Tengo que parecer fuerte, que exploten los bíceps en mi camisa, para quitarte el pelo de la cara con el más dulce de los gestos. Seguir subiendo vino al hotel de las noches eternas. Hacerte creer que vivimos en el mejor de los posibles presentes. Ilusión y ganas de comerte todos los días por desayuno.
Tengo que pensar rápido para robarte una sonrisa cuando aceche tormenta y que el brillo de tus ojos no se disipe con el tiempo. Quiero ser loco en la cama y tierno en la distancia. Que seamos siempre esa pareja que todos envidian en las bodas. Sonrojarte con susurros mientras cruzas la aduana. Que nos echen de los bares las veces que haga falta.
Tengo que aprenderme tus gestos, todos, para sanar lo que callas cuando corra el riesgo de enquistarse. Memorizar tu cuerpo como si fuera un mapa del tesoro que se borra por las noches. Interiorizar tu risa y hacer de ese sonido liturgia y plegaria. Convertir tu ausencia en el multiplicador de las ganas de verte. Ser la fantasía prohibida del retrovisor de otro taxista.
Tengo que saber si al final nos creímos la mentira consentida del para siempre.
Dure lo que dure.