Verano del 94

Habría que volver a las chicas guapas sin escote,
las notitas en los pupitres y los sándwiches de Nocilla.
Retornar a aquel junio en el que Indurain no pudo con el pirata Pantani.
Veranos de siesta y pipas sin sal en los bancos de la glorieta.

Volver a aquella casa de alquiler,
a aquella inocencia tan por estrenar.
A tener y no saberlo, la vida entera por delante.

Pero para volver habría que olvidar lo que hemos aprendido:
que España al final sí ganó un mundial,
que los veranos también se acaban,
que hay sitios a los que decidimos no volver
y personas que simplemente desaparecen.

¿Te acuerdas?

Por las noches salíamos a perseguir dragones,
a cuchichear sobre Ana la granjera.
El futuro más lejano era el próximo septiembre,
y el miedo una película de Freddy Krueger.

En la trastienda del estanco nos reuníamos frente al video VHS,
a darle al pause cuando la Stone fumaba cruzando las piernas,
A descubrir que la sexualidad se esconde tras píxeles negros
y la niñez una vez se va, nunca más se recupera.

Habría que volver a las meriendas en el parque,
a la calle como único refugio,
volver a creer en nuestros padres.
Retornar a aquellos días sin reloj, ni horarios, ni responsabilidades.

Pero para volver habría que olvidar lo que ya sabemos:
que hay cosas que no tienen marcha atrás,
que algún día los domingos serán tristes,
que ir a Asturias no es dar la vuelta al mundo
y que las heridas que más duran no son las de las rodillas.

¿Te acuerdas?

Te cuento esto porque se acerca irremediablemente otro verano
y yo no puedo dejar de pensar
en lo que daría por volver
para siempre a los noventa.

Decrecer,
en vez de hacerme mayor.
Desistir,
en vez de empecinarme en echar leña a un fuego que no prende.

Eso sí, no vengas a decirme que estoy siempre con lo mismo,
que evadirme con mis cuentitos no sirve para nada.
Déjame escapar por un rato de este denso presente,
que nos ahoga, que te constriñe,
tan constante y predecible
que solo sirve para preguntarse «qué hubiera pasado».

Y cenar en zona neutra
una vez cada tres meses
y quedarse con la ganas
en todas las despedidas.

Ganas de ti después de verte.
Ganas de que me preguntes todo lo que callas.
Ganas de que esto no hubiera ocurrido.
Ganas, muchas, de llamar para decirte
que al final va a resultar
que nunca dejé de echar de menos lo que pudimos haber sido.

Que todas esas frases que dijimos
ni nos salvan, ni se pasan,
ni con el tiempo son mentira.

Y que este junio daría lo que fuera por volver al pueblo,
a la glorieta,
a las tardes de verano comiendo pipas,
a quedarme hasta tarde con mi padre
para ver a España empatar contra Corea
y a Tassotti romperle la cara a Luis Enrique.

A sacar el coraje suficiente para decirle a Anita que me gusta.

Y que no me jodan
que esto es no es nostalgia
sino la extraña sensación de que cuando éramos niños
los veranos no eran tristes
y olvidar aún posible,
porque no te conocía.

La Cara Rota

1 comentario en “Verano del 94

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