Un día de Julio – Verano 2015

Te voy a contar un secreto ahora que parece que lo sueños vuelven a estar de saldo: no se lo digas a nadie pero te voy a traer aquí, para ver si, como a mí, se te encoge un poquito el estómago la primera vez que sales de una boca de metro en Manhattan.

Nos hospedaremos en Brooklyn en honor a Nathan y a los primeros libros de Auster. Nos despertaremos antes del amanecer porque el jet lag no deja otra opción y con un café aguado y sin cámara de fotos recorreremos Broadway desde Fulton St hasta Time Square. La idea es cansarte, dejarte exhausta para poder engañar a tu vértigo cuando caiga la tarde y cruzar como si nada mi puente preferido. Descalzos en el césped de DUMBO nos olvidaremos por un instante de los atardeceres de película para brindar por nosotros con dos cervezas lager de las que hacen en Utica. Te traeré aquí para no perderme tu gesto ante el estruendo de los vagones en este metro tan destartalado, para reírme cuando te quejes de los bocinazos y para besarte sin prisa en todos los semáforos y declarar descaradamente la guerra a toda esta gente vencida ante la urgencia. Te llevaré disimuladamente, sin que lo sepas, a descubrir el Flatiron tras una esquina, para que me digas si tú también sientes atracción por esa manera suya de esconder tan perfecta silueta y querré saber si eres de las que se preguntan cómo sería vivir en un apartamento donde el viento es uno más de los inquilinos. Nos sentaremos uno frente al otro como si el destino aún no nos hubiera juntado y cruzaremos las sonrisas en todas la estaciones de la línea A que va de Brooklyn a la Octava. Te sabrá a gloria la vegan burger del Shake Shack de la 44 y cansados, sabiendo que hay momentos que no vuelven, seremos por un rato adolescentes en el césped de los parques neoyorquinos. Te traeré a esta ciudad que a todos nos hace sentir pequeños y miembros de algo de lo que no sabemos si queremos formar parte e intentaremos entender en qué se ha convertido el mundo mirando a las caras de esta inexplicable amalgama de gente, ilusión y hastío. Te diré que podríamos vivir en Williamsburg para ver si entiendes de una vez que contigo el lugar no importa. Y cuando llegue la noche nos emborracharemos en la barra de ese bar con pianista a $20 el mojito y entenderemos que ningún lugar interiorizó mejor la salsa que esta ciudad bastarda, orgullosamente mestiza, de padre americano y madre latina. Te agarraré fuerte las mismas caderas que dejé escapar una noche en Londres hace ya demasiado tiempo y sudados, sin espacio para que reacciones, te diré –a ritmo de un bolero– eso que llevaré demasiado tiempo callándome y que es el único verbo no egoísta que en primera persona del singular rima con te echo de menos.

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Brooklyn, Verano 2014.