He paseado en carroza por Cartagena de Indias al atardecer, no he dormido en Pamplona un San Fermín cualquiera, caminé la Muralla China con la mujer más bella del mundo, me bañé desnudo en las playas remotas de Tailandia (y en las de Alicante también), estuvieron a punto de romperme la cara en Budapest, tuve la peor resaca de mi vida en un barco en el Danubio después de pasar por Praga, Bratislava y Viena. Amé y fui amado en Paris y en Roma. Gasté el dinero que mis padres no tenían en Mónaco y tuve el placer de comer pizza en Nápoles con un buen amigo, como ha de ser. Me sentí pequeño ante el Golden Gate y minúsculo mirando al mar en los límites de Escocia. Me reinventé un verano en Santander y dormí una noche a la intemperie en las playas de Tarifa. Fumé en Amsterdam y no lo hice en Essaouira ni en Marrakech. Bebí, trasnoché y olvidé en Estocolmo, Hanoi, Oslo y Bangkok. Hice noche en Calcuta, también en Moscú. Me enamoré locamente de Barcelona, viví en Londres, me hice viejo en Madrid…
Recuerda todo esto si hoy me pasara algo en el avión de vuelta a casa. Porque mi hogar es Valencia en Marzo. Lo demás no deja de ser una manera de alejarse para poder volver.