Lo primero que supe de ti es que huías. Huías de frente. Corriendo hacía mí sin conocernos. Buscando juntos una salida de emergencia. Qué diferente es todo ahora que huyes dándome la espalda. Preciosa melena que se difumina en la distancia. Huyes, porque emigras siempre de los corazones que habitas y solo eres polizón de los barcos destinados al naufragio. Te marchas en el momento justo, antes de que se amarilleen las hojas de las libretas o se manchen de café las cartas sin abrir del banco. Escapas, porque el dolor es el agua de tu pecera y la rutina el aire inútil de los peces que se asfixian sobre el mármol de la cocina. Tu único hogar son sábanas revueltas y la calma un cigarrillo a las 3 de la mañana. Cierra la puerta cuando salgas y no olvides tu pasaporte. Se quedaran sin usar los billetes a ninguna parte que te regalé en un intento fallido de salvarnos. Eres lo mejor que no me ha pasado nunca y olvidarnos mucho más fácil cuando no te conocía. Huyes y me enseñas que contigo ahora siempre es tarde y que al final de todo esto solo quedará una historia de nosotros en la que no hay protagonista.
Huyes y, yo que no me cansaría nunca de mirarte, deseo de corazón nunca más volver a verte.