Nadie escribe al presente porque se da siempre por hecho. Nunca nos paramos a pensar en lo que echaríamos de menos:
Las marcas de la almohada un sábado por la mañana, la respiración acompasada. La cabeza sujeta por hilos imaginarios en los horribles asientos de Ryanair. Tu manera de pronunciar la c, tan tuya todavía. Tu risa completa que llena la estancia estemos donde estemos. El rojo de tu cuello al tomar vino, que sube a las mejillas, que se apodera de ti y te da tanta rabia. Las tradiciones grabadas en tu ADN de siglos, tu orgullo de ser quién eres sin que nadie te haya regalado nada. Tu dulzura enmascarada en efímera dureza. Tu aversión física a la injustica. Tus baños de horas, mi manera de mirarte siempre como si te acabara de conocer. Nuestros silencios como espacios seguros. Tu manera de buscarme al despertar de la anestesia, el mensaje de las 11. La posición en la que nos dormimos siempre. Mi obsesión por los atardeceres y tu manera de llevarla. Emborracharnos, juntos. Comer, a cualquier hora. No cansarnos de tocarnos, nunca. Esperarte desde el coche, buscarte en la estación. Bailar sin música los domingos por la mañana. Desayunar siempre. Dormir, de cualquier manera. Escalar, sudar, correr, leerte, reírte, soñarte, aunque estés durmiendo al lado. Llorar con esa serie 18 capítulos seguidos. Reírnos de palabras que no existen. Lolechek a escondidas en la terraza. Creernos mejores que el resto, a veces serlo. Que nunca nunca se nos acabó la conversación, ni las dos veces que nos enfadamos en 6 años. La posibilidad de hacerte siempre reír, hasta en la situación más desesperada. Saber que el tiempo no vuelve, y aprovecharlo. Hacer planes juntos, cambiarlos. Vacaciones de todos los colores. Luna de miel con garrapatas. Tu paciencia el día de la boda, el orgullo de mirarte al fondo del pasillo. Tu cara aquel día en Valeria (Cuenca), mi susto durante la cena. La manera que tienes de saber en todo momento como me siento. La certeza de saber que nuestra intimidad no deja espacio a la mentira. La consciencia de la fragilidad de todo lo que hemos construido y el cuidado con lo que lo tratamos. Regar las plantas, dos o tres veces por semana. Nuestra única religión de ir a dormir sin reproches, la fe ciega en cada nuevo día. Saber que lo peor está aún por venir y reservar la energía. Ser consciente de la suerte y no desperdiciarla. Compartir valores y creencias. Apreciar lo que nos diferencia. No tener miedo al futuro y nunca dar por sentado el presente. Csesc kochanie cada vez que descuelgo el teléfono. Nuestra cajita de momentos: la foto en Inle lake, mi regalo de cumpleaños en Creta, la cena especial en aquella isla perdida, tu primer cumpleaños en Varsovia. Nuestra primera vez en Barcelona. Noruega una y mil veces. Kazbegi en Georgia. Italia los años pares. Portugal en coche, toda España en casas rurales. Berlín, Islandia, Cantabria, Creta y casi, casi Japón. Porque el 2020 nos tenía una sorpresa preparada y no llegamos a comprar los billetes. Japón será otro año, este toca salto al vacío. Empezó la aventura.
Hoy, mi primer 1 de enero sin resaca desde 1997, he salido a correr, hemos deshecho las sábanas varias veces y le he puesto “Is This the World We Created…?” a tu barriga como llevo haciendo desde hace meses. Hoy le doy la bienvenida al 2021, que empieza por caminos inexplorados, que me coge en mi mejor momento. Sin miedos, ni lastres. Hoy quedan tan solo dos meses para que llegues al mundo. Y ahora sí que vuelvo a tener una razón para escribir. Un sujeto del tú que lo cambia todo. Recuperaré galeradas y reinicio esta buena costumbre. Dedicado a ti, que aún no te llamas.
Es precioso