Tres anécdotas sin importancia

Anoche mientras cenaba recibí un mensaje de alguien que hace 3 años que no veo y que seguramente nunca más vuelva a ver. Lo leí hasta memorizarlo y después lo borré. Antes de darle al «delete» quise comprobar que efectivamente era ella y miré el número del remitente. Me di cuenta de que es el único número móvil que me sé de memoria, el suyo y el mío. No me sé más. Me sentí derrotado por el tiempo. Cansado de luchar.

Anoche mientras dormía tuve un sueño vívido donde afanosamente colocaba una mesa camilla en la puerta de entrada de mi casa intentando bloquearla. Puerta que de repente alguien empuja con suma violencia desde fuera, pues me la había dejado abierta. Me desperté con la adrenalina por las nubes y fui a tientas hasta la dichosa puerta. Estaba ligeramente abierta. Cerré con cuidado, despacio y sin querer encender la luz. Me sentí muy solo. Mucho.

Ayer mientras volvía a casa me paré en un puesto callejero para comprarme un gorro, ha llegado un temporal y hacía -3º ahí fuera. Me puse el gorro tras pagarlo y al dar unos cuantos pasos me di cuenta de que llevaba una molesta etiqueta dentro. Volví al puesto y le pedí al dependiente que la quitara, salió el jefe que durante todo el proceso se había mantenido callado en su caliente resguardo y mientras cortaba la etiqueta me dijo: “Es usted un hombre con suerte, el gorro vale el doble, pero se equivocó el zoquete aquel al darle el precio”. Me limité a sonreír, despacio, ampliamente, mientras le decía: “Lo sé, siempre he sido un chico con suerte”.  Me sentí dichoso y pensé que nada podría joderme lo que se preveía como una gran noche. Me equivoqué.

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