lo haya olvidado todo? Eso no nos lo han explicado.

Día -1

Me encanta el desayuno de los hoteles. Me encanta levantarte tantas veces como quieras y comer queso antes del café. Deberíamos desayunar así siempre. Apúntatelo.

Me lo ha explicado todo un jovencísimo chico japonés esta mañana. Hablaba un perfecto inglés y creo que ha notado lo nervioso que estaba. Me ha dicho que me envidiaba porque no todo el mundo puede volver a escuchar su canción favorita por primera vez, ni ver esa peli o visitar aquel país. Me ha sonado hipócrita pero me ha hecho reír. Dice que soy el tercero y que los dos anteriores han sido todo un éxito. Que no hay nada que temer. Supongo que ya es tarde para eso, para temer.

Mañana a las 10 es la operación. Haruto –que así se llamaba- me han dicho que no duele, que te limitas a mirar unas luces verdes que parpadean sin parar, unas finísimas agujas se te posan en las sienes y, que si no fuera por los sensores que cubren todo tu cuerpo, no es mas largo que una extracción de muelas. Haruto no me ha preguntado porqué lo hacía, no hubiese sabido qué contestar. Me ha recomendado que descansara esta tarde en el hotel y que simplemente dejara pasar el tiempo. Supongo que temía perder a su conejillo de indias. Debía de haberle preguntado cuánta gente se presentó voluntaria a la prueba. Me gustan los japoneses, andan casi sin tocar el suelo y parecen estar siempre pensando en algo profundo, yo creo que podría ser feliz aquí. Demasiado tarde otra vez.

Sé que no debería hacerlo pero he pedido una scooter al chico de recepción  y voy a salir a ver la ciudad. Haruto no se enterará y tú, hasta que sea demasiado tarde, tampoco. Hasta mañana a las 9 no tengo nada que hacer y pase lo que pase esta tarde va a ser olvidada, ¿cómo desaprovechar esta ocasión? Prometo seguir grabando mis pensamientos, si me acuerdo.

Me he puesto cascos inalámbricos y música clásica de fondo. Sé que normalmente no escucho esto pero le da dramatismo. Es increíble como la música te desconecta totalmente del entorno si suena los suficientemente alta. Me parece estar viviendo una película. Me veo en contrapicado por las callejuelas y de repente levanto la cabeza para gritar con todas mis fuerzas: “soy el puto rey del mundo”. No descarto estar loco.

He parado en un pequeño café. He pedido una botella señalando a la mesa de enfrente. Me veo torpe en este cuerpo que me atrapa, me gustaría sentarme sobre mis piernas como hacen ellos. Nunca fui muy flexible, tampoco hice para evitarlo. Anochece pero la temperatura no baja. Me debato entre seguir dando vueltas por Shibuya o emborracharme. Creo que será lo segundo. Voy a interactuar con la gente local, ¿crees que alguien podría entenderme? Y no me refiero al idioma.

Me acerco a un grupo de gente joven con la esperanza de que hablen inglés, se ríen de manera estridente y dan signos de estar muchos mas bebidos que yo, y eso que se lo he puesto difícil. Hablamos durante horas, ellos empezaron vacilándome pero alguien con dos dedos de frente no se queda impasible cuando le preguntas “¿me puedes decir qué te hacer diferente?”, precisamente a los japos –me di cuenta mas tarde- esa pregunta les jode especialmente. Hablamos de mi operación de mañana, del suicidio como el método tradicional para acelerar el olvido, del sexo del cuál ellas parecían tan distantes, de los sueños que no se cumplen y de las falsas expectativas de los padres que no hacen más que ponernos metas que nunca podremos cumplir. Algo así como el capitalismo pero sin dinero. Hablamos  y hablamos hasta caer rendidos ante tantas estupideces, fue entonces cuando les pedí que me escribieran sus nombres en el brazo. Les di un boli sin tinta, sabía muy bien lo que me hacía. Escarificación lo llaman.

Día 0

La resaca no me deja pensar bien. Sé que tengo que levantarme porque he apagado el despertador varias veces, por suerte me meo tanto que tengo que saltar de la cama. Me meto con ropa en la ducha, no es la primera vez que lo hago, tampoco estoy orgulloso de ello. Me miro desnudo en frente del espejo, otro recuerdo más que no me importa perder.  Me lavo los dientes durante tres largos minutos y me bebo todas las botellas Perrier del mini bar. Cierro la puerta de la habitación sabiendo que son muchas las cosas que dejo detrás. Demasiadas.

Haruto está impaciente en recepción. Ojiplático me sigue con la mirada desde que salgo del ascensor. Supongo que no le importa que pase a por un cruasán y un zumo antes de ir al taxi. Uno no puede ir al encuentro de su destino con el estomago vacío, en ningún caso.

En el taxi no hablamos. Las gracias de ayer quedan lejanas y seguramente no me haya perdonado la gamberrada de anoche. Creo que hoy su envidia es sincera. Sin duda habría que hacer que hacer una lista con todas las cosas que te gustaría volver a sentir por primera vez. Tú eres una de ellas, por eso estoy aquí.

Llego a la universidad y sigo a Haruto por todos los pasillos, la gente no puede apartar de mí la mirada. Soy toda una atracción para ellos, imagino que al verme ordenan sus recuerdos de mejor a peor y valoran si estarían dispuestos a empeñar los primeros a cambio de olvidar los ultimos. En este caso más que una cuestión de orden es una cuestión de peso, de importancia, los malos pesan demasiado como para arrastrarlos el resto de los días. Es imposible acordarte siempre de que quieres olvidar algo.

Me ponen panza arriba en una mesa camilla. Voy desnudo, a excepción de un mantel verde cogido con dos cuerdecillas y mil cables que recorren mi cuerpo. En la mano llevo el móvil que me niego a soltar y en la muñeca una pulsera con mi nombre y un montón de Kanjis incomprensibles. Me toco el antebrazo, tengo una extraña cicatriz. Creo que es de anoche y creo que quiere decir algo. Ya nunca lo sabré.

“Respira aquí” me parece entender. Respiro sin miedo y empiezo a sentir cierta sinestesia, seguramente esta sea mi última audionota. Aparece en medio de mi mente la palabra “huida” de un color azul añil, como el cielo de Valencia un día de verano; se ven de fondo unas voces, que suenan marrones como el pasado que se esfuma; veo hojas grises arrancadas de un calendario en el que todos los meses son abril, veo un faro rojo casi transparente y un punto amarillo parpadeante que se deshace, creo que el punto soy yo o mi memoria…

Día 1

He estado escuchando los audios que hay este móvil y aún no tengo claro que ha pasado. Ese tal Haruto me ha dicho que tengo que coger un vuelo en dos horas. No sé a dónde, no sé por qué. Hay una nota en la mesilla de noche de la que, en teoría, no puedo decir nada aquí. Me ha dejado aún mas confundido. Habla de ti, por eso te escribo, y aún sin saber quién eres. Me voy de esta habitación que no es la mía aunque huela a mí. Tengo que salir de aquí.

Ya estoy en el aeropuerto, me pregunto cómo eres y cuántas respuestas tendrás para mí. Yo tengo muchas preguntas. Me da miedo no gustarte, me da miedo no encontrarme ni siquiera a tu lado.

Es curioso, sé quién soy, sé cómo funcionan las cosas, sé tararear canciones y palabras que no recuerdo haber estudiado y, sin embargo, no tengo ningún recuerdo: nada. Buscar en mi cabeza es como entrar en una sala de cine vacía, sabes que ha pasado algo aquí pero no tienes ni idea de qué.

Mi recuerdo más lejano se remonta a aquella habitación de hotel en la que se ve Tokio desde el cielo. Antes de eso solo tengo un gran vacío, después recuerdos de 12 horas que no me valen para nada.

Día 2

Al bajar del avión me esperabas tú. Por más que me preguntes cómo te reconocí sigo sin tener respuesta. Solo sé que tu mirada era cálida y que me hizo estremecer, dejándome sin aliento para cuando llegue a tu altura. “Hola, nos vamos”, te limitaste a decir. Sobraban palabras. Te pregunté a dónde y dijiste el nombre un pueblo totalmente impronunciable. “¿Vivimos allí?” te inquirí y bastaron tres palabras para sentirme de nuevo en casa: “Sí, desde mañana. “

Mini relato basado en la canción «Ciencia Ficció» de El Amics De Les Arts