[Relato] Sin recuerdos no somos nada

Mi trabajo era un trabajo peculiar. Yo decidía qué se podía borrar y qué no. Formábamos un grupo reducido de gente elegida tras un largo y tedioso proceso que no vale la pena recordar. Nuestra tarea consistía en procesar cada día las miles de peticiones de gente que quería eliminar datos de su memoria. Peticiones que, tras ser cuidadosamente filtradas, casi siempre requerían de una entrevista con el individuo en cuestión para decidir si su petición era aceptada o no.

En el Congreso de Petroria se decidió que no eliminábamos recuerdos amorosos, había que priorizar aquellos causados por desastres naturales, traumas, delitos o pérdidas de seres queridos. La prensa lo llamó el “Love’s Disdain” y generó mucho revuelo durante los meses posteriores al congreso. Sin embargo, con el tiempo se aceptó. Por todos era sabido que había otras maneras de borrar recuerdos, modos alternativos siempre asequibles para aquellos que quisieran arriesgarse, pero cada vez las medidas de seguridad eran mayores y la posibilidad de borrar tu propia memoria por completo era más alta. En el argot se conocía como “brickearte” y a la gente que le pasaba era fácil reconocerles por sus ansías de generar nuevos recuerdos o por su total desapego por la vida. No existía un término medio. Esa gente había olvidado quién era en realidad. Eran solo fantasmas viviendo un presente en el que no se reconocían.

Mi especialidad era detectar fraudes, estafas y demás delitos menores. La gente había desarrollado una gran creatividad para intentar borrar memorias que de alguna forman fueran incriminatorias y yo tenía un sexto sentido para descubrir esas argucias. Los visionados del jurado eran la única y más eficiente manera de inculpar a alguien en un delito. Estas medidas ayudaron a bajar drásticamente los niveles de delincuencia. La dureza de la condenas hacía que la gente hiciera cualquier cosa antes que delinquir. La razón era simple: las cárceles eran la exaltación de la crueldad. En ellas se te privaba de generar nuevos recuerdos y de los antiguos solo te permitían guardar aquel que te llevó allí. Así que podías pasarte 40 años viviendo una y otra vez la noche en la que decidiste disparar al amante de tu mujer. Eso sí, lo recuerdos eran cuidadosamente seleccionados para que nunca más pudieras verle la cara, ni ninguna parte de su cuerpo, a las personas que de verdad te importaban. Se quedaban con el momento en el que surge la culpa o el arrepentimiento y por muy corto que fuera te dejaban eternamente viviendo en esos segundos de tu vida. Sin opción de escapar. Una y otra vez. Hasta el final de tus días. No se me ocurre condena peor.

La mañana que me saltó su petición era una mañana cualquiera, de esas que te levantas pensando que será un día más pero que sin saber cómo acaba convirtiéndose en el día que tomaste la decisión que cambia tu vida. Cada agente podía programar sus propios filtros además de los que venían por defecto y por eso yo era considerado uno de los mejores. Mis filtros eran capaces de detectar las peticiones falsas con mucho mayor porcentaje que los de mis compañeros. La programación de los filtros era privada y el mayor tesoro de cada agente, por eso nunca nadie supo que la regla que se disparó aquella mañana simplemente tenía su nombre. Si ella quería borrar algo yo sería el primero en saberlo. Y así fue.

Hacia 15 años que no nos habíamos visto y ella ni siquiera sabía que yo era uno los agentes nacionales. Su petición, por simple y sincera, hubiese sido descartada por cualquier otro sistema: “Su recuerdo me impide ser feliz.” Ya nadie usaba el concepto de felicidad, eso era de otra época. Se hablaba del micro-ciclos de felicidad como eufemismo para esos momentos en los que el cerebro por una u otra razón segrega dopamina y endorfinas en grandes cantidades. La ciencia demostró hace tiempo que había muchas maneras artificiales de generar esos momentos y eso significó una nueva manera de entender las relaciones interpersonales. El amor romántico, las parejas estables y demás tradiciones del pasado habían quedado obsoletas. Ahora era mucho más asequible generar micro-ciclos, bastaba con un poco de dinero y cualquier sábado por la noche podría convertirse en un día memorable. La felicidad como concepto se vendía a pequeñas dosis en los supermercados.

Leí su nombre en mi pantalla y me obligué a decirlo en voz alta. Hasta el sonido me parecía extraño, distinto, otro. No pude evitar volver rápidamente a esa estación de tren donde nos vimos por última vez, hacía tiempo que no visitaba ese recuerdo y hasta casi había olvidado los diálogos. Pasé la mañana reviviendo una y otra vez todos esos momentos que tanta disciplina me había costado mantener alejados. Los proyectaba en las paredes y conseguía volver a sentir el corazón desbocado, las manos frías y ese vacío, casi vértigo, que sentí al alejarme de ella en el andén. Entendí entonces que su frase tampoco estaba tan pasada de moda: “Su recuerdo no me deja ser feliz”.

Deshabilité el software predictivo que te avisa cuando vas a cometer un error del que seguro tendrás que arrepentirte. Harto como estaba de soportar todas las alarmas que estaba haciendo saltar. Sabía que empezaba una camino de no retorno pero eso me hizo sentirme más vivo todos los micro-ciclos de los últimos 15 años juntos.

Ella seguía viviendo a demasiados kilómetros de mí, en el mismo barrio de siempre. Quizás eso era lo único que seguía igual. Tardé tan solo 2 horas en llegar y fue una pena que no pudiera ver su cara al aparecer la mía en su display.

Me abrió a los pocos segundos y se limitó a preguntar “¿Quieres un té?” sin tan siquiera mirarme a los ojos.

– Sí, por supuesto – contesté – estos años me han enseñado que el té es de las pocas cosas que ayudan en estas situaciones.

– Espero que te hayan enseñado algo más– dijo sonriendo al fin.

Pasaron horas y hablamos de muchas cosas, con más cortesía que sinceridad; cuando de repente, después de un silencio que duró más de lo que se considera cómodo, ella dijo:

“¿Sabes qué es lo que de verdad duele? No importa el tiempo que pase, ni si quiera eres tú. Los años me ha enseñado a entender que eres uno más. Lo que duele es lo que representas. Duele esa idea tan naive del amor verdadero, irrepetible. Cuando vuelvo a ese recuerdo lo que echo de menos no eres tú, es cómo me hacías sentir. Es esa sensación de vértigo, de ilusión, de búsqueda. Te veo una y otra vez de pie en esa estación y echo de menos llorar como lo hice aquella noche, echo de menos equivocarme. Ahora es todo tan superfluo, tan predecible. Allí parecía que nos jugábamos la vida con cada palabra y al final resultó que la vida que acabamos viviendo no valía tanto como creímos. Sí, he disfrutado de innumerables micro-ciclos de felicidad, me han querido y he querido –o eso creo- y he intentado ser feliz, pero siempre vuelvo a aquella estación, a esa sensación genuina de pensar que tú y yo éramos lo único que importaba. Lo único importante. Eso ya jamás volvió a ocurrir, te llevaste la inocencia contigo y es muy duro poder volver a sentirlo siempre que quieras. No importa lo bueno que sea mi día siempre puedo volver a tu recuerdo para estropearlo. “

Yo quería salir de allí. Huir con ella y empezar por fin todo lo que dejamos a medias, pero la miraba y veía a una extraña, solo sus ojos y esa manera de hablarme me hacían entender que de verdad era ella. Miré la taza del té, que ya estaba vacía, y sentí por un momento que esa bolsa era yo: me habían sacado todo el jugo y no quedaba nada más que unas cuentas hojas secas en una bolsa llena de agujeros. La miré de nuevo y cogí su mano que ya no era la misma que yo recordaba, porque yo tampoco lo era, porque los dos hace tiempo que dejamos de serlo.

–  ¿Estás segura?, ¿lo quieres borrar todo? – le dije escrutando su mirada. Apretando firmemente su mano.

–  Sí, me he cansado de esperar algo que no puede volver a ocurrir- contestó como recitando una letanía mil veces repetida. Y se soltó de mí.

–  De acuerdo. Petición admitida.

Me levanté y salí de su casa. Ya en la calle saludé varias veces sin girarme, deseando que ella me estuviera viendo marchar. Sabía que no nos volveríamos a ver.

Si yo ya no existía ni en su recuerdo: ¿qué era yo?. Volví a casa, cambié las programación de mi reglas y decidí crear un nuevo algoritmo que aceptara todas las peticiones amorosas de manera automática. A la mierda el “Love’s Disdain”. No tardarían en darse cuenta los demás agentes pero -aunque fuera solo durante un tiempo- el mundo tenía derecho a olvidar. Extraje todos los recuerdos en los que aparecía ella y los subí a la red social más de moda es ese momento. El titulo lo decía todo: “¿Esto es lo que querías olvidar?”. En menos de dos horas era una experiencia viral. Pronto le llegaría. Ya no había vuelta atrás. Luego de la manera más torpe posible intenté borrar mi propia memoria. Sabía que acabaría brickeandome y por eso decidí escribir esto, por si algún día intentaba perdonarme. Por si algún día intentaba entender qué fue lo que pasó el día que cambió mi vida.

Me voy. Sin recuerdos no somos nada.

Mis héroes

Todo tenemos héroes, todos tenemos necesidad de creer en algo. Aún no he encontrado una excepción. Unos creen en religiones, otros en ideales y hay hasta quienes se creen superiores por no creer en nada, pero todos necesitamos héroes. Así que hoy he venido aquí a hablar de ellos, de mis héroes.

My-Heroes

Durante muchos años mis héroes cantaban, nunca podré olvidar aquel día que con tan solo 13 años le pregunté a mi padre qué significaba la frase: macabro como un pájaro en un desfile, no recuerdo qué contesto pero sé que entonces las frases de Sabina ya escocían tanto como ahora.

A esa época y a ese primer grupo de héroes hay que añadir Silvios, Ismaeles y demás cantautores. Todo ellos me ayudaron a cruzar las tumultuosas aguas de la adolescencia  y me permitieron llegar a la otra orilla más o menos entero. Y con las ideas muy claras.

Luego hay un hueco de unos 6-8  años en el que no tengo muy claro quiénes fueron mis héroes. Me atreveré a decir que algún jefe que tuve y algunos escritores aquí y allá. Fue una época de cierto letargo o quizá incluso de cierta felicidad encontrada. No sabría decir. Sí que recuerdo con claridad que un día parado en un semáforo volviendo de mi tranquilo empleo una frase de un acabado Carlos Goñi me hizo cambiar de vida, de trabajo y hasta de ciudad. La frase decía “todo aquello que ya sé que no seré” y ahora siete años después conseguí hacer casi todo aquello que creí que jamás llegaría a hacer y no paro de preguntarme…¿y ahora qué?

Corre ya el 2013 y como digo los desafíos que me marqué entonces: viajar, triunfar, conocer, aprender, olvidar…están casi todos ya cumplidos. Repito… ¿y ahora qué? No abriré este melón hoy aquí pero sí que me debe servir para decir que si conseguí cumplir aquellos “sueños” quizás es porque no eran los “sueños” adecuados. Por eso he de volver a mis héroes, a mirar qué ha conseguido la gente que de verdad admiro. Y la gente que hoy admiro no son mi jefe, ni nadie de mi entorno laboral, son gente que me descubrió internet. Son muchos pero me limitaré a resaltar especialmente a tres:

El autor de Diario de un Downshifter porque me marca claramente el camino de lo que no quiero ser aunque cada día me acerque más a ello. Porque hay que tener muchos cojones para hacer lo que él hizo y porque escribe como me gustaría hacerlo a mí. Si puedes intenta leer esto y quedarte igual. Éste, de todos los blogs de internet, es el que más daño hace. No por lo feo que es –que es un rato- sino por lo identificado que me siento en algunas cosas. Duele.

Luego está el grandísimo Rafael Fernandez (Ezcritor) que es un héroe porque nadie escribe como él, porque sus novelas son jodidamente únicas y porque es un ejemplo claro de que perseguir tus sueños no es ninguna utopía. Ahora vive en Asturias (razón aquí), en frente de una playa y junto a la mujer que ama. Pasa los días escribiendo, o intentándolo y, aunque tiene más altibajos que una mujer en días de regla, es un maravilloso loco entrañable, simpático y con hechuras de genio. Por eso es, sin lugar a dudas, uno de mis héroes: un superman moderno con los calzoncillos por dentro. Por cierto, si puedes cómprale un libro, yo recomiendo empezar con “Un bebe”.

Por último un tremendamente admirado Hernán Casciari, éste es también un buen loco. Alguien que un día se sienta con su amigo de toda la vida e imagina un proyecto tan inverosímil como posible (Orsai) y lo hace realidad. Alguien que escribe cosas como ésta. Alguien así se merece entrar a hombros al particular Olimpo de mis héroes. Su revista me hace siempre reír y llorar, pocas cosas lo hacen. Así que  haga lo que haga Hernán yo apuesto por él. Hasta el final. 🙂

Hay más, como un desparecido Eddi Vansie  que me ganó solo con el título de su blog. Un reconvertido Javier Malonda que no tengo muy claro dónde tiene el norte ahora pero que también fue y es un héroe, pese a que no comparta su actual visión, ni acabe de comprender qué le ve al PNL. Y no se me puede olvidar al enorme Matt Harding que dejó de programar un día para irse a dar la vuelta al mundo. Seguro que hay muchos más que tienen los suficientes huevos para vivir la vida que quieren pero éstos son los que yo sigo. Estos cabrones cada vez que escriben algo, por poco que sea, consiguen darme una bofetada de realidad de la que siempre tardo un par de días en recuperarme.

¿Y cómo le cuento esto a la gente con la que tomo café? ¿Cómo saco este tema de conversación entre cervezas un viernes por la tarde después de la oficina? No puedo. No funciona así.

Por eso vengo aquí, a seguirles a escondidas, a “stalkearles” en la distancia, por si acaso un día acumulo el valor (o las razones) suficientes como para seguir sus pasos.

Mientras seguiré leyendo, escribiendo y autoconvenciéndome de que otro futuro es posible. Porque todos necesitamos creer, todos necesitamos héroes y éstos son los míos.

Loco, loco, loco…

Me preguntas cómo me volví loco. Ocurrió así:

Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que se habían robado todas mis máscaras, las siete máscaras que había modelado y usado en siete vidas.

Huí sin máscara por las atestadas calles gritando: «¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!».

Hombres y mujeres se reían de mí, y algunos, corrieron a sus casas temerosos de mí.

Y cuando llegué a la plaza del mercado, un muchacho de pie sobre el techo de una casa, gritó: «¡Es un loco!».

Alcé la vista para mirarlo y por primera vez el sol besó mi rostro desnudo, y mi alma se inflamó de amor por el sol y ya no deseé más máscaras. Como en éxtasis grité: «¡Benditos, benditos sean los ladrones que me han robado mis máscaras!».

Así fue cómo me volví loco.

Y he hallado la libertad y salvación en mi locura; la libertad de estar solo y a salvo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden esclavizan algo nuestro.

(«El Loco» Gibran Khalil Gibran)

«Antes iba deprisa, perdoname si voy depacio»

Pasa el tiempo y seguimos sin hablar, la bilis amarga de los primero días deja paso a un vacío al que empiezo a acostumbrarme. Ya solo me sonrojo en los semáforos cuando recuerdo las tonterías que te dije o lo torpes que fuimos con los mil primeros besos.Creía que teníamos todo el tiempo del mundo para conocernos y no pude estar más equivocado.

No corrí por tus caderas ni tuve prisa en encontrar la combinación secreta de tu deseo. He de reconocer que hasta me gustaba equivocarme contigo, creer -por un momento- que teníamos que volver a aprenderlo todo. Como si tú fueras la primera chica y yo para ti el primer caballero.

Al final perdí la cuenta de las noches que estuvimos juntos y solo sé que nos quedó faltando una, que no sería la última sino más bien la primera. Esa todavía nos la debemos.  Y es que hoy me desperté con el antojo de un cuerpo que ya casi ni recuerdo.  Echando de menos algo que nunca tuve. Desnudarte en mis sueños es más fácil que en aquella habitación donde empezamos a perdernos.  Pero si volvieras esta noche no me quedaría más opción que correr y saciar mis ganas de ti por si no hay próxima vez, por si el olvido le gana la guerra al deseo. Por si la razón vuelve a venir a jodernos el porvenir.

Y es que hoy intenté acostarme con tu recuerdo y hasta él me rechazó.

¡Qué puta es la memoria!

Tres anécdotas sin importancia

Anoche mientras cenaba recibí un mensaje de alguien que hace 3 años que no veo y que seguramente nunca más vuelva a ver. Lo leí hasta memorizarlo y después lo borré. Antes de darle al «delete» quise comprobar que efectivamente era ella y miré el número del remitente. Me di cuenta de que es el único número móvil que me sé de memoria, el suyo y el mío. No me sé más. Me sentí derrotado por el tiempo. Cansado de luchar.

Anoche mientras dormía tuve un sueño vívido donde afanosamente colocaba una mesa camilla en la puerta de entrada de mi casa intentando bloquearla. Puerta que de repente alguien empuja con suma violencia desde fuera, pues me la había dejado abierta. Me desperté con la adrenalina por las nubes y fui a tientas hasta la dichosa puerta. Estaba ligeramente abierta. Cerré con cuidado, despacio y sin querer encender la luz. Me sentí muy solo. Mucho.

Ayer mientras volvía a casa me paré en un puesto callejero para comprarme un gorro, ha llegado un temporal y hacía -3º ahí fuera. Me puse el gorro tras pagarlo y al dar unos cuantos pasos me di cuenta de que llevaba una molesta etiqueta dentro. Volví al puesto y le pedí al dependiente que la quitara, salió el jefe que durante todo el proceso se había mantenido callado en su caliente resguardo y mientras cortaba la etiqueta me dijo: “Es usted un hombre con suerte, el gorro vale el doble, pero se equivocó el zoquete aquel al darle el precio”. Me limité a sonreír, despacio, ampliamente, mientras le decía: “Lo sé, siempre he sido un chico con suerte”.  Me sentí dichoso y pensé que nada podría joderme lo que se preveía como una gran noche. Me equivoqué.

Enero

Enero es un mes puto -perdón por la expresión- porque lo empiezas siempre lleno de ilusiones y cuando llega el día 31 te das cuenta de que ya queda menos para navidades y los propósitos ahí siguen, mirándote como queriendo decir algo, con cara de pena. Es un mes largo, demasiado largo, donde te pasas dos semanas intentado recuperarte de vacaciones y otras dos deseando que se acabe. Enero es puto, qué le vamos a hacer.
January
Aunque no todo es malo, a mí este enero me enseñó mucho así que le estoy agradecido. Sobre todo ahora que es febrero por fin. Febrero creo que es mujer y es caprichosa. Febrero es corto porque lo bueno siempre es intenso y lo largo cansa. Es la chica de la que uno se podría enamorar 5 o 6 veces y como buena mujer es cambiante e imprevisible con sus días. De hecho hay veces que hasta se va sin avisar.

Febrero te lo confieso: me paso 11 meses echándote de menos y cuando llegas te vas tan rápido que nunca llegamos a conocernos bien.

No obstante tengo que decirte que este 2013 te siento diferente, distante, casi Marzo. Otros años nos reíamos y te importaba un carajo lo que pensaran Abril y Mayo, tan gruñones como melancólicos. Este año ya no me preguntas qué me gusta de ti, ya no flirteas – y lo que es peor- ya no me haces reír. Este febrero es frío y un poco calculador y  se olvidó de la sonrisa esa que le quedaba tan bien. Es un febrero gris, casi un mes cualquiera.

¿Sabes Febrero? Te lo hubiera perdonado todo, excepto que me pidieras ser tu amigo.

Pero yo había venido a hablar de Enero, porque ya se fue, porque ya es pasado y porque es puto, como todos bien sabemos. Muy puto. Así que Enero, déjame decirte que aprendí mucho de ti este año pero espero no volver a verte hasta el año que viene.

Y me despido con un beso de estación para el único mes que me hacía soñar, aunque ya no nos entendamos

Mua

¿Por qué leo poesia?

Cuando leo poesía busco ese puño que noquea,
boxeo de salón, sin sparring y con sabor a perdedor.

Me imagino al poeta frente a mí sentado,
viéndome recorrer ansioso sus estrofas,
él sabe lo que busco pero no sabe si lo encontraré.

Encara hacía mí su revólver cargado de versos,
rueda el tambor con cada párrafo y vuelve a apuntar.
Emociones en forma de ruleta rusa que unas veces mata y otras no.

—Ponte un trago amigo y respira o te ahogaras.
—No hay tiempo para cumplidos —le espeto y prosigo—,
hemos venido aquí con un trato,
tú quieres probar tu poema y yo necesito recordar.

Y de repente de bruces aparecen:
Abrazo,
caer,
tú,
yo,
contigo

¡BANG!

Se dispara el revólver, se reabre la herida.
La memoria sangra de nuevo, como la última vez que te vi.

—Funciona —sonríe el poeta. Se levanta, deja el arma,
que quizás era una pluma, y se marcha sin mirar atrás.

«Agujero limpio de entrada salida», dirá días después el forense.
«Corazón adulto atravesado por un certero disparo», apuntará.

De vuelta a la habitación, humea el cañón, gotea la tinta.
Trágico final para un poema pero no tanto para mí.
Necesitaba sentirme vivo de nuevo, a eso he venido.
Gracias poeta, gracias olvido, todos sabíamos que no habría próxima vez.