Me he pasado la vida narrando finales. Contando cómo serían las cosas si todo hubiese sido diferente. Me paso la vida jugando al escondite con el olvido y este blog no podía ser menos.
Después de un mayo apocalíptico, un junio silencioso y un julio a la espera, llegó agosto otra vez. Un año después toca cerrar el círculo. Sé que con “C’est fini” me quise despedir de este blog que tantos buenos ratos me ha dado, pero las frases de las canciones me obligaron a escribir en julio y mi molesta manía de tener finales perfectos me trae ahora aquí a finiquitar esta historia justo un año después de haberla empezado. Un año, ¡qué año! En un último ejercicio de sinceridad quiero repasar sin tapujos estos doces meses. 365 días después de los que ya nada volvió a ser lo mismo.
En agosto de 2012 me di cuenta de que algo fallaba y creí entender que el triunfo se escondía de alguna forma en la tranquila aceptación de la derrota por las expectativas no cumplidas: saber perder resonó durante noches y noches en mi cabeza; en (fucking) septiembre toqué suelo –una vez más– y decidí dejar de compadecerme y dejar de refugiarme en el cambio como solución sistemática; en octubre me hice un poco más viejo y recordé que soy lo que soy gracias al idealismo, la ingenua locura y esta malsana obsesión por el pasado, también en octubre conseguí volver a sacar a la luz una de las mejores versiones de mí mismo, lo resumí con un “qué bueno es volverse a sentirse vivo” y como siempre que dejas de buscar algo lo encontré de repente. Apareció la noche que octubre se convertía en noviembre y me regaló los mejores dos meses de estos doce. Noviembre fueron sorpresas que no me quería creer, fue la intensidad hecha vivencias. Los mejores brindis se quedaron para siempre en las madrugadas del mes brujo. Luego llegó diciembre y hasta el último segundo –literalmente– de 2012 me permití la osadía de imaginar imposibles. Y de repente 2013…con su enero inesperado. Un enero que fue frío como le gusta al invierno, por momentos fue triste pero sobre todo fue definitivo. Enero me sacó de un letargo que duraba ya demasiados años, me obligó a tomar decisiones, repensarlo todo y comprender que la única actitud ante la caída es combatir la inercia. Gran lección. Como todo lo malo enero también se acabó y llegó febrero, pero febrero me lo salto porque a partir de ahora ya no es un mes sino un nombre de mujer. Marzo, siempre marzo, fue un viaje en el tiempo que me llevó de nuevo a mis 15. Donde empezó todo y donde –por raro que parezca– aún me quedaban un par de deudas pendientes. En marzo fui feliz recordando, que es una de las cosas que más me gusta hacer. Por eso cuando llegó abril yo estaba de viaje por el tiempo y casi ni me entero. Estaba en el proceso de montar un yo ficticio que mayo se encargó de devolver a la realidad. Abril fue el final de una catarsis, un mes entero de domingos de resaca. Abril fue, ante todo, necesario. Y BUM…llegó mayo. Ya lo escribí aquí, mayo no fue un final fueron todos comprimidos. Mayo fue aquello que hacía tanto tiempo venía postergando. En mayo entendí que las heridas cerradas también sangran, comprendí la casual relevancia de febrero para completar este puzle al que seguro le sobraban piezas, en mayo acabó –por fin– mi adolescencia. Porque adulto solo te haces cuando tienes hijos, aunque no sean los tuyos, y quien no sepa eso todavía –con todos los respetos del mundo– no tiene ni puta idea. Por eso decidí callar en junio. Porque hay que replanteárselo todo sin cambiar las bases, dejar de ser un rato yo sin traicionarme a mí mismo. Misma estrategia pero quizá distinta puesta en escena. En junio dejé de escribir y de mandar señales para acabar defendiendo la tesis de mi pasado ante un jurado lleno de protagonistas. Sobresaliente Cum Laude por unanimidad por ese trabajo que titulé: “Estudio pormenorizado de pecados, errores y aciertos de los últimos 18 años y su relevancia en mi yo actual“. Tremendo esfuerzo. En julio me tomé vacaciones de mí para volver con ganas de revolucionarlo todo. También conocí –como siempre– a la mujer de mi vida pero aún estoy esperando que conteste ese mensaje donde la citaba para volver a vernos en el mismo sitio dentro de exactamente un año. Jesse y Celine estarían orgullosos de mí. Y en Julio, casi sin darme cuenta, me volvió a preocupar mi trabajo y volví a ser cautivo de la presión que presenta las múltiples opciones de un futuro en blanco, sin limites, ni miedos y con toda la vida por delante. Luego empezó el verano y me re-enamoré localmente de la ciudad que ahora me hace feliz, y no importa que le pusiera los cuernos una noche de superluna en Barcelona, porque fue aquí, en esta ciudad a la que le debo tanto, donde me reencontró agosto, un año después, en la misma cama, con otro libro, junto a la misma ventana. Agosto, sin embargo, dijo no reconocerme nada más verme. Puede ser que sin darme cuenta ya no sea el mismo que empezó este blog aquella noche de verano de un 2 de agosto de 2012. Ya no soy el mismo, porque… ¿quién lo es? Yo no. Yo decidí cambiar siempre que fallé, cambiar antes que arrepentirme, levantarme para poner cada vez el listón más alto, no de lo que espero –de verdad que no espero tantísimo como dicen– sino de los errores que cometo, quiero cometer distintos errores, mejores si puedo, pero sobre todo nuevos. Porque de lo único que estoy convencido es que mi felicidad –sea lo que sea lo que eso signifique– se esconde ante la capacidad de sorpresa, no ante la satisfacción de encontrar lo que crees que deseas, o anhelas, o añoras o <<ponga aquí cualquier otro cursi-verbo al antojo>>. Yo solo quiero volver a sorprenderme, prometo no exigir, solo quiero no creerme lo que está pasando.
Y a los que me digan que les pudo la presión les deseo la mejor de las cotidianidades mientras me vuelvo a preguntar si “saber perder” es el secreto, yo que acabo convirtiendo sin querer mis triunfos en fracasos o viceversa (que a veces me lio y no sé si lo que tengo es lo quiero o si siempre quiero lo que nunca tuve). Lo que está claro es que aprendí en estos doce meses que no se puede luchar eternamente contra el proceso de tolerancia. Así que me rindo, de buscar, de encontrar, de pensar, de exigir…eso es agosto. Agosto es la capitulación final ante yo mismo. El final de los principios. Una rendición en toda regla. Es volver a empezar sin nada más que lo que soy y un listado subrayado de errores. Y lo que quiera venir que venga, para olvidarnos siempre estaremos a tiempo, lo que de verdad cuesta ahora es encontrar algo que sorprenda.
En definitiva, 12 meses magníficos que se acaban aquí, donde empezó todo, deseando que sea lo que sea lo que traiga el futuro no pueda creérmelo.
365 días llenos momentos únicos y chicas imposibles, donde actúe sin pensar más de un puñado de veces, me emborraché en demasiadas ocasiones y escribí demasiadas pocas. Volé a 8 ó 10 países y leí más de 20 libros, la mayoría en aeropuertos. Corrí más que nunca sin saber de qué huía exactamente. Oí miles de horas de música y constaté mi adicción a lo desconocido. Decidí que algún día quiero aprender italiano, mandé mails de los que me arrepiento y me tragué besos que hubieran quedado mucho mejor en sus labios. Aprendí que dormir sin ti es lo único peor que dormir solo. Soñé con mujeres que nunca olvidé y disfruté y sufrí con las que se convirtieron en recuerdos. Salí, hablé y trasnoché repitiendo mentiras a ver si me las creía, la más repetida aquella de “yo nunca estoy mal”, aunque me acabaron pillando. El día más triste la noche de reyes, pero también volví a ser el puto rey del mundo diciendo patochadas a la luz de la Toscana. Nunca agradeceré bastante los amigos que tengo, ni las mujeres que conocí y por nada del mundo cambiaría las cicatrices que han dejado.
Bueno ya está bien de cursilerías ahora toca despedirse de verdad, me cuesta mucho y soy tan sumamente predecible que no podría acabar sin un beso de esos que normalmente obvio en las despedidas, de esos que tanto odio banalizar…
Un beso de cabina, de banco, de estación, de los que se miran y no se dan, robado en un taxi, de buenos días, del día después, de despedida, de hace 3 años que no te veía; siempre con los ojos cerrados: divertido en el cuello, fraternal en la frente o casto en la mejilla. Beso de pasión, de lujuria, de vino, de sed, de muérdeme, de no te vayas, de esto va a doler, de no me lo creo, de algún día aprenderé, de tú besas mejor, de qué coño estoy haciendo. De me quiero ir de aquí. De te sigo queriendo. De creo que yo también. De nunca te lo dije. De te lo sigo debiendo. Beso. Siempre, siempre, siempre en singular: beso. Elige el tuyo, yo tuve la suerte de experimentar algunos de los mejores este año.
1 beso.
Por cierto… ¿queda alguien más ahí buscando sorprenderse?